Lecciones de Venezuela para Colombia

Más de una razón para estar atentos a los resultados de las elecciones presidenciales de este domingo en Venezuela. Pero, sobre todo, para prestar suma atención a lo que sucede en Colombia a fin de evitar la repetición de la misma tragedia en nuestro suelo.

En su reciente visita a Colombia la diputada opositora venezolana María Corina Machado nos concedió un espacio para dialogar sobre la situación del hermano país. Habíamos pensado en una entrevista formal, pero el apretado momento se convirtió en un diálogo intenso, imposible de transcribir como entrevista, gracias al desorden impuesto por las atropelladas intervenciones de uno y otro lado.

Tras casi dos horas de intercambio de ideas e informaciones, donde la batuta la llevó María Corina, al salir me asaltó un interrogante: ¿Qué nos quiso decir la diputada? ¿Simplemente transmitirnos los sufrimientos y tragedias del pueblo venezolano bajo la férula del chavismo? Seguramente ese es el centro de su discurso, con tesis que varios medios colombianos reprodujeron en esos días y que ella ha venido repitiendo los últimos años. Pero no era sólo eso.

Entonces, de golpe, lo entendí cuando recordé una de sus expresiones más vehementes: “Hace14 años en Venezuela nadie, pero nadie, se imaginaba que nos iba a suceder lo que nos ha sucedido”. He ahí lo que quiso transmitirnos. Más que narrarnos sus tribulaciones, María Corina nos quería prevenir para que no repitiéramos la historia trágica de la vecina república. Toda su intervención ese día estuvo dirigida a extraer de su país unas lecciones para que nosotros no fuéramos a repetir el calvario.

 “Estamos viviendo una etapa de un enorme desafío histórico -indicó-. A nuestra generación le ha tocado ver y escribir la historia, y decidir no solo el futuro nuestro sino el de las futuras generaciones de venezolanos y de colombianos. Estoy convencida de que lo que hagamos –o dejemos de hacer- en estas horas será decisivo para el resto de la vida. Por lo que está en juego en Venezuela, y por lo que está pasando en Colombia también”.

Hice una composición de tiempo y lugar y me encontré con escenarios comparables. Ahora que el gobierno colombiano negocia con los narcoterroristas de las Farc en La Habana, ofreciéndoles generosos indultos y amnistías, que bajo falsos ropajes de justicia transicional esconden una vergonzosa impunidad, recordé que todo el viacrucis venezolano se inició con el indulto de Rafael Caldera al coronel golpista Hugo Chávez, quien valido de su habilitación para ser elegido pudo llegar luego al poder e imponer un régimen tiránico. Otorgar impunidad y elegibilidad a quienes nunca se han arrepentido de sus acciones protervas y fines insanos es empezar a cavar la tumba de la democracia.

Como en Venezuela hace catorce años, muchos incautos en Colombia piensan que eso no es importante. Que se puede ceder ante los violentos para conseguir que aplaquen su accionar delictivo y darles opciones de poder. Que si se logra la paz, vale pagar por ella la impunidad que sea menester. La lección venezolana es evidente: el apaciguamiento ante las fieras es el principio de la hipoteca de la libertad de la nación. Ansían el perdón generoso, sin arrepentimiento y sin pagar por sus crímenes, para entrar como lobos con piel de ovejas, y luego devorar al desprevenido rebaño.

María Corina, casi con terquedad, relató cómo se ha instalado allá un régimen dictatorial pero que funge como legítimo. Diecinueve elecciones en catorce años, casi una y media por año, sirven al chavismo para argumentar que es un gobierno democrático. Esa es simplemente la apariencia. Los comicios son amañados a más no poder. Todo el aparato estatal, los subsidios abundantes con dineros provenientes del petróleo, el control a los medios, el atemorizamiento, hablan del desequilibrio insalvable entre oficialismo y oposición.

Pero en particular relievó el cambio de las reglas de juego de 2010, cuando la oposición ganó las elecciones al parlamento pero obtuvo menos diputados que el chavismo por la modificación de circuitos electorales y su peso. El chavismo no es mayoría, insistió María Corina, “los demócratas somos la mayoría”. Pero con manipulaciones y fraudes se sostiene contra el querer mayoritario. Experiencia que provoca una nueva reflexión para nuestra patria, cuando se empiezan a ventilar fórmulas para desconocer las mayorías y darle inusitadas prebendas a las minorías violentas, como otorgarles representación voluminosa en el Congreso o en una eventual Constituyente.

