Las víctimas de las Farc

En momentos en que las conversaciones de paz con las Farc se concentran en la discusión de uno de los puntos más críticos de la agenda –el de las víctimas– la ola de atentados que ha perjudicado principalmente a la población civil está llevando a la ciudadanía a volverse más escéptica sobre la voluntad de la guerrilla, haciendo cada vez más improbable que apruebe en referendo el eventual acuerdo que se firme en La Habana, condición indispensable para su materialización.

Es casi imposible justificar el hecho de que mientras todo el país espera que las Farc depongan su actitud arrogante y soberbia,  para reconocer que han sido victimarios en una guerra de 50 años que el pueblo no les pidió que hicieran a nombre de ellos, este grupo armado ilegal siga por el contrario causando más víctimas civiles, volando acueductos, carreteras, puentes, torres de energía y tramos de oleoductos; sigan lanzando armas prohibidas por los Convenios de Ginebra y los Protocolos Adicionales para afectar mayoritariamente a niños y mujeres; y recurran a una infame estrategia para hacer que las compañías petroleras paguen extorsiones, como es obligar a los conductores de carrotanques a derramar el crudo en ríos o quebradas, perjudicando gravemente al medio ambiente.

Sorprende que destacados líderes políticos y de opinión, caracterizados por su racionalidad y lucidez, por defender a ultranza un proceso de paz ciertamente diferente y bastante avanzado, digan que esta arremetida de las Farc y el Eln representa una contingencia natural del hecho de dialogar en medio del conflicto, cuando la mayoría de muertos son civiles y no combatientes.

Mientras las Farc no reconozcan que su accionar ha dejado víctimas y estén dispuestos a repararlas, el proceso de paz de La Habana fracasará sin remedio. La actitud cínica de transformarse de victimarios en víctimas del Estado, por cumplir este su obligación constitucional de combatirlos, es una posición inadmisible que ni siquiera debe ponerse en la mesa de discusión.

A La Habana deben ir los representantes de los cientos de miles de campesinos desplazados por las armas de la guerrilla, de los indígenas atacados y violentados, de los civiles y militares secuestrados durante tantos años por dinero o beneficios de negociación, de las viudas y madres que perdieron a sus esposos e hijos por cuenta del salvajismo guerrillero.

No deben sentarse a la mesa de los diálogos activistas de organizaciones que han sido tolerantes (cuando no cohonestantes) con los crímenes de este grupo armado terrorista.

El máximo jefe de las Farc, alias Timochenko, envió ayer una carta en la que disfraza nuevamente con eufemismos su responsabilidad histórica de pagar el daño que han hecho.

Dice que las Farc tienen la mejor disposición “de explicar cuanto sea necesario y asumir las correspondientes consecuencias”, pero no de sus actos, sino del conflicto, con lo cual una vez más soslayan su cuota de culpa.

Y a ese cinismo le añaden dos nuevos atentados contra la infraestructura petrolera y el hallazgo de varios cilindros listos para lanzar.

¿Cuál es el límite de los colombianos a tanta violencia y arrogancia?.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar