Las sombras de la noche

El optimismo inducido por el jefe del Estado sobre la paz y los diálogos de La Habana es un elemento que puede hundir a los colombianos en un sopor de inconformidad y desesperanza. Santos tiene montado un esquema del siguiente tenor, como lo cuadros o capítulos de una obra de teatro. Primero: salen las Farc vestidas de civil y proclaman el cese unilateral de fuego por tiempo indefinido (que no es lo mismo que definitivo). Segundo: el Presidente da la orden a los delegados y a los militares de estudiar el cese bilateral. Tercero: luego de unos meses cortos, Santos declara que el Estado acepta esa propuesta de iniciativa de las Farc. Cuarto: Santos declara que el cese bilateral es el fin del conflicto y que el fin del conflicto es la paz, la paz que él buscaba.

Para ese momento no parece posible que coincida el cierre final de la agenda de La Habana, con todas las concesiones del Estado a las Farc y ya estemos ad portas de las elecciones regionales del 25 de Octubre. Santos pondrá en marcha el presunto referendo sobre su paz con una breve pregunta que no tendrá discusión: ¿aprueba o desaprueba usted el fin del conflicto con las Farc mediante el cese bilateral del fuego? Y, oh! Gloria inmarcesible. Ahí quedamos envueltos en una maniobra donde los candidatos a las alcaldías, gobernaciones y cuerpos colegiados locales no se centrarán en los asuntos cercanos de la ciudadanía, sino que de nuevo estaremos como en las elecciones presidenciales.

Querámoslo o no, las Farc van a seguir influyendo en demasía en la política y en los planes de gobierno. El modelo de negociación escogido por Santos y sus asesores es una complejidad y oscuridad que envuelve como una telaraña a las instituciones del estado y las deja a merced de ese insecto gigante, alimentado por los mismos que en estos momentos son sus prisioneros: el Presidente, el Fiscal, la Fuerza Pública. La figura de la paz santista, o sea el cese bilateral, tiende una cortina de humo denso sobre el contenido verdadero de los acuerdos entre las partes y que requieren la refrendación del pueblo colombiano. Además queda por definir lo que va a pasar con el Eln y sus santos óleos de la teología chavista.

Las negociaciones en La Habana seguirán de manera indefinida y no parecen tener vuelta atrás. Pero no vislumbra a la vista estación terminal. Y serán indefinidas mientras la guerrilla no se defina por la paz, sino por la estrategia de agotar a Santos y su gobierno, desesperándolo y sacándole ventajas y privilegios, con la asesoría de los cubanos y con el tiempo a su favor. Es que definirse por la paz no es el cese bilateral de hostilidades. Más de dos años de diálogos deberían haber alcanzado un grado de confianza suficiente, no importa que nos cueste mucho dinero el escenario habanero: hasta noviembre de 2014 la cuenta era de 26 mil millones de pesos. Tampoco ha sido suficiente el halago de las concesiones políticas, territoriales y económicas del posconflicto. Definirse por la paz es entregar las armas, desmovilizarse y correr la suerte de la justicia transicional. Mientras tanto los ciudadanos, en estas sombras nocturnas que reflejan los ventanales del Palacio de Nariño, esperamos que sin las marrullas presidenciales nos enseñe el inquilino, algún día de algún año de este siglo, cuáles son los acuerdos entre las Farc y el gobierno, para entrar a ejercer el derecho de aprobarlos o rechazarlos.

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