Los carteles contra Uribe

Los pilares fundamentales de la democracia son la libertad y la justicia. Ninguna de ellas existe sin seguridad. Por ello a principios de este siglo se consideraba a Colombia un Estado fallido. No había seguridad y por ende no había ni libertad ni justicia, ergo la democracia tambaleaba. El pueblo sabiamente eligió a quien le garantizaba superar ese estado de cosas, por medio de su política de Seguridad Democrática: Álvaro Uribe Vélez.

Durante su gobierno se luchó incansablemente contra los principales peligros del Estado democrático colombiano: el terrorismo y el narcotráfico. Por ello Uribe es blanco de las amenazas de muerte de los carteles, tradicionales y nuevos, y de los grupos terroristas que operan en Colombia.

Obvio que el principal cartel mundial de la droga y el más denostado grupo terrorista de Colombia, las Farc,  tienen en Uribe su enemigo número uno. Durante su gobierno la lucha antiterrorista fue el eje de toda política y logró acorralar al narcoterrorismo, no lo aniquiló totalmente porque las guerrillas narcoterroristas tuvieron el apoyo de los gobiernos totalitarios vecinos de Ecuador y Venezuela, pero estaban arrinconadas en las fronteras y a un cacho, esta vez sí de verdad, de rendirse y lograrse así la anhelada paz en Colombia.

Hay que reconocerle a Uribe su visión de estadista al romper el paradigma tradicional de justificar el narcoterrorismo por una conmiseración con los narcoterroristas, arropada bajo el manto de que éstos actuaban amparados por unas  supuestas causas objetivas, y que eso los llevaba a ser actores válidos de un supuesto conflicto político. No, él fue claro y determinado  en que no había conflicto sino terrorismo, y que la única causa de la sublevación contra el Estado era defender su pingüe  negocio de drogas ilícitas.

El Presidente traidor al mandato popular, Juan Manuel Santos, bajo el plan del Foro de Sao Paulo, se infiltró en el uribismo y logró la presidencia para dar el primer paso hacia el objetivo del Foro, la implantación del Socialismo del Siglo XXI. Pilar fundamental de este objetivo es lograr la impunidad y la elegibilidad de los narcoterroristas, por eso el giro diametral de la política de Seguridad Democrática, que sí lograría una paz verdadera, a una venta fraudulenta de una paz de los sepulcros: el castrochavismo en el poder en Colombia, del cual una versión light ya estamos viviendo, el farcsantismo.

Obvio que a los carteles narcos le interesa un gobierno complaciente con su negocio, de allí la unión entre todos los carteles, los guerrilleros, los tradicionales y los nuevos llamados bacrim, en contra de Uribe. Utilizando la combinación de todas las formas de lucha, se ensañan en liquidarlo físicamente, por eso los múltiples atentados contra su vida cometidos por las Farc; pero también utilizan la vía judicial, operando con la corrupción y la infiltración comunista que impera en la “justicia” colombiana para liquidarlo políticamente, metiéndolo preso.

Esa es la razón de que los carteles estén unidos en la combinación de todas las formas de lucha ensañadas contra Uribe, el farcsantismo, operador político de los narcoterroristas, el “ cartel de los soles” la mafia narcotraficante que gobierna en Venezuela, los carteles tradicionales del narco, que tienen como operador político al detestable expresidente Samper y las bacrim, con testimonios falsos contra Uribe, todos a una luchan denodadamente por liquidad a Uribe, debido a su enorme liderazgo entre el 70% de los colombianos que no nos comemos el cuento de los diálogos de paz, y por lo tanto no queremos impunidad ni elegibilidad para las Farc. Hay que liquidar a Uribe, pues si no cuando el pueblo despierte de la hipnosis goebbeliana  a que la tiene sometida Juanhampa y sus secuaces y vea que no hay la tal paz, será un boomerang para el farcsantismo  y se acabará el sueño de implantar el Socialismo del Siglo XXI en Colombia.

NOTA DE LA REDACCIÓN: En el futuro, las columnas exclusivas de este ilustre autor y colaborador, Alberto López Núñez, se continuarán publicando semanalmente el Sábado, que ha sido el día habitual durante varios meses.

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