Las Farc también tienen historia

Si la guerrilla quiere el respaldo a la paz, no puede convertir a las víctimas en una pantomima en La Habana.

María Ernestina Forero ha sido una de las tantas víctimas de la violencia guerrillera en Colombia. Llegó a Bogotá desplazada de la vereda Piedragorda, corregimiento de Santa Rita, municipio de La Cabrera. Le mataron a su esposo, Esteban Robayo, y a sus hijos de 5 y 9 años, como igual le ocurrió a Luis de Gama, Evidalia de Gama y sus 6 hijos, a Adán Castellanos y a su hijo Casimiro de 18 años, y a la maestra de escuela, una muchacha de 16 años, que fue asesinada por el bandolero 'Mararay'. El error de estas familias fue no haberse organizado en las filas del partido Comunista ni haber emigrado. El siniestro personaje que mandaba a matar y lideraba el foco comunista en el Sumapaz era Juan de la Cruz Varela, el ícono del preludio de las Farc, y quien a la postre sería representante a la Cámara, suplente de Alfonso López Michelsen. Por eso, los sucesos no son recientes, sino de 1955, y aparecen registrados en entrevista del periódico EL TIEMPO del 25 de octubre de 1961.

Aunque María Ernestina no está viva ni sería víctima, de acuerdo a la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras de 2011, su tragedia revela que la épica del movimiento campesino comunista y de las repúblicas independientes de Marquetalia, Villarrica, El Pato, Riochiquito y Sumapaz no es esa leyenda romántica cargada de altruismo con la que las Farc justifican su existencia como víctimas. Era, al contrario, la práctica del estalinismo que sufrieron las familias conservadoras y liberales que habitaban Viotá y muchas comarcas de Colombia en la década del 40 y 50 del siglo pasado. Una máquina de guerra que ha ocultado por décadas la barbarie, el despojo, los crímenes y los millones de víctimas que siguen en aumento, como la niña Isabela de tres años que asesinaron en Arauca, o la pequeña Yurani de dos años, a quien mataron en Miranda, Cauca, la semana pasada.

Millones de víctimas que han sido silenciadas por el mito revolucionario que logró tergiversar la historia, así Gabriel García Márquez se quejara de que la historia de Colombia ha sido la versión oficial de la misma. Falso, como falso es que 'Tirofijo' se fue a la guerra y combatía el régimen porque se le habían robado unas gallinas y unos cerdos; que 'el movimiento revolucionario' se origina en los acontecimientos de 1948; que los chulavitas fueron los propiciadores de la violencia en Colombia o que, si no hubiera existido 'agresión' en Marquetalia, las Farc tal vez no habrían existido. Una versión ideologizada que, a fuerza de repetición por autonombrados intelectuales, se volvió historia, pero que está en mora de ser reconstruida y que deberá ser parte de las consideraciones de la Comisión de la Verdad.

Una versión de la historia que exalta los hitos liberales cuando le conviene, pero que encubre la guerra entre liberales y comunistas, que escenifica la muerte de Guadalupe Salcedo como una traición, cuando en realidad fue resultado de angustias personales extrapoladas en una borrachera que desencadenó en un enfrentamiento con la Policía en el sur de Bogotá, como lo sostiene una investigación de Otty Patiño.

Y ahí están las nuevas versiones de la historia que nos pueden ayudar a superar la historia más allá del mito revolucionario y a entender, como en Los años del olvido de Javier Guerrero, que durante la década del 30 hubo en Boyacá y Santander un fenómeno de ejercicio de la violencia desde el gobierno en contra de los conservadores, y las investigaciones de César Ayala que demuestran que la violencia no era solo entre liberales y conservadores, sino incluso entre los propios conservadores.

Claro, si queremos cerrar el nefasto capítulo de la violencia en Colombia, tenemos que asumir una interpretación sana y sanadora de la historia, sin heredar odios tan arraigados. Pero cómo decirle a las víctimas de Bojayá o a María Camila, quien perdió una pierna en el atentado del Nogal en el 2003, que Timochenko se siente orgulloso de la estela de crímenes que ha dejado y que no se arrepiente ni siquiera un instante de lo hecho.

Por supuesto que somos partidarios del proceso de paz con las Farc y el ELN, incluso de penas alternativas que no impliquen cárcel, o muy poca, y que después del arrepentimiento y la reparación hagan política, porque la verdad será su castigo más severo. Pero por ello mismo, y si bien ha habido agentes del Estado implicados en condenables y horrendos crímenes contra miembros de la izquierda en Colombia, ello no es razón para que ahora quieran desconocer su responsabilidad histórica y hacer del punto de las víctimas una pantomima en La Habana.​

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