La verdad convenida

La verdad es una y reside en los hechos.

Sería figura bien curiosa una verdad negociada o por consenso o por mayoría de opiniones o, peor aún, por decreto. Se convoca una comisión ahora, dentro de las muchas del proceso de paz, para convenir la verdad. Y casi convence sobre sus bondades la voz atronadora del comisionado.

Quizás sea fácil, en lo particular, establecer quién mató a quién y por qué, pero resulta complejo, en lo general, definir qué prima si la revolución o la institución; si todo fue una reacción a la injusticia o si fue una injusticia rebelarse, como también si los infames medios utilizados justifican una causa revolucionaria o le quitan toda virtud.

Ahora bien, cuando se habla de rebelión es porque hay algo preexistente, a lo cual rebelarse. Es simple, entonces, saber quién violentó primero el orden establecido, pero, como ahora se insinúa que se trataba de un Estado terrorista, rebelarse sería un inmarcesible derecho. Más aún, he oído decir en debate público que hay que “legitimar el Estado”, como si éste en que hemos vivido fuera ilegítimo, al cual le hubiéramos tributado en vano; como si la verdad, en consecuencia, hubiera estado en la revolución que nos mantenía en ascuas, con sus bombas y crímenes, con sus inmorales comercios y sus campos de concentración y secuestro por años de castigo.

Sería bueno ponerse de acuerdo entre conversadores de paz. Porque si unos piensan que el Estado es el terrorista y los rebeldes los guerreros legítimos, pienso que va a ser difícil llegar a acuerdos. Saber entre quiénes y por qué se está conversando sería lo primero, antes de proseguir. Lo de que no paguen cárcel, vaya y venga; los negociadores nunca lo hacen. Pero sobre el posconflicto cabe preguntarse: ¿cómo va a articularse?, ¿a la manera de una refundación del país, o como el mismo Estado histórico, sólo que corregido (y esto sin reformas constitucionales, según se prometió)?

Como vamos, vamos mal. Mírese no más la pelea radial de estos días ( RCN ), cuando el analista León Valencia, de extracción guerrillera, acusó en forma rampante a la familia Gómez. El exabrupto hizo volar toda cordura, no sin razón, y se sobrepusieron las voces. ¡Yo no he faltado al Código Penal y usted sí!, respondió un airado Miguel Gómez a la insolencia.

Si esto ocurre en un diálogo trivial, qué no pasará en la comisión de la verdad, escogida por igual entre guerrilla y Gobierno, con invitación a la sociedad neutral (¿quiénes serán los neutrales?).

La paz de Santos estará en vilo, si lo que se pretende es unificar la verdad y la memoria históricas por acuerdo con los rebeldes y como decreto para historiadores.

Importante paso, dice el jefe del Estado, refiriéndose a la creada comisión de la verdad. Avancemos hacia otro punto, añade, luego de no entender mayor cosa. Ni dárnosla a entender.

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