Los amos del circo

Rinus Michels, el legendario entrenador holandés, solía repetir que cuando un exfutbolista llega pobre a la vejez se vuelve extranjero en su propia patria.

¿A quién le importará el futbolista notable de hoy si, por no ahorrar o por mala suerte, queda arruinado dentro de unos años?

La historia está llena de futbolistas que iluminan las canchas con su talento, y luego, en el retiro, se empobrecen y son abandonados por el público: el brasileño Garrincha, el inglés George Best, el italiano Christian Vieri, el alemán Gerd Müller, el belga Jean-Marc Bosman, el argentino Omar Orestes Corbatta, el paraguayo Salvador Cabañas, el español Julio Alberto. La lista es larguísima.

Y ni hablar del caso colombiano: Oswaldo Pescaíto Calero, Fabio Guaracha Mosquera, Miguel Escobar, Hermenegildo Segrera, Tony Salja, Senén Mosquera.

En este punto hago una pausa en la escritura de mi columna y releo los nombres que he escrito hasta ahora: noto que conforman una simple lista, no dicen nada acerca de la dimensión del drama.

Veamos entonces, a vuelo de pájaro, las historias particulares de algunos exfutbolistas colombianos: Víctor Capaz aparece cada cierto tiempo fotografiado en la prensa sobre una cama de lástima, donde permanece deprimido por los achaques de salud y por la falta de ingresos. Sobrevive gracias a la caridad de su familia. Héctor Martínez, a quien premonitoriamente apodaban “La sombra” cuando jugaba como arquero, ha envejecido con problemas en la tiroides. Como carece de pensión y de empleo, se trata la enfermedad con lo que gana vendiendo lechonas de vez en cuando.

En Colombia hubo un caso triste que es único en la historia del fútbol: dos exintegrantes de nuestra selección en los Juegos Panamericanos de 1971, Jaime Morón y Boricua Zárate, sufrieron después de retirarse graves problemas de salud. A ambos les fueron amputadas las piernas, y después murieron implorando la caridad de la misma gente que años atrás los aplaudía en las canchas.

Cuando el futbolista retirado no puede mantenerse visible en alguna actividad de la industria futbolera -por ejemplo, como comentarista de televisión o como director técnico- nos olvidamos de él. Volvemos a saber de su vida el día en que, de repente, alguna nota de prensa nos informa que se encuentra enfermo y necesita ayuda humanitaria. Terminada la función en el circo, se acaba el pan.

En cambio los amos del circo, es decir, los dirigentes llegan a viejos dándose la gran vida, pues su carrera no es corta como la de los futbolistas. Por el contrario, ellos se enquistan durante veinte, treinta, cuarenta años en los puestos de mando de las entidades que rigen el fútbol, y allí se hacen reelegir una y otra vez, reparten contratos a dedo entre sus compinches, cobran comisiones bajo cuerda por otorgar sedes de competencias o derechos de transmisión, y hasta lavan dinero. Además son intocables porque la entidad a la que pertenecen, la FIFA, es un paraestado que no le rinde cuentas a ningún gobierno.

Muchos analistas de prensa ven la captura de altos dirigentes de la FIFA llevada a cabo esta semana por agentes del FBI como una esperanza de depuración.

Eso es pensar con el deseo. Casi en seguida los dirigentes de la FIFA, pese al escándalo, reeligieron a Joseph Blatter por quinto periodo consecutivo. Necesitan al villano ya conocido para que les defienda el circo.

Indignante el contraste entre la miseria de quienes han hecho grande este deporte -los futbolistas- y la opulencia de los mercenarios que lo han convertido en una cloaca.

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