Los sexenios de Santos

Periodos de seis años, sin duda, más largos que una semana sin carne en caso de tener un presidente malo.

Juan Manuel Santos empezó su campaña electoral con una propuesta-promesa que viene ambientando hace rato, y que, como todo lo suyo, es una mala idea, que será aún más nefasta si llega a implementarse. Se trata de ese cuento de acabar con la reelección presidencial y aumentar el periodo a seis años, con el añadido de incluir los mandatos locales y sincronizar sus periodos con el de Presidente, toda una ruidosa transformación de la arquitectura del Estado que no sirve para mayor cosa.

La verdad es que la reelección es buena aquí y en Cafarnaúm. Funciona –como bien lo dice el colombianólogo Malcolm Deas (Semana, 1/2/2014)– a manera de premio para el buen gobernante y de castigo para el malo, lo cual no aparta el riesgo de que haya casos sui géneris, en los que un mal gobernante se reelige por circunstancias especiales, como la que surge de un proceso de paz que iba a durar “meses y no años”, pero del que dijimos desde el comienzo que se convertiría en el leitmotiv de la reelección de Santos, con el argumento de que sería necesaria su permanencia en el poder para consolidar el acuerdo con las Farc.

Sin esa excusa, Santos no tendría la oportunidad de “terminar la tarea”, sino un merecido castigo porque en muchas áreas ni siquiera las empezó. Su “prosperidad democrática” iba montada en cinco locomotoras, que se están pudriendo en algún patio y que fueron echadas al olvido desde el día de su posesión. Ahora, ¿por qué desdice de la reelección alguien que la busca tan desesperadamente?

Dejemos el interrogante ahí y miremos la propuesta: periodos de seis años, sin duda, más largos que una semana sin carne en caso de tener –también lo dice Malcolm Deas– un presidente malo. De manera que, para evitar catástrofes, habría que tener, necesariamente, un mecanismo de refrendación-revocatoria a mitad del mandato, que vendría siendo prácticamente lo mismo que una reelección.

Y el adefesio no termina ahí. Santos convirtió su propuesta en una promesa dirigida a los alcaldes y gobernadores actuales, ofreciéndoles alargar sus periodos por más de dos años (hasta el 7 de agosto del 2018) con el fin de emparejar sus mandatos con el periodo presidencial. Así, los nuevos mandatarios serían elegidos en una misma jornada electoral y para periodos de seis años –o de cinco, como se viene ventilando– sin reelección. Una nueva voltereta porque, en el 2010, Santos se había comprometido en el Primer Congreso Nacional de Autoridades Municipales a sacar adelante la reelección de alcaldes y gobernadores. Ah, es que “solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”.

Esa promesa, sin embargo, tiene el inconveniente de que alargar periodos a funcionarios elegidos por el constituyente primario para un lapso previamente determinado es inconstitucional. Un fallo de la Corte Constitucional señala que el Congreso no puede ampliar el periodo de los elegidos por voto popular, y menos cuando estos aún se encuentren en ejercicio de sus funciones. Ahora, si fuera deseable igualar los periodos –que no lo es–, tendría que establecerse mediante ley un mecanismo que señale la duración del siguiente o de varios periodos siguientes hasta nivelar el desfase de 17 meses que hay entre el inicio del periodo presidencial y el de mandatarios locales (lo que va del 7 de agosto del 2014 al primero de enero del 2016).

En verdad, esta propuesta solo sirve para dos cosas: alinear a los mandatarios locales en torno de la reelección presidencial, con toda la ‘mermelada’ que supone ese generoso alargue, y entretener incautos mientras los grandes temas se deciden en el Caribe a bordo de un catamarán.

En el tintero. “Ganaron la mermelada, el abstencionismo y los votos nulos y no marcados. Lástima.”

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