Los que no duran nada

El 10 de abril mataron a “La Chinga” en el barrio El Salado. Tenía 16 años. No estudiaba ni trabajaba. Tres días antes había sido detenido por portar una subametralladora. ¿Por qué estaba de nuevo en la calle? Porque lo habían capturado y se les voló. Sus “amigos” le cobraron con su vida haberse dejado quitar el arma. Lo cierto es que no hay que escribir mucho para darse cuenta de que no era perita en dulce.

El 5 de abril, en Itagüí, un joven de 16 años fue detenido después de darle una golpiza a su mamá. El domingo, en Manrique, capturaron a un menor atracando a una señora de la tercera edad. El pelao iba en una moto robada. También fue aprehendido otro menor que junto a un adulto estaba atracando una carnicería en San Javier.

Tres casos de los tantos de Medellín, pero el recuento de otras ciudades es del mismo tenor. En La Vega, Cundinamarca, un menor de edad es sospechoso de haber descuartizado a un niño de siete años. En Manizales, dos menores atropellaron a cuatro personas. Al parecer, iban borrachos, trataron de huir y chocaron contra una moto de la Policía.

Ese es el pan de cada día. Y cómo no va a ser así si estamos en un país donde la estadística lo dice todo: 73 menores de edad son capturados cada hora y en lo que va del año, 7.300 jóvenes han sido detenidos, en su mayoría por hurto, porte de armas, tráfico de drogas y lesiones personales.

Los menores de edad infractores es un problema de padre y señor mío. Fácilmente, el problema es equiparable a la corrupción y como van las cosas no hay quimio ni radioterapia que los cure. Tenemos una masa de muchachitos dedicados a delinquir, tirados a la leonera de la calle, de los combos, tirando vicio, soñando con un fierro. Un panorama bastante desalentador por más que seamos los segundos más felices del mundo.

No quisiera haberlo dicho, pero es así. Algo tiene que andar muy mal en nuestra sociedad para que esto pase. ¿Valores? ¿Educación? ¿Mano fuerte? Probablemente falta una pizca de todo, lo triste es que el esfuerzo de unos pocos que lo hacen con alma y corazón, termina avasallado por la dimensión del problema y quienes tienen el poder y podrían hacer mucho, se hacen los de las gafas. Por ejemplo, el Congreso es un buen ejemplo de la paquidermia a la hora de buscar soluciones. Claro, es que el menor infractor es un asunto del ICBF, no de ellos. Claro, a ninguno de ellos lo van a atracar como al carnicero que robaron en Medellín, porque tienen carro blindado y un séquito de escoltas. Su contribución es mínima a la hora de encontrar soluciones. Pero eso sí, se les llena la boca diciendo que Colombia es un país con un futuro único. ¿Sí habrá futuro cuando las generaciones responsables de este están al garete de la delincuencia?

Hay que decirlo de frente, nada gana este país con hablar de que el progreso llegará con la paz firmada, con una infraestructura para la competitividad, con obras vacías, lindas como los parques del río (para puntualizar sobre Medellín) si están vacías de sentido social. Y cuando digo sentido social es darle esperanza a un montón de pelaos que hoy son carnada docilita para delinquir. Con todo esto, me acordé de El pelaíto que no duró nada, aquel relato de Víctor Gaviria, sobre un muchacho que sin haber empezado a vivir, ya no tenía ningún futuro. ¿Cuándo será que en Colombia se escribe un libro que hable de lo contrario, de pelaítos que duraron mucho e hicieron mucho por el país? Como van las cosas, lo dudo.

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