Las dificultades del perdón

Al ser consultado sobre si pediría perdón a las víctimas del conflicto, el jefe de las Farc, Rodrigo Londoño, alias 'Timochenko', aseguró que no lo hará porque no se arrepiente.

"Cuando uno pide perdón es porque se arrepiente de haber hecho algo, y yo no me arrepiento de haber hecho lo que haya hecho", dijo al tiempo que indicó que es posible "que en determinado momento analicemos un hecho en el contexto en que se dio y decimos ahí, cometimos un error en la decisión que tomamos", dijo en una entrevista con el canal internacional Telesur.

Timochenko, Septiembre 30 de 2015

Al oír a Timochenko (¿A qué edad o mediante qué teoría aprendió a ser insensible?) o ver el video del 13 de mayo de 2017 en donde “Las Farc confiesan que van a imponer el socialismo en Colombia” ¿Se puede perdonar la amenaza de unos consuetudinarios agresores sin arrepentimiento que buscan instaurar un régimen comunista? Por otra parte, al ver los embates del terrorismo ¿Han perdonado los norteamericanos a los agresores del 9/11? ¿Se puede perdonar la sevicia del Centro Andino contra niños, mujeres y víctimas inocentes? Estas preguntas le plantean a Colombia y el mundo el actual dilema del perdón. Ignorarlo es irresponsable. Y entiendo que se ignore porque es complejo.

Como estado, como país, los norteamericanos no pueden perdonar, pues se trata de la seguridad de todos, los que, individualmente, están a favor o en contra del perdón, no importa qué credo religioso, político, agnóstico o ateo profesen. . El 9/11 dio origen a la persecución del terrorismo, y por ende, a las personas, países, ideologías que lo sustentan. Conociendo a las Farc y todas sus formas de lucha ¿Se plantea ese dilema para Colombia? Las víctimas del Centro Andino piden justicia; esperamos no quedarnos solamente con las hipótesis, ni los comunicados. Pero como en EE.UU. el terrorismo no es asunto electoral, no se plantean ese dilema; pero aquí es válido.

En un escenario personal, El Papa San Juan Pablo II perdonó a Alí Acka su agresor, después de haberse reunido con él en privado, haber conocido sus circunstancias y escuchado su ruego de perdón. Fue algo íntimo, respetuoso que desarrolló empatía y comprensión. Es un ejemplo, lo respetamos y admiramos; y como ese hay muchos. Pero la justicia italiana castigó porque no puede funcionar de acuerdo con la empatía. Además, no está bajo jurisdicción papal. La confusión del escenario individual y colectivo ha sido manipulada en el proceso del perdón colombiano con el que se busca, no un remedio espiritual, sino legitimar a un grupo de asesinos. Por otra parte, si bien es cierto que las escenas de arrepentimiento y solicitudes de perdón, sin duda significan una autoacusación, es necesario ir más allá de la instancia judicial en una nación en la que el arrepentimiento tendría un significado más profundo que el que superficialmente se le da en ceremonias políticas.

¿Qué pasó con la tragedia individual de los dolientes del 9/11? La afrontaron como sufrimiento; esa pena sería como un pago sustituto, exigido por la envidia o el odio hacia los norteamericanos. Sin embargo, al asumir ese sacrificio las victimas reafirmaron sus valores como personas, como sociedad, como país. ¿Reafirmar o defender los valores es venganza o extremismo de la derecha? No. Sería la motivación de enfrentar a los envidiosos de la prosperidad norteamericana como nación, si esa hubiera sido la motivación de los atacantes. O un simple acto de defensa de la seguridad nacional.

Los indiferentes ante la tragedia, allá y acá, no se entristecieron; los enemigos celebraron abiertamente; los falsos amigos en privado. Los desamparados no se entristecen porque consideran su tragedia más grande; tampoco lo hicieron los sin amor. ¿Podrían estos espectadores de la tragedia perdonar algo? No. Sin embargo están en el lote de los que opinan a diestra y siniestra. Así, para opinar sobre el perdón en el escenario colombiano, esta decisión, si es honesta, debe estar sometida al debate del Sí y el No en la conciencia de cada quien, basada en la racionalidad, la experiencia; no una decisión engendrada en las malquerencias o prejuicios.

Los norteamericanos, al igual que los colombianos, lloraron y siguen llorando la pérdida de los que aman, de lo que valoran. Ese luto tomado positivamente, que significa no olvidar, refresca permanentemente el conocimiento de las causas de sus amores y las razones de sus valores. Ese dolor nos devuelve los esplendores de su conexión con las personas y con los principios, lo que nos permite seguir amándolos en dignidad, impidiendo el odio. En ese sí a la vida de un corazón roto, o en ese duelo desamparado e incomprendido, descubrimos cuánto de la democracia y nuestra vida personal fue roto por la muerte, pero también cuánto ha sobrevivido.

