Leyva y el ‘Danubio azul’

Corte ha ido armando su soberanía y ganando terreno en ejercer poder constitucional y legislativo.

Hasta hace poco una de las instituciones más aprestigiadas, la Corte Constitucional ha venido perdiendo categoría hasta convertirse en uno de los focos de los peores escándalos de corrupción de los últimos años: el mercado persa de las tutelas, aún pendiente.

Desde mucho antes, los desvíos de la Corte ya preocupaban: de guardiana de la Constitución, ha venido armando su propia soberanía y ganando terreno en ejercer un poder constitucional y legislativo para el que no fue creada.

Y a la primera oportunidad que tiene, al revisar la ley de equilibrio de poderes, que pretendía reorganizar la justicia administrativa y disciplinariamente, tumba el núcleo de la reforma, como es la Sala de Gobierno de la Rama, argumentando que crea asimetría, que elimina la figura del autogobierno judicial y que afecta la separación de poderes y, por lo tanto, sustituye la Constitución.

Especialmente los congresistas se sintieron ofendidos y el Gobierno, humillado, por la caída de una iniciativa que se tramitó bajo la batuta de sus ministros Yesid Reyes, de Justicia, y Juan Fernando Cristo, de Gobierno. Caído un muro, falta que se caiga el otro, el Comité de Aforados, un organismo que acabaría con la práctica de que ni a los magistrados ni al Fiscal General los vigila ni los sanciona nadie en Colombia.

Juristas de la categoría de Hernando Yepes comparten con la Corte que esta ley es un Frankenstein y que es mejor que se caiga toda, porque, de aplicarse, pronto será peor. Razón no le falta. El problema es de oportunidad.

Si la Corte declara que una ley que afecta su autonomía sustituye la Constitución, algo insignificante, ¿entonces qué dirá de lo que le corre pierna arriba con el proceso de paz, realmente sustancial?

No sé qué se inventará para aprobar el plebiscito, con un umbral rebajado de la participación popular mínima que estableció originalmente la Constitución del 91, y al cual pretende dársele unos efectos políticos y jurídicos que no son propios de esa figura. Pero que, además, altera sus requisitos para un tema concreto, la refrendación de la paz, con lo cual discriminan todos los demás temas que a cualquier Presidente futuro se le ocurra consultarles a sus gobernados con el umbral original de más de 15 millones de colombianos, y no de 4 millones, como el de ahora.

Tampoco sé qué se inventará la Corte para justificar la constitucionalidad de un acto legislativo que acorta los procedimientos del Congreso para hacer leyes y reformas constitucionales. El ‘fast track’. Tampoco sé cómo justificará la Corte que entregarle al Presidente unas facultades habilitantes para que reemplace al Congreso en su labor de legislar no sustituye el espíritu de la Constitución.

Ni cómo se pudo justificar que se haya podido meter el famoso blindaje de los acuerdos especiales en el 8.° debate del acto legislativo, rompiendo la unidad de materia y la consecutividad que exige la Constitución.

Es imposible que a la Corte le parezca que rompe más la Constitución una reforma que afecta un poco su autonomía que una justicia transicional que crea toda una jurisdicción nueva que la suplanta para darle visos constitucionales a la impunidad de la que gozarán las Farc.

Luego es justo que los colombianos nos preguntemos si la tesis de la sustitución de la Constitución se aplica de acuerdo con el genio con el que amanezcan los magistrados de la Corte. Como estaban de buen genio en la primera reelección de Uribe, la dejaron pasar. Seguramente no lo estaban en la segunda, porque ahí sí dijeron que se sustituía.

Habrá muchos colombianos a los que les parece que por la paz se justifica este ballet de reformas, este ‘Danubio azul’ de tesis jurídicas que dirige inteligentemente la batuta de Álvaro Leyva.

Pero no nos engañemos: la Constitución que nos regirá después de firmar la paz será absolutamente distinta a la que ayudó a redactar Humberto de la Calle en el 91. Lo cual solo significa que afortunada o desafortunadamente la Constitución de Colombia sí se puede sustituir, si se encuentra al director de orquesta adecuado.

Entre tanto… Semejante olla la del ‘Bronx’. ¡Y pensar que hay gente opinando que ese ‘hábitat’ de secuestrados, de bandas, de 136 menores drogados, de 1.900 habitantes de la calle, de 900 máquinas tragamonedas, de 12 perros, 17 gatos y 2 tortugas merecía el respeto de no intervenirlo!

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