La apariencia de legalidad ha contado con un elemento central en Venezuela: el control de la rama judicial por el chavismo. Que no solo ha servido para perseguir y criminalizar a quienes son desafectos a la tiranía, sino para perpetuar arbitrariamente al “socialismo del siglo XXI” en el poder. La Constitución es un rey de burlas; el Tribunal Supremo de Justicia está dispuesto a interpretarla a su antojo para perpetuar la usurpación del poder. Avaló la presidencia de Chávez sin posesionarse, como lo exige la Constitución; refrendó la vicepresidencia de Maduro sin presidente en ejercicio que lo nombrara y evadiendo declarar la incapacidad de Chávez para ejercer el mando, que implicaba, según la Carta, su reemplazo provisional por el presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello; y para colmos, urdió la maniobra de designar a Maduro como presidente provisional al morir el  coronel, con el fin de evadir la prohibición constitucional al vicepresidente de  ser candidato presidencial.

Qué tiene que ver eso con Colombia, preguntarán algunos. Recordemos que el gobierno de Santos impuso en el Congreso el Marco Jurídico para la Paz, con alta dosis de impunidad, violatorio de acuerdos internacionales que hacen parte del bloque de constitucionalidad como acaba de recordarlo el Procurador en concepto ante la Corte Constitucional. Con el fin de otorgar indulto y amnistía a una guerrilla arrogante que no solo quiere más impunidad de la ofrecida sino que se les declare víctimas y se condene al Estado como victimario. Pues bien: el presidente Santos ha manifestado que la justicia no puede interponerse ante la paz, sino estar a su servicio. Dicho en otras palabras: el acuerdo con los violentos requiere que no se les aplique la justicia para que sea aceptable para ellos. Estamos pues en un punto crucial en donde la Corte Constitucional deberá decidir si la búsqueda de la paz amerita saltarse las normas internas y los pactos internacionales, para darle visos de legalidad a la impunidad, y así satisfacer a los violentos y allanar su camino sin trabas a la civilidad y al poder; si se impone la tesis santista y se le abre camino al castro-chavismo en nuestro suelo. Si procede como un tribunal serio y respetable o se convierte en una marioneta como el venezolano.

Para rematar, la diputada Machado nos confesó la amargura que a los buenos venezolanos les produce la indiferencia y aún complicidad de los países autocalificados como democráticos, y de los organismos multilaterales, ante semejantes atentados contra el Estado de derecho. Reivindicó la Carta Interamericana pero se dolió del papel de la OEA, presta a protestar y actuar contra Honduras o Paraguay, que simplemente aplicaron sus constituciones, pero no eran del agrado del chavismo. En cambio ha guardado silencio contra los atropellos del régimen de facto de Maduro y Cia. Por supuesto que le duele al bravo pueblo la actitud del gobierno colombiano actual, complaciente con un régimen al que ha otorgado el papel de estabilizador de la región.

Los colombianos debemos meditar muy seriamente en este aspecto. Se le ha dado de nuevo categoría de luchadores políticos a los terroristas, y potestad de negociar de tú a tú con el Estado el futuro de la nación. Se buscará seguramente que la comunidad internacional valide los acuerdos que se pacten, así se salgan del marco de los principios universalmente reconocidos de verdad, justicia y reparación. Después, poco le importará a esa comunidad internacional que los beneficiarios del perdón accedan al poder y en nombre de los pobres y el progreso, como ha empezado a hacerlo el alcalde de Bogotá, cometan toda serie de tropelías y vayan imponiendo su voluntad despótica sin importarles el ordenamiento constitucional ni los principios de la democracia liberal.

Entrando a hablar de temas económicos, tocó María Corina las nacionalizaciones y sus desastrosas consecuencias. “Uno de los casos más evidentes es el de la agricultura –expresó María Corina-. Ahí fue donde comenzó primero, a raíz de la Ley de Tierras (y otros decretos), limitando la propiedad, interviniendo en el manejo de las fincas pequeñas, medianas y grandes, y obviamente utilizando las expropiaciones. Estamos hablando de unas cuatro y medio millones de hectáreas que han sido apropiadas por el gobierno, con el argumento de que son tierras ociosas o latifundios improductivos. Hoy el único latifundista que hay es el propio Estado. Por eso hemos dicho: si se quiere repartir tierras, que lo haga el Estado con las suyas. Lo de que solo se expropian las improductivas ha sido una falacia; numerosos propietarios eficientes lo han sido. ¿Por qué?, preguntan los dueños de fundos. Yo les he respondido: precisamente por eso, porque eran las más productivas”. Hoy Venezuela importa cerca del 80% de los alimentos que consume y el desabastecimiento cunde por todo el país.

Era otra advertencia a los colombianos sobre el futuro del campo que ahora se negocia en La Habana, exactamente con los mismos argumentos de afectar solo las tierras improductivas y favorecer a pequeños campesinos. Solo que aquí de entrada se habla de cifras en millones de hectáreas que multiplican por cuatro o más las que ha intervenido el Estado en la vecina república. Valga comentar que en Venezuela se empezó por el campo, pero rápidamente se pasó a la ciudad, y hoy las expropiaciones cubren a todos los sectores económicos. Las secuelas han sido fomentar empleo improductivo y conducir a la ruina florecientes empresas del pasado.