Por otra parte ¿A quién pertenece y por lo tanto asume la obligación de dirigir ese proceso restaurativo? ¿Al estado? No. Es de la libérrima voluntad social e individual porque es algo delicado, íntimo, intransferible. Pretender manipularlo es una gravísima falta ética y moral. Ahora bien, lo que quizá de lejos roza la pretensión de felicidad que puede brindarnos el estado se llama cumplimiento de la constitución que en nada se parece a la felicidad trascendente de saberse perdonado o protegido por Dios que es, en últimas, como seres trascendentes, de lo que trata el perdón.

Porque el verdadero perdón, asociado a la felicidad de la liberación, debe estar lleno de pro actividad, debe ser creativo. No el perdón lleno de resignación que nos duele sin saber por qué. El Príncipe de la Paz perdonó de manera auténtica y con amor para salvar, restaurar; no para satisfacer un imperativo social de buena persona o una conveniencia política de pacifista. Esa es la hipocresía que no deja descansar a los que atacan llamándonos ‘guerreristas’ y ‘enemigos de la paz’. Y esa incoherencia hipócrita es la que nos permite también examinarnos en las verdaderas causas de nuestra resistencia ante lo injusto.

Los españoles rumiaron durante muchos años las consecuencias de la guerra civil porque Franco, uno de los factores ofensivos, se mantuvo vivo y al mando del estado; igual escenario se proyecta con las Farc en el trance de mandar, figurar, amenazar, exigir. ¿Cómo es posible entonces el perdón colectivo, si el agresor se burla, abusa, amenaza?

¿Por qué es difícil que la sociedad y las personas perdonen a las Farc y para las Farc confiar en Santos y respetar la sociedad? Porque va contra la conducta normal de las personas, los grupos sociales, su psicología y la voluntad. Veamos las siguientes explicaciones o circunstancias.

1. El comportamiento humano individual y social nos dice que las personas y los grupos estamos programados para tomar represalias cuando hemos sido lastimadas por otra persona o grupo. Nuestro orgullo o autoestima se siente herido. Nuestras expectativas o sueños quedan frustrados. Perdemos algo muy valioso para nosotros. Queremos recompensa por los daños. ¿Se soluciona eso con el perdón y la reparación? En aras de la paz, hipotéticamente, digamos que sí. Y digo hipotéticamente porque eso puede depender de lo que usted cree o niega sobre sí mismo, los otros y Dios; o de lo que usted constata para tomar una decisión.

2. ¿Por qué castigó Jesús a los mercaderes del templo ante lo imperdonable al haber convertido la Casa de Dios en una cueva de ladrones, según su visión iluminada y sentir? ¿Los perdonó en ese momento como hombre? Quizá no. Pero en la cruz, como Dios, sí lo hizo. ¿Nos acerca el perdón a Dios? De pronto, si es incondicional, que fue el ejemplo del redentor. ¿Es eso lo que quieren las Farc? Que entiendan, entonces, el trecho que hay que recorrer, a ver si ellos pueden hacer lo mismo.

3. Pero hay otras programaciones que entrarían en conflicto con nuestra motivación para perdonar. Los pensamientos o creencias automáticas sobre las Farc, basadas en sus hechos, que crean un conflicto personal y social. Nos decimos y nos dicen: "No los voy a perdonar porque nunca aceptan una responsabilidad clara por lo que hacen” o "Sería un hipócrita si perdonara porque no tengo ganas de perdonar" o "Perdonar es sólo para las personas débiles.” Si esos pensamientos, sentimientos o expresiones no se respetan y usted oye: “Es un enemigo de la paz”, “guerrerista,” etc. y le refriegan, además, algo que en nada ayuda como la famosa ‘polarización’, su sistema automáticamente se apaga; usted renuncia a la comprensión que es de lo que se trata.

4. Como ser pensante usted no puede evitar el buscar explicaciones para el comportamiento de las Farc, el gobierno, los negociadores, los voceros, las acciones propagandísticas, del gobierno o las Farc. Pero esa búsqueda de la razón de las cosas el gobierno y las Farc la califican de enemistad, obstrucción, saboteo, estigmatizando a los que ejercemos la libertad de pensamiento. El Decreto 898 del 29 de mayo de 2017 en el Art.3, habla de “persecución” de aquellos que “amenacen o atenten contra las personas que participen en la implementación de los acuerdos y la construcción de la paz.” Cuando usted estudia la definición de amenazar y sus sinónimos, llegará a la conclusión de que no podrá criticar nada de las Farc o el gobierno. Eso se llama dictadura. ¿Perdona usted las dictaduras?

