Las piernas del cabo

Dicen que fue el Eln. Lo cierto es que fue un acto inhumano: haber exhibido en la malla de una escuela, como un trofeo de guerra, un pie mutilado del cabo Eduard Ávila Ramírez, quien previamente había perdido sus piernas por culpa de una mina antipersonal mientras ayudaba en la construcción de un parque que beneficiaría a 800 niños.

Paso en Convención, Norte de Santander. Pero también atrocidades de esta calaña, bien sean cometidas por las Farc, el Eln o los paramilitares, día a día pasan en nuestro sufrido país. Muchas de esas vejaciones dejaron una huella de cobardía en la historia de Colombia. Los cilindro bombas en Bojayá, el collar bomba que delincuentes comunes asociados con las Farc le plantaron en el cuello a una señora en Chiquinquirá, la masacre de Machuca donde el Eln achicharró a 84 campesinos, y un sinnúmero más de barbaridades están consignadas en la historia de este país. Claro, todas ellas son el resultado de un conflicto que no hemos sido capaces de frenar, por una simple y llana razón: la sed de poder que tienen algunos, montados en una vaca loca del narcotráfico, las armas y el abuso a diestra y siniestra que no tiene vuelta atrás.

No hay vergüenza por parte de los que las cometen. Por el contrario, con toda la desfachatez del mundo le caramelean a la sociedad colombiana con una voluntad de paz que no se la creen ni ellos mismos. Ya lo están haciendo las Farc en La Habana, donde a su antojo han llevado una negociación con un gobierno timorato a la hora de exigir, el mismo gobierno que está picando las carnadas que han mandado los del Eln, quienes aseguran estar listos para conversar mientras que se comportan con el mayor grado de absurdez posible, haciendo cosas como la de la escuela en Convención.

A la larga, estamos metidos en un círculo vicioso que muestra la demencia a la que estamos sometidos. Demencia que tristemente nos acostumbró al olor de la sangre de nuestros compatriotas. ¿Dónde está entonces la dignidad humana que debemos tener para que no nos irrespeten más?

Paradójicamente, ese halo de dignidad por el que debemos reclamar lo trajo a colación la persona que más dolor y rabia podría sentir en estos momentos: El cabo Ávila. Sí, ese militar que en cumplimiento de su deber perdió sus piernas. Con palabras pausadas y reflexivas el cabo Ávila mostró su coraje y ganas de vivir sin perder la capacidad crítica frente a lo que pasa en un país que adolece de arrodillamiento crónico. Herido, pero con la tranquilidad del deber cumplido, el cabo manifestó: “Este es el sacrificio que me tocó ofrecer a mí y estoy orgulloso porque lo hice por mi Patria… Son unos animales y salvajes. Carecen de todo principio y valor, qué más se les puede decir a estos sujetos que no tienen conciencia para hacer un daño como este. Son animales y creo que con eso estoy ofendiendo a los animales por esta comparación”. Sin más ni menos, lo dijo todo.

Con esas palabras del cabo, se me viene a la cabeza una pregunta final: ¿no será hora de que el gobierno exija un mínimo de respeto a la población civil? Sí, ya sé… se la pasa exigiendo, pero nunca de verdad, nunca con pantalones, por más que el ministro de Defensa en tono envalentonado les diga “ratas humanas”. Lo triste es que estamos con las manos atadas. Por un lado, si las Fuerzas Armadas llegan a tallar un poco contra las Farc, se alborotan las susceptibilidades de los jefes guerrilleros sibaritas y buenas vidas que negocian en La Habana. Si lo hace contra el Eln, pues esta guerrilla se alejaría de complacer los propósitos ególatras del gobierno de tener dos procesos de paz marchando. El panorama pinta sombrío. Este gobierno le debe las piernas al cabo Ávila. Con dolor, hay que decirlo. Esperemos que no le quede debiendo las piernas a un país que quiere caminar y que como van las cosas, no lo va a poder hacer.

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