Las negociaciones de Uribe

No hay que ser escéptico sobre lo que está pasando en La Habana para entender las medidas desesperadas que ha tomado Santos, en el intento de vencer la profunda desconfianza de los colombianos en ese proceso. La primera medida fue hacer públicas esas 60 páginas llenas de lugares comunes, compromisos multimillonarios y peligrosos silencios, que si algo tienen de inocentes es porque en Colombia la ley es letra muerta. Sin embargo, lo que hay ya en esos documentos es suficiente para tirar al país por el despeñadero, pero como en nuestro medio todo es difícil de materializar es probable que nada se cumpla, aunque el peligro es latente.

La otra medida desesperada fue la de fletar una columna de Daniel Coronell en la revista Semana, quien más que un periodista es un contratista del Estado al que el gobierno de Santos favoreció —junto a Yamid Amat y Jorge Barón— con una extensión de la concesión del Canal Uno. Así que, amor con amor se paga. Y no es una especulación: la columnista de The Wall Street Journal, Mary Anastasia O’Grady, le informó al expresidente Uribe que esperó sin éxito por más de cinco días que Santos le contestara varias preguntas hasta que el domingo 5 de octubre, en la noche, la remitieron a la columna en la que Coronell señala que Uribe intentó negociar con las Farc.

En efecto, Álvaro Uribe siempre intentó negociar con las guerrillas, y a menudo repetía que si las Farc querían, les firmaba la paz “en cinco minutos”. Pero, como es obvio, no una paz en los términos claudicantes de Santos sino una en la que se acordaran los detalles solo de la desmovilización y la reinserción, con la generosidad que los colombianos hemos tenido con otras facciones de criminales, pero sin atropellar los criterios de verdad, justicia y reparación. Una negociación con base en unos inamovibles claramente establecidos y en el marco de la Ley de Justicia y Paz, aplicada a los paramilitares. Un acuerdo sin concesiones desmedidas, como ahora, para los terroristas.

Ante las dudas —hay que repetirlo—, no solo de la comunidad nacional sino de la internacional, lo que el ‘Juampa’ ha pretendido es hacerles creer a los incautos que Uribe intentó una negociación tan laxa como la suya, y hasta peor. Un engaño cuyo fin es el de disipar la sensación de que el país se le está entregando al castrochavismo. Santos hasta se atrevió a decirle a O’Grady que todo ha sido igual a excepción de un detalle: “La única diferencia es que mi predecesor falló y yo, hasta el momento, he tenido éxito” (The Wall Street Journal, 06/10/2014).

No obstante, la experimentada periodista hace notar que “Las Farc ven una diferencia”. Y agrega: “En septiembre escribieron en su sitio web que negocian con el gobierno de Santos porque este reconoce la violencia como un «conflicto armado» (esto, por supuesto les da estatus beligerante), mientras que Uribe siempre ha insistido en que no son más que terroristas”.

No está muy claro, por cierto, a qué se refiere Santos cuando afirma que “hasta el momento” ha “tenido éxito”. La verdad, como lo comprobamos los colombianos a diario, es que la ‘guerra’ de Uribe nos trajo la paz, y la ‘paz’ de Santos nos devolvió a la guerra. El miedo retornó a los cuatro puntos cardinales del país y reina una gran incertidumbre. Muchos lo admiten sin reservas aunque muchos otros —los gremios y el sector empresarial— callan para evitar retaliaciones de un Gobierno revanchista y solapado.

El argumento de que Uribe es inconsecuente y hasta hipócrita por oponerse a unos diálogos que supuestamente también buscó, constituye un burdo intento de demostrar que cualquier tipo de negociación es igual; se oculta que el meollo del asunto no está en el hecho de negociar sino en el cómo y en el qué. Verdadera incoherencia es pasar de criticar a Uribe por ‘guerrerista’ a reprocharle ahora el que hubiera estado abierto a un diálogo; aunque, de hecho, su consigna nunca fue la de tierra arrasada, hubo mano tendida para los que se desmovilizaron voluntariamente. Si de 2002 a 2013 se desmovilizaron 27.000 guerrilleros (según estadísticas del Ministerio de Defensa), ¿por qué echar a suertes el país por 8.000 que faltan?

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