5. Por otro lado, las explicaciones del gobierno y las Farc se interponen en el camino de la paz cuando sus actuaciones y los hallazgos de la justicia los desenmascaran. ¿Cómo se pueden perdonar, contra toda justicia, las contradicciones sesgadas del gobierno en favor de las Farc?

6. En los diferentes debates televisivos y del congreso he notado lo que los sicólogos llaman el “Error fundamental de atribución” en el que asignamos responsabilidad total o culpa a los otros por su comportamiento mientras explicamos nuestras propias acciones negativas en términos de factores situacionales. En otras palabras, no es nuestra culpa. ¿Perdona usted esa irresponsabilidad? No puede, porque genera desconfianza.

7. Al aceptar las Farc los errores de su comportamiento se puede pretender que se los exima de su responsabilidad moral y judicial. Pero, perdonar a alguien no anula las consecuencias de sus acciones; y esa es la manipulación que se maneja cuando se dice: “las víctimas quieren la verdad” para supuestamente promover la empatía y el perdón, al mirar con mayor realismo los eventos dolorosos desde el punto de vista selectivo de las Farc, para que se piense lo mejor de ellos; para que no sigamos sacando conclusiones sobre la amenaza que significan para el futuro de la democracia colombiana. Pero resulta que el perdón judicial, que es el que les interese, lo da un juez, no un bien intencionado apóstol de la paz.

8. Finalmente, si el perdón de lo imperdonable tiene que ver con un alto desarrollo de la inteligencia emocional, su aplicación ética y moral, ¿Qué pasa con los que no cuentan con esa gracia natural y privilegio educativo? ¿No sería la justicia la que debería remplazar esa carencia y no la crítica social?

Teniendo en cuenta las circunstancias y explicaciones anteriores, ¿Cómo se construye la comprensión que lleva al perdón real? Obviamente mediante la empatía. ¿Pero cómo surge la empatía entre quienes no se consideran personas de dotes especiales para el perdón? Generalmente nos ponen de ejemplos a Budha, Cristo, los santos, Mandela. Y, desde luego, esos ejemplos tienen una gran autoridad ética y moral. Entonces perdonamos como seguidores o creyentes, faltándonos quizá, lo más importante, la anuencia de nuestra conciencia racional.

Ahora bien, si debemos perdonar 70 veces siete a nuestro enemigo, como recomendaba Jesús, es decir, siempre, yo perfectamente entiendo que lo que asumo lo debo afrontar con mi vida personal. ¿Pero qué pasa si, siendo jefe de estado, llevo a cabo acciones que se asemejan pragmáticamente al perdón, aunque el papel diga otra cosa? ¿Cómo se responsabiliza Santos de la conducta de las Farc si, al haber negociado con ellos, implícitamente les dio un voto de confianza frente a la sociedad colombiana? ¿No se llama eso responsabilidad política? ¿Y en esa responsabilidad política se puede prever el impacto de la amenaza de perdonar a un consuetudinario agresor que dice que quiere el poder para instaurar un régimen comunista?

El Papa San Juan Pablo II pudo establecer una empatía personal con su agresor porque lo conoció, entendió sus circunstancias y estaba pagando por su delito. ¿Pero puede un confesor darle la absolución a un confeso y conocido asesino que se niega a pagar su delito? ¿Si un confesor con mucho mejor discernimiento moral y ético, y con el poder para perdonar en el nombre de Dios, se niega, cómo puedo hacerlo yo, aunque soy libre en mi conciencia para hacerlo, pero no estoy entrenado para discernir? ¿Para discernir qué?

1. Que mi lucha entre lo que mi misericordioso espíritu cristiano me dice (perdonar) y lo que mis pasiones y mi racionalidad me dictan, (no perdonar) representa una lucha personal, normal porque el espíritu quiere una cosa y la ‘carne’ se le opone. Pero si el Sí personal representa una responsabilidad social en el futuro de los otros, en ese caso mi guía debe ser la ley, objetiva, honesta, sin sesgos; no el parecer de mi conciencia porque existe la posibilidad de equivocarme. Al no tener claridad ética sobre esa lucha normal entre el espíritu y la carne, la propaganda institucional busca convertirla en complejo de culpa. ¿Se puede perdonar esa permanente falsa acusación social que se ha forjado con el mote de ‘enemigos de la paz’? ¿Se puede perdonar al que la ideó y propagó?

