Las Farc le hicieron creer al general Mendieta que su hijo había muerto

El exsecuestrado contó el drama de su cautiverio ante la Justicia Especial de Paz.

Alguien le dijo que un familiar suyo había muerto en un accidente de tránsito. Un guerrillero le hizo la mímica de mecer a un niño. Días después le dijeron que el muerto había sido su hijo. Los meses posteriores no recibió ninguna noticia.

“Fue una tortura sicológica. Imagínese, desde diciembre de 2009 hasta el 13 de junio del año 2010, cuando salimos a la libertad (…) Todo ese tiempo yo no sabía si mi hijo estaba vivo o estaba muerto”, contó el general en retiro Luis Mendieta al revivir su secuestro en declaración entregada a la Jurisdicción Especial de Paz (JEP).

Frente a los magistrados de la Sala de Reconocimiento de Verdad hubo lágrimas y reflexiones, mientras contó los tratos inhumanos que sufrió durante once años de secuestro. De esos tratos, dijo, siempre tuvieron conocimiento los líderes de las FARC, pues siempre hubo comunicación por radio con el Secretariado.

Contó, por ejemplo, que al lado de una de esas jaulas en las que estuvieron confinados, pusieron otra donde tenían marranos. “¿Y qué ocurría?, que mientras nos daban tres o cinco minutos con agua, bombeada con una motobomba, a los marranos les suministraban una, dos, hasta tres horas de agua. ¿Por qué lo hacían? En mi concepto, adrede para demostrar que era más importante el cuidado de los marranos que el de los seres humanos”.

Sumado a eso, dijo, era otra tortura tener cadenas en el cuello y tener que ‘despertar’ el medio cuerpo afectado por la presión que ejercían. “A veces se les decía a los guerrilleros que concedieran un eslabón en la cadena. Creo que ese era el trato digno y humanitario de la guerrilla: que nos cedieran un eslabón, para que no le quedara a uno tan apretada la cadena y no le maltratara al comer o al beber”.

Dijo también que enfrentaron todas las duras condiciones de la selva, como las garrapatas que se suben a los genitales, situación agravada porque las FARC les daban medicamentos que les hacían más daño.

Además, contó de las dudas sobre qué pasaba con compañeros que no volvían a ver. Una duda que hoy persiste y que pide solucionar, por ejemplo, con una comisión especial para la búsqueda de los que dejaron de ver durante y después del cautiverio.

Su relato hizo énfasis en la indefensión en la que permanecían, sin poder huir, torturados física –con caminatas de muerte– y sicológicamente. Tanto, que algo tan básico como ir al baño se convertía en una práctica de degradación.

“Nunca lo había mencionado, pero estar allí encadenado, con diarrea y sin poder salir… (Silencio)… Muchas veces amanecí como los niños: cagado y orinado, por problemas médicos y ante la total indiferencia de atención médica de las FARC”.

La angustia duró, dijo, incluso hasta el día en que fue liberado. “En mi caso, me quitaron la cadena a las 6 de la mañana, por eso mi reacción tan pronto iniciaron los disparos, el bombardeo, fue tirarme al piso e irme a rastras avanzando hacia donde se originaban los disparos y desde donde se originaban esas granadas, porque dije, así muera, al menos mi familia va a recibir mis restos”.

Su testimonio terminó con un “muchas gracias” empañado en lágrimas, no sin antes decir que le dolió infinitamente la indiferencia de los colombianos, de la comunidad internacional y la ganancia que, para él, hoy tienen las FARC luego del proceso de paz.

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