Los pueblos vencidos, los ídolos vacíos

No existe peor suceso para un pueblo, para una nación, que la guerra. Sin embargo la humanidad recurre a ella en forma continua y sucesiva. Humanizar la guerra, ante el imposible de evitarla, es el papel del Derecho Internacional Humanitario y el nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas –ONU – con su carga de retrasos en las intervenciones, de parálisis en determinadas ocasiones, de burocratismo rentable y otros males. Pero gracias a la ONU y a la responsabilidad de las potencias se ha logrado evitar otra guerra mundial, una catástrofe nuclear. Los conflictos militares  suelen ser clasificados en conflictos internacionales o externos y en conflictos internos como las guerras civiles. Las guerras entre países las libran los ejércitos regulares de las naciones en pugna. Pero en la actualidad se presenta un fenómeno nuevo que demanda una preparación diferente de las Fuerzas Armadas nacionales: el terrorismo.

Viejo como las acciones de los anarquistas que luchaban por la extinción del Estado eliminando a Jefes de Estado, el terrorismode hoy está operando como una máquina transnacional, con territorios y bases populares que son alimentadas por ideologías religiosas y étnicas. En el caso de los yihadistas vengadores será una confrontación de largo esfuerzo porque se encuentra sumida en la contradicción sunita-chiita. Con ejércitos regulares, preparados para otro tipo de guerra, no es posible vencerlos. Otro tipo de terrorismo es el de guerrillas que abrevan en la ideología de la lucha de clases, del exterminio de la burguesía y del imperialismo estadounidense. El surgimiento de la guerrilla zapatista en México, que duró lo que dura un corrido de Jalisco, nos muestra un escenario de revancha indígena, un rasgo de rebeldía étnica que se apagó luego del entusiasmo de la mamertería internacional, especialmente la europea. La guerrilla que da ejemplo de constancia e inventiva en medio de su aparente vacío de referente ideológico, son las Farc, que no han podido destruir, acabar con Colombia, por la adecuación de la Fuerza Pública, por la resistencia popular y por la democracia como sistema que acoge la ciudadanía para resolver sus problemas, a pesar de las falencias y baches del aparato judicial y de las capitulaciones del gobierno.

Las Farc son el último capítulo de la violencia revolucionaria con acciones terroristas que dejan una secuela, una marca  imborrable: el miedo. El terror se aloja en la mente y el corazón de los ciudadanos. El miedo a que vuelvan a ocurrir y que en esa repetición “me toque a mi o a la familia mía”.El miedo es el arma más terrible y duradera de la guerrilla porque ablanda, pone de rodillas a la ciudadanía. El miedo conduce a perdonar de manera artificial. Lo mismo que puede ocurrir con la reconciliación. El miedo queda sembrado entre los hombres y mujeres hasta el punto que votarían por sus verdugos o por los acuerdos que logren con el gobierno, que también está infectado de miedo. El miedo acobarda y permite hacer concesiones que en otras condiciones de normalidad no se negociarían. El terror es el padre del miedo. Y el miedo es el motor de la derrota.

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