2. ¿Qué me dice la razón si mi ejemplo de perdonar tiene consecuencias sociales negativas, al haber confiado en una justicia cuestionable, asediado por la bestia feroz de una falsa esperanza de paz inducida por unos mentirosos que utilizan la paz como una estrategia para tomarse el poder?

3. Perdonar a las Farc. Si tengo dificultades en perdonarme a mí mismo por faltas que no serían crímenes de lesa humanidad ni delitos, ¿Puedo yo entender cómo un fariano puede perdonarse a sí mismo al bombardear al Club El Nogal? ¿Cómo convivo con ese abismo de incomprensión ante la imposibilidad ética y moral cuando me toca convivir con esa persona? ¿No es acaso esa ‘pequeña diferencia’ la que acaba muchos matrimonios y la sociedad comprende y acepta? ¿Por qué se niega esa comprensión ante un caso peor? Esa es la dificultad que nadie nos ha resuelto. Porque si, además, por caridad pretendo hacerle ver a las Farc el impacto social de su pecado, y si mi sentido de realidad pragmática me lleva a saber que no entenderán, cómo puedo aceptarlos como miembros confiables, si su ateísmo no les permite que nos comuniquemos en lo más significativo que lleva al perdón auténtico? Sin ese ‘prerrequisito’ todos los decretos generados por el ‘fast track’ son una solemne utopía. ¿Cómo se puede perdonar ese predecible fracaso en nombre de una paz ilusa?

4. ¿Cómo hace una mujer para perdonar a su violador fariano si su alma traumatizada no permite que ni siquiera un hombre se le acerque o le hable? Y si el psiquiatra dice que está traumatizada ¿No es acaso el odio el trauma fundamental del hombre cuya solución rechazamos porque no creemos en el Amor de Dios que todo lo puede y restaura?

5. ¿Cómo haces para perdonar a las Farc presenciando la destrucción social de la droga, teniendo al capo frente a tus narices pretendiendo ser senador, presidente, o catedrático invitado?

6. En mi poca experiencia creo que el perdón fácil desarrolla lo que llamaría cinismo; o si no Jesús no habría dicho tajantemente: “Vete y NO PEQUES MÁS”, así como al enfermo de los pulmones se le PROHIBE fumar. Porque hemos llegado a creer que lo que nos salva es el sistema sin una relación personal y sincera con el médico salvador que conoce nuestra alma.

7. Para que nos diéramos cuenta que la confesión correcta la ve Dios, puso en esta tierra al capuchino San Pío de Pietrelcina quien leía el alma de los penitentes ante su confesionario, y a quien no se podía engañar. ¿Pretendemos engañar a Dios con el perdón que se busca a través de un proceso político lleno de mentiras?

8. Por eso cuando las Farc piden un perdón colectivo, es la prueba fehaciente de que no han entendido la realidad del perdón, el arrepentimiento y la reparación individual, lo único que ante las personas tiene validez; lo único que genera confianza. Porque no saben dónde están parados y hay que orar para que Dios les cambie el corazón, se arrepientan de verdad para que entiendan lo que han hecho y que no tiene perdón sino en la infinita misericordia de Dios que veces se nos hace difícil de entender.

9. Con los ‘enredos’ anteriores le consulté a un siquiatra el ‘problemita’ de las Farc. Me dijo es el eterno misterio de ambivalencia del odio – amor hacia un mismo objeto. Me explicó las diferentes etapas freudianas del asunto. Continuó… quieren redimir la sociedad (amor) por medio violentos (odio). Como ni ellos mismos se entienden se van por el cinismo que es un mecanismo de evasión. Como a los normales la sociedad nos ha más o menos encarrilado hacia la convivencia, podemos quizá enseñarles algo. ¿Pero quién se le mide ante semejantes ‘estudiantes’ prepotentes o sociópatas como algunos los consideran? Le pregunté concretamente cuál era la dificultad. Me puntualizó: un psicópata no tiene remedio.

10. No contento con la respuesta del siquiatra, me fui donde el párroco y le pedí que me ilustrara sobre la dificultad del perdón. Le entendí lo siguiente. Una cosa es el sacramento de la reconciliación que no es una fórmula estilo ‘fast track’, pues está basado en una revelación divina y una tradición humana. El penitente oye, de parte del sacerdote, el perdón de Dios. Por eso un ateo no puede recibir el perdón de alguien en el que no cree. Pero también necesitamos constatar en nuestra conciencia y experiencia que el arrepentimiento es una realidad de cambio; una iluminación racional, emocional y ética sobre el error cometido; un proceso de responsabilidad con uno mismo, cuya dolorosa verdad se asume y sobre la que se actúa. Y ese proceso lo viven católicos y no católicos, si tienen un espacio íntimo para la conciencia moral y ética.

