Los sacristanes

A la diputada venezolana María Corina Machado, que ha levantado su voz para denunciar las truculencias de Maduro, ¿le espera desde hoy la cárcel?

Le han montado la temeraria acusación de querer asesinar al paranoico que gobierna hoy esa Nación.

La posición de los gobiernos latinoamericanos ante tamaña barbaridad ha sido de silencio cómplice. Es como si fueran adquiriendo la calidad del cipayaje. De vasallos de un sistema lleno de equivocaciones y de injusticias como el que preside el señor Maduro.

No los conmueve la denuncia de la ONU ni el pronunciamiento de un grupo de expresidentes latinoamericanos para condenar la persecución a las protestas sociales que sacuden ese país. El populismo silencia las conciencias.

Colombia menos alza su voz ante esta y muchas agresiones y provocaciones que salen de allá. Invaden el territorio colombiano fuerzas y agentes del vecindario y aquí lo máximo que se eleva es la voz tímida y vacilante de una Cancillería dubitativa.

Las denuncias por encarcelamientos arbitrarios contra los colombianos son muchas. En las penitenciarías venezolanas se les somete a toda clase de vejámenes, en contravía del respeto a los derechos humanos. Las denuncias hechas por el gobernador de Norte de Santander y el periódico El Tiempo el pasado sábado son sobrecogedoras. Imputaciones que no han merecido siquiera alguna nota de protesta, como mínimo, de una Cancillería que con su silencio cómplice revela un temor reverencial a las reacciones primarias de Maduro.

Confiscan empresas y desde aquí ninguna voz oficial responde. No honran sus compromisos de pagos con nuestros exportadores, términos acordados en acuerdos bilaterales, y las autoridades colombianas tragan saliva.

Llueven las acusaciones temerarias contra respetados ciudadanos colombianos que han honrado al país y la ronquera ataca de súbito a las autoridades colombianas para engullirse esos sapos.

El señor Cabello –presidente de la Asamblea Nacional– maltrata al embajador colombiano, lo silencia como si fuera su subalterno, y la Cancillería colombiana se fila al pie del capataz legislador. La señora Holguín manda a callar a su embajador como lo hiciera el anterior rey de España al locuaz Chávez hace algún tiempo.

¿Será que todas estas agresiones, simulaciones e indiferencias hacen parte de algún pacto, de una agenda oculta entre las altas autoridades colombianas con las venezolanas como condición necesaria y suficiente para que el jayán venezolano no dé un manotazo en la mesa de La Habana?

¿Acaso temerá Colombia que si el presidente venezolano se irrita por los justos reclamos que debe hacer nuestro país, las retaliaciones puedan ser tan graves que el Estado de Derecho colombiano no lo resista? ¿Que nuestro sistema internacional cruja?

A Colombia y a los países democráticos de América Latina les ha faltado la dignidad que en arrogancia le sobra a Venezuela. Hacen el papel de sacristanes. Son actores de excesiva contemporización. De desproporcionado escapismo. De despreciable huida. Y de sospechosa indiferencia como la que hoy demuestran con el caso de María Corina Machado.

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