Lo que realmente está en juego

Lo que hoy se trata de saber es si estamos dispuestos a pagar el precio exigido por las Farc.

Tras el sorprendente resultado de la primera vuelta, Óscar Iván Zuluaga aparece hoy con serias opciones de triunfo. Tras su contundente acuerdo con Marta Lucía Ramírez, contaría con los votos obtenidos por ella. ¿Qué rumbo tomarán quienes votaron por Clara López y Enrique Peñalosa? ¿Cuántos votarán por él y cuántos por Santos? Difícil de evaluarlo. Dígase lo que se diga, los colombianos nos hallamos frente a una realidad inédita que merece analizarse con sumo cuidado.

Es una tontería hablar de un Partido Conservador dividido. Sus bases electorales mostraron una vigorosa independencia al dar la espalda a las prebendas oficiales votando con entusiasmo por Marta Lucía, cuya campaña, de admirable nitidez, se apoyó esencialmente en principios y programas. Será muy poco lo que los congresistas conservadores partidarios de Santos le aporten a este por encima de los votos que le dieron en la primera vuelta.

Un hecho de mucha trascendencia a favor de Zuluaga fue el viraje que en torno al proceso de paz significó su acuerdo con Marta Lucía Ramírez. Ya no se trata de suspender abruptamente los diálogos, lo que le habría permitido al presidente seguir hablando de amigos de la paz y amigos de la guerra. Ahora el debate es otro, muy distinto. Se trata de saber hasta dónde se puede llegar a un acuerdo con las Farc sin desviar peligrosamente el rumbo del país.

A este respecto, es bueno tomar en cuenta lo que ‘Timochenko’ e ‘Iván Márquez’ esperan de un acuerdo en La Habana. Lo han dicho. No aceptan sanciones penales ni entrega de armas, exigen asignación de curules en el Congreso y en una asamblea constituyente, reducción de las Fuerzas Militares, zonas de reserva campesina sin control del Estado y un modelo económico muy similar al que ha causado desastres en Venezuela.

Todo esto, sumado a la injerencia que han logrado las Farc en la justicia, las universidades, los sindicatos, las comunidades indígenas y afrodescendientes y hasta en la protesta social, está abriéndole puertas en Colombia al castro-chavismo. Es, definitivamente, un cambio de estrategia que el exguerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos se lo explicó muy bien a María Jimena Duzán. En un continente –dice él– donde una izquierda que comulga con las mismas ideas y propósitos de las Farc llegó al poder por la vía electoral, la lucha armada es hoy un material de desecho. Así lo piensan, sin duda, personajes como Piedad Córdoba, Iván Cepeda, Petro, Aída Avella, Gloria Cuartas y otros tantos que comparten su credo ideológico. Si anuncian hoy su voto por Juan Manuel Santos es porque esperan que el acuerdo de paz les abra reales opciones de poder.

Zuluaga, de su lado, tras el acuerdo suscrito con Marta Lucía Ramírez, acepta proseguir los diálogos en La Habana pero sin acciones terroristas por parte de las Farc, sin siembra de minas, sin voladura de puentes y oleoductos, reclutamiento forzado de menores, ejecuciones de soldados y policías. Tampoco considera admisible reparto de ciertos poderes entre la guerrilla y el Estado. A cambio de estas restricciones, aceptaría rebajas de penas para las Farc y el Eln y su transformación en movimientos políticos legales. Tales serían las bases de su acuerdo de paz.

De este modo, eliminado el señuelo electoral de la guerra o la paz que tanto claman Santos y sus publicistas, la real disyuntiva que tienen los electores el 15 de junio es otra. Por una parte, saber cuál de los dos candidatos de manera más segura puede solucionar los problemas aún no resueltos en la justicia, la salud, la seguridad, la educación, el empleo y el campo. Y en cuanto a la paz, lo que hoy se trata de saber es si estamos dispuestos a pagar el precio exigido por las Farc o si admitimos las condiciones que, para salvaguardia de la democracia, se hacen necesarias.

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