Los científicos también se equivocan y no por comer chorizo

En las últimas semanas, no sé si por falta de rigurosidad científica o por irresponsabilidad de los medios de comunicación, o ambas, se armó una tormenta mundial en contra de las carnes rojas y los embutidos, que iban resultando más peligrosos que el golpe de Estado que el gobierno Santos está cocinando en favor de sus aliados delincuenciales en La Habana.

Soy un admirador de la ciencia y de los adelantos tecnológicos, tanto que me atrevo a decir con perdón de los historiadores, que han sido los factores más importantes de transformación de la sociedad. Pero así como la ciencia ha tenido una antigua batalla contra el dogmatismo religioso, que en muchas ocasiones ha sido su mayor obstáculo, el peor error que puede cometer el mundo científico es caer en el mismo fundamentalismo que tanto ha criticado.

Los científicos son hombres buenos que en su mayoría propenden por el progreso y si a alguien hay a quien felicitar por el mayor logro de la historia de la civilización humana, el aumento en la esperanza de vida al nacer en la segunda mitad del siglo pasado, es a ellos. Pero eso no les quita su condición de seres humanos, incluido el poder equivocarse y no ser ni perfectos ni perfectibles.

Si en algún campo de la ciencia médica, aparte de la dermatología, que pertenece a las ramas de las ciencias ocultas, se nota que hay todavía un desconocimiento tan insondable como la fosa de Las Marianas, es en el campo de la dietética y la alimentación.

Los que tengan tantos años como yo, deben recordar la pendular historia del huevo. Por mucho tiempo comer huevo, cuando valía huevo, era un signo de buena salud y alimentación. Pero de un momento a otro resultó que era mejor desayunar con vidrio molido que engullirse la descendencia inconclusa de las gallinas. Que era malísimo para el colesterol, otro de esos temas más borrosos y hasta sospechosos de la ciencia médica. Pero hace poco, les tocó echar reversa a esos terroristas de la alimentación y prácticamente ahora el que no quiera comer huevo, es porque lo tiene.

¿No recuerdan la demonización de la mantequilla? Ay Dios mío. Casi resucitan a la Santa Inquisición para condenar a las pobres cuadrúpedas de entrepierna protuberante por el veneno que nos estaban dando, como si fuese una venganza camuflada por habernos estado comiendo a sus congéneres durante miles de años. Que había que pasarnos a las margarinas, porque eran vegetales, quienes desde hace poco parece que han conseguido unos magníficos asesores de imagen, porque el que no sea vuelva vegetariano casi entra en el rango de criminal nazi. Al igual que el huevo, ahora resulta que con las margarinas hay que coger la cosa “suave”, porque no resultaron ser tan benditas como nos habían dicho.

No estoy insinuando que no haya que considerar las recomendaciones de la ciencia médica y entonces nos mantengamos conectados por vía intravenosa a una solución de chorizo y chicharrón diluidos, pero seguramente el maridaje de mesura y variedad será la mejor receta alimenticia que podamos seguir.

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