Los diálogos, una farsa

Los diálogos de La Habana se están pareciendo demasiado a ciertos espectáculos de lucha libre. En ellos los luchadores fingen que pelean, mientras el público finge que se emociona, pero todos saben del engaño.

Los diálogos de paz siguen perdiendo apoyo público y crece el escepticismo sobre sus resultados. Según la reciente encuesta de Ipsos, la desaprobación de la ciudadanía subió 20 puntos y el pesimismo aumentó 10 puntos. Aunque todavía hay una ligera mayoría que los aprueba, en una misma proporción la gente piensa que no tendrán éxito. Según la encuesta de Datexco, el 64% cree que los diálogos fracasarán, el 74% cree que las FARC están engañando. Mal comienzo.

El comportamiento de los voceros de las dos partes confirma esas sospechas y da para pensar lo peor. En efecto, mientras la guerrilla se muestra festiva, radiante y muy comunicativa, los voceros gubernamentales aparecen adustos, reservados y hasta aburridos. Mientras las FARC parecen felices de sostener la caña, al Gobierno se le nota que le pesa como una carga tener que hacerlo. Las dos partes tienen razón. Con el solo hecho de mantenerse en la mesa, la guerrilla va ganando; el Gobierno sabe que paga y seguirá pagando un alto costo político por mantener unos diálogos que no van para ninguna parte.

La nube negra de estos diálogos tiene una explicación de fondo. Hay un problema estructural que no tiene solución: no hay un acuerdo sobre la agenda de conversaciones. La guerrilla sigue aspirando a que por la mesa de conversaciones pasen y sean resueltos todos los problemas nacionales; adicionalmente, considera que esa mesa es soberana para incluir lo que le parezca sin que sus decisiones puedan ser modificadas. Es decir, es una constituyente de dos partes, la guerrilla y el Gobierno. Por su parte, los voceros gubernamentales se sienten engañados por las FARC, que primero les aseguraron que la agenda eran solamente los famosos cinco punticos y ahora se la alargaron a placer sin que les dejaran mucho margen para el pataleo público, so riesgo de arruinar las conversaciones. Con unos diálogos que languidecen en el apoyo público, al Gobierno se le cierran cada vez más los espacios para ampliar la agenda más allá de dichos cinco puntos.

Sin embargo, por razones de mutua conveniencia, las partes se han puesto de acuerdo en iniciar las conversaciones con el primer punto de una agenda que está en entredicho. En sana lógica, si no hay un acuerdo pleno sobre la agenda de conversaciones, los diálogos no deberían continuar; es más, ni siquiera deberían haber comenzado. Pero una ruptura tan temprana no conviene ni al Gobierno ni a la guerrilla. Hay que continuar el juego. Al Gobierno no le conviene una ruptura tan prematura porque ya puso en el asador de la paz toda la carne de su futuro político. Sería un fiasco romper ahora. La paz era su apuesta última y definitiva para remontar en las encuestas y enfilarse hacia la reelección, pero las cosas le está saliendo mal desde el comienzo y ya la plana no se puede enmendar. Ahora tendrá que atenerse a las consecuencias del fracaso que la opinión castiga, así como premia el éxito. Su única opción es escoger el año entrante el mejor momento para romper, tratando de asignarle a la guerrilla la responsabilidad del fracaso.

Por su parte, aun sin el acuerdo básico de la agenda, a la guerrilla le conviene que las conversaciones continúen y no se rompan. Para ella todo es ganancia. Está de plácemes dando diariamente declaraciones a la prensa nacional y extranjera después del largo e interminable ayuno que les significó en términos mediáticos y propagandísticos la seguridad democrática. Los foros regionales y los temáticos serán la gran ocasión para movilizar sus bases sociales y para seguir organizando un movimiento político legal que le permita concretar una vez más su máximo desideratum estratégico: combinar todas las formas de lucha, la armada y las legales. Nunca se pararán de la mesa, no porque le estén apostando seriamente a la paz, ni mucho menos, sino porque les conviene mantener abierta esa ventana hacia el país y hacia el mundo, aprovechar la tribuna gratis que le ofrece el Gobierno, desmoralizar y dividir a sus adversarios, detener las deserciones y aumentar las incorporaciones, expandir sus frentes y fortalecerse política y militarmente. Negocio redondo: no invierte nada pero gana mucho. Ocasiones como esta no se dan todos los días. Por lo tanto, hay que dejar tácticamente la agenda a un lado y concentrarse en las ganancias colaterales que ofrecen los diálogos, así estos no vayan para ninguna parte. No importa. Lo importante no es el éxito de los diálogos, sino las ganancias que generan. Están en su salsa. Tanto que, delirando, y para evitar rupturas, quieren volver los diálogos una obligación constitucional y permanente, según solicitud que enviaron al Comité Internacional de la Cruz Roja.

Los diálogos de La Habana se están pareciendo demasiado a ciertos espectáculos de lucha libre. En ellos los luchadores fingen que pelean, mientras el público finge que se emociona, pero todos saben del engaño. Una farsa. En La Habana, Gobierno y guerrilla fingen dialogar, a sabiendas de que eso no va para ninguna parte, mientras el público, que en un comienzo llegó a emocionarse, ahora abandona aburrido las tribunas, cansado del engaño. ¿Hasta cuándo el Gobierno y las FARC continuarán este falso pugilato, si ya se están vaciando las tribunas?

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