El chavismo no existiría sin la bonanza petrolera de estos años. Es una revolución edificada no en la pobreza de las gentes -que más bien quiere perpetuar, según María Corina, para mantener su dependencia- sino en los fabulosos ingresos provenientes de los hidrocarburos. Sobre esa base, con dádivas copiosas adentro y afuera, ha cultivado una gruesa corriente de prosélitos pagos. Los subsidios, otorgados a través de las conocidas “misiones”, han logrado que indicadores económicos y sociales hayan mejorado levemente y se exhiban como prueba de las bondades del chavismo. María Corina Machado ha develado la farsa: mientras los ingresos de la gente han crecido un escaso diez por ciento, los precios del petróleo –y las ganancias del Estado- han pasado de menos de diez dólares el barril hace 14 años a más de 100 hoy, es decir un aumento de más de diez veces.

Y la ruina económica es inocultable. Los ínfimos avances sociales, por otro lado, no son sostenibles. Bastará que los precios de los hidrocarburos empiecen a caer para que el régimen tambalee y caiga. A los colombianos nos debe preocupar también esta situación. Entre otras cosas porque Colombia se dirige presurosa, bajo el gobierno actual, tras los pasos de Venezuela. Mientras la agricultura y la industria están en ruina, solo crece la “locomotora” minera. El santismo se ha reducido, como el chavismo, a vivir de las regalías de esa bonanza minera y a gobernar a base de subsidios, repartidos como “mermelada” por toda la tostada del país, según desafortunada expresión del primer ministro de Hacienda de este cuatrienio.

Dejamos para el final un comentario crucial. En la reunión con la diputada venezolana se abordó un tópico muy sensible: ¿entregará el poder el chavismo si pierde las elecciones? Distintos comentarios se hicieron sobre el particular, desde apuestas al avivamiento de sus contradicciones internas, hasta el papel de las fuerzas armadas, dentro de las cuales aún existen sectores que no son proclives a la intervención cubana y a los afanes dictatoriales de la cúpula bolivariana.

Sin embargo la inquietud mayor resultó de la evaluación de los intereses en juego. Son tan poderosos y comprometedores que es difícil que faciliten una transición pacífica en caso de triunfar la oposición. Está la presencia avasalladora de Cuba y su intromisión en todos los asuntos, contando con sectores afines como el que encabezan Nicolás Maduro y Elías Jaua. Están los intereses de la “boliburguesía” que ha florecido alrededor de grandes negocios, como las importaciones, los cambios internacionales, las finanzas. Un solo ejemplo, explicado por la diputada Machado, retrata esta realidad: basta tener relaciones en las altas esferas del Estado para hacerse a dólares vendidos por Cavidi al cambio oficial, y al minuto venderlos en el mercado negro a cuatro o cinco veces ese valor. La magnitud de las ganancias obtenidas es fabulosa.

Y están las relaciones del régimen con el mundo del crimen y del terrorismo. Es sabido que a todo nivel hay conexiones estrechas, que han sido denunciadas muchas veces, con las mafias y el narcotráfico, que ha crecido abrumadoramente en Venezuela. Del mismo modo se han denunciado las peligrosas relaciones con países como Irán, que promueve el terrorismo e infiltración y ha estado comprometido en actos terroristas como el de Amia en Argentina. Y obviamente, los vínculos conocidos con organizaciones terroristas como la Eta y las Farc.

Tantos intereses hacen temer a cualquier persona sensata sobre las posibilidades de que los detentadores del poder entreguen las riendas del poder por las buenas, que acepten su derrota en el caso muy probable de que se produzca en las urnas.

Y esa es la última lección que quería traer a colación de la charla con María Corina Machado. Las negociaciones de paz en Colombia tienen un entronque con Venezuela. Al chavismo le interesa entronizar a sus carnales “bolivarianos” en Colombia. Ensayando tal vez ahora medios institucionales –al menos en apariencia, pues las Farc se niegan a entregar las armas y sus negocios de narcotráfico- para ir construyendo una fuerza que pueda asaltar el poder en cualquier momento. Y que instauraría una dictadura con similares características a la de nuestro vecino, no solo por su orientación ideológica, sino por la naturaleza de sus vínculos criminales e intereses mafiosos, de la cual difícilmente el país podría desembarazarse por medios civilizados y democráticos.

Más de una razón para estar atentos a los resultados de las elecciones presidenciales de este domingo en Venezuela. Pero, sobre todo, para prestar suma atención a lo que sucede en Colombia a fin de evitar la repetición de la misma tragedia en nuestro suelo.

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