Con lo anterior recordé la historia de Esaú y Jacob que quizá nos ayude a entender la dificultad de creer en el perdón, o no aceptarlo de corazón. Jacob había ofendido a su hermano Esaú al robarle, con la complicidad de la madre, la bendición paterna que como hermano mayor le correspondía. Jacob huyó para salvarse con una conciencia culpable. Años más tarde, después de una discusión similar con Labán, pues la prosperidad de Jacob le ofendía, Jacob regresa a la tierra paterna. Tiene todas las razones para temer la reacción de Esaú. El oír que Esaú viene a su encuentro con cuatrocientos hombres no fue tranquilizador. La lucha nocturna con una figura oscura parece proyectar la personalidad combatiente de Jacob. A pesar de lo cobarde que siempre ha sido, Jacob pone a las esposas y los niños que menos le importan en las posiciones más vulnerables en el frente para poder escapar con sus hijos favoritos si es necesario. Pero lo que pasa es sorprendente. Esaú abraza a Jacob sin reservas y sin el menor signo de resentimiento.

Ahora bien, no importa cuántas veces uno lea o escuche esta historia, es difícil de creer. Jacob no lo cree, porque el arrepentimiento y el perdón no van con él. Las palabras de Jacob: " porque veo tu rostro como uno ve el rostro de Dios, y favorablemente me has recibido," (Gen. 33:10) están entre las palabras más profundas de toda la Biblia para que la revelación final sea que la Divina Misericordia en un rostro humano, es lo que buscamos. Pero, Jacob, quien lo dijo, no puede creerlo aun después de ese cálido saludo, rechazando la invitación para viajar con Esaú, con la excusa de que no puede en un día conducir sus rebaños con el cuidado necesario. Y así, taimado y cobarde, logra evitar reunirse de nuevo con su hermano por el resto de su vida.

¿Qué pasó con Esaú? Se dejó guiar por la inspiración de su espíritu. ¿Qué pasó con Jacob? Su espíritu le habló y dijo algo, ética y moralmente hermoso en ese momento, pero prefirió seguir sus instintos. En cada uno de nosotros están Esaú y Jacob. ¿A quién escucharemos? ¿Podremos escuchar si no creemos que haya ‘alguien’ que nos cuida? ¿Y si no creemos en esa ‘voz’, confiaremos acaso en la justicia, el arrepentimiento y la reparación necesaria que limpiarían nuestra alma para que podamos escuchar ese Espíritu que nos guía en las mayores pruebas? Esa es la dificultad esencial del perdón; y agréguele las otras para entender que con el perdón no se juega; y cuando se hace, ofende la integridad de las personas y los pueblos.

Ahora bien, la desesperación, o el pecado imperdonable que es el origen del crimen impensable, es el precio que uno paga por ponerse un objetivo imposible para su naturaleza frágil, como puede ser perdonar lo imperdonable, solamente con los medios naturales de cada quien. El ser malo, corrupto hasta la médula, jamás comete ese error. Por eso siempre mantiene la esperanza del dominio porque todos los medios le son lícitos. Nunca alcanza el punto de congelación de conocer el fracaso absoluto; ni tampoco cree que ese fracaso lo descubra cuando ya sea demasiado tarde, la otra vida. Por eso hoy puede fracasar con las armas, pero mañana puede triunfar con el engaño. Si usted cree que la democracia es la respuesta, pues la democracia ha sido corrompida por esos seres. ¿Qué hacer? ¿Cree usted que el perdón de esas personas sea la respuesta? Ese es el verdadero reto político, conseguir la respuesta correcta para no comprometer nuestro futuro.

Con lo anterior creo haber esbozado una serie de circunstancias que no necesariamente generan odio, pero sí CONFUSIÓN DE PENSAMIENTO Y SENTIMIENTOS. Y ante esa confusión u odio la gente se abstiene o actúa. Por lo tanto, para el futuro de las Farc, antes de lanzarse a la política, deberían hacer una encuesta con respuestas abiertas y hacer una sola pregunta: “¿Por qué nos odian tanto o no confían en nosotros?” Seguramente van a encontrar mil respuestas diferentes, de acuerdo con experiencias y escenarios dolorosos, que no se van a poder absolver con las acostumbradas razones políticas del mamertismo criollo. Piensen en lo imperdonable. He señalado algunas dificultades. Pero ustedes que son autores de la barbarie seguramente conocerán otras que yo no alcanzo a imaginar.

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