Las vacas se enflaquecen

De nada sirve que, en el papel, el balance fiscal de la Nación esté bonito si la realidad está fea.

Ya nadie lo discute: después de década y media de crecimiento año a año –salvo el 2009, efecto de la crisis financiera mundial– resuena el chillido de los frenos de la economía del país. Tras un período dorado entre el 2005 y el 2007, con crecimientos del Producto Interno Bruto (PIB) de entre 5,5% y 7,8%, y una estabilización en los tres años recientes cerca del 4,5%, la banca privada y los organismos multilaterales han corregido sus cálculos a la baja en torno al 3% para el 2015.

En la franja más pesimista se mueve el Bank of America, con un pronóstico que asusta: 2%. En la más optimista, el Banco de la República y la Cepal: 3,6%. Pero como el precio del petróleo sigue de capa caída –de él depende parte importante de los ingresos de la Nación– y la industria no levanta cabeza, puede haber más correcciones a peor.

No son solo números. Un frenazo así tiene efectos directos en la vida de los colombianos. Décadas de estadísticas han demostrado que si el país crece menos del 4%, el desempleo sube. Y si crece por debajo del 3%, se dispara. Las cifras recién reveladas por el Dane prenden las alarmas: después de muchos meses de descenso, la tasa de desempleo rebotó en abril, con un alza de 9% a 9,5%.

Hubo un aumento neto en los puestos de trabajo, pero como también creció la tasa de participación –más gente salió a buscar trabajo–, el desempleo subió. El alza de la tasa de participación puede tener varias explicaciones, positivas y negativas. Entre estas últimas, una inquieta mucho: que jóvenes que se podían dar el lujo de estudiar porque en casa había para pagar las cuentas hayan salido a buscar trabajo, pues el ingreso de sus padres ya no alcanza.

Habrá que esperar a las cifras de mayo y junio. Si se confirma la tendencia al alza, quedará demostrado lo que algunos advertimos cuando el Congreso tramitaba la ley tributaria: que era una reforma improvisada que mataría empleos. Se cuentan por decenas las grandes plantas que han cerrado, en especial en el Valle del Cauca. Arrastraban problemas, es cierto. Pero la nueva carga tributaria convenció a sus administradores de apagar máquinas y despedir trabajadores. Es verdad que en Barranquilla y otras urbes del Caribe han abierto fábricas para aprovechar la condición portuaria en tiempos de TLC. Pero el aumento del desempleo indica que no es suficiente.

El presidente Juan Manuel Santos y su ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, tienen que reconocer que las vacas que estaban gordas se están enflaqueciendo, y tomar medidas. Los planes de estímulo englobados en el programa Pipe son interesantes, pero insuficientes con las proyecciones tan a la baja.

El año pasado, cuando la economía ya mostraba síntomas de cansancio, las cosas salieron bien gracias a la construcción de vivienda y las carreteras. Urge mantener esa apuesta. ¿Cómo hacerlo si la Nación está corta de plata, más aún cuando –en una decisión absurda que da para otra columna– el Consejo de Estado frenó la venta de Isagén? Hay dos caminos. El primero, las alianzas público-privadas (APP): en ellas buena parte de los recursos viene del inversionista privado. Y dos, con deuda.

Colombia tiene una tasa de endeudamiento más bien baja, comparada con la de otros países. En Europa, es normal que la deuda pública sea del 100% del PIB. En Colombia está por debajo del 50%, y eso que la devaluación la ha encarecido. Unos pocos puntos más de deuda no pondrían en riesgo el horizonte financiero y, en cambio, darían a la economía el empujón que necesita para no quedarse varada. Santos y su Minhacienda son muy celosos de que los balances estén bonitos y por eso se resisten: pero deben saber que esos balances –y la realidad misma– se pondrán muy feos si las vacas se siguen adelgazando hasta quedar en los huesos.

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