Lo que Petro está sembrando

Es la resurrección de un funesto marxismo bajo la máscara del llamado socialismo del siglo XXI, que puso en marcha Hugo Chávez con el apoyo de Castro.

¿Quién aprueba a Petro? Nadie, pensaba yo hasta ayer mismo. Haciendo fila en un cine o en un supermercado, cualquier conocido me hablaba de los desastres que padece Bogotá por culpa suya. No es solo una opinión de oligarcas, como afirmaría un mamerto. Choferes de taxi, porteros, oficinistas, vendedores y hasta empleadas del servicio doméstico con los que uno se encuentra piensan lo mismo. Así lo veía yo, pero la verdad es que hace pocos días, cuando tuve que cumplir una diligencia en el remoto sur de la ciudad, tropecé con una muy diferente percepción de nuestro ilustre y arrogante burgomaestre.

Bastó dejar atrás la iglesia de Egipto para descubrir un enorme mural con el rostro de Petro y entusiastas consignas a su favor. En Las Cruces y mucho más allá, en maltrechos barrios desconocidos por mí, grafitis y anuncios de todo lo obtenido por la Bogotá Humana florecían en plazas, esquinas y hasta en la puerta de un viejo hospital.

¿Era solo un ilusionismo gráfico? No. Tuve oportunidad de reunirme con algunos fieles petristas, miembros de una junta de acción comunal, para darme cuenta de que prebendas y subsidios repartidos en aquel barrio les permitían ganar muchos adeptos para su líder. El cobro de una mínima tarifa por el consumo de agua, rebajas en el transporte público, halagadoras promesas de trabajo a través de redes de empleo y otras medidas propias de un modelo populista como el impuesto en Venezuela por Chávez cumplían en aquellos barrios un efecto milagroso. Nadie allí tomaba en cuenta desastres como la recolección de basuras, los huecos y la ruinosa máquina que no ha logrado taparlos, los insoportables trancones, la inseguridad y, por supuesto, la evidente incompetencia administrativa de su ídolo.

Desde luego, ven con muy buenos ojos el último desvarío de Petro. Me refiero a su loco empeño de construir viviendas para los desplazados en los sectores más excluyentes de la ciudad. Para aquellos petristas, sacar de laderas y extramuros a los más pobres para dotarlos de un techo y una vida más digna y segura es un duro golpe contra la oligarquía. Resulta inútil recordarles los problemas que enfrentarían los desplazados en estas zonas del estrato 6. ¿Dónde van a encontrar baratas fondas, escuelas para sus hijos o mercados populares?

Se trata de un nuevo aterrizaje del populismo entre nosotros. No olvidemos su sustento ideológico. Es la resurrección de un funesto marxismo bajo la máscara del llamado socialismo del siglo XXI que puso en marcha Hugo Chávez con el apoyo de Castro. Intactos quedaron en Petro los dogmas propios del perfecto idiota latinoamericano. De muy poco vale recordar cómo estos mitos o dogmas, además de llevar a Cuba a una situación menesterosa, ahora han roto la prosperidad en Argentina y han hundido a Venezuela en un colapso nunca antes visto.

Pero no por esto el populismo ha muerto. Ahora, quién iba a imaginarlo, hace su amenazante aparición en Europa. En España, por ejemplo, un extraño partido llamado Podemos aparece con las mayores opciones de llegar al poder desplazando al Partido Popular y al PSOE. Su Petro, que lleva el beatífico nombre de Pablo Iglesias, propone triplicar el salario mínimo, no pagar la deuda, aumentar los impuestos a los ricos para cubrirles a los pobres necesidades básicas como vivienda, salud y educación. En Francia, este apartheid no proviene de la izquierda sino, al contrario, de una extrema derecha también populista que propone eliminar el euro y volver al franco, abandonar sus compromisos con la Unión Europea y cerrarle la puerta a la inmigración. Su máxima figura es hoy Marine Le Pen, quien sigue los pasos de su padre.

Todos estos desvaríos, provengan de donde provengan, tienen hoy un sustento similar: el descrédito de la clase política. ¡Cuidado! Que no ocurra lo mismo entre nosotros.

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