M. L. Ramírez: la jefa natural

Los que profesamos el credo del orden, la justicia, la autoridad, los valores y el comunitarismo, es decir, los verdaderos conservadores, no podemos menos que revisar con perplejidad la oportunidad que dejamos pasar para llegar a la Presidencia de la República.

Era el Partido Conservador el llamado a llegar al poder. Unido y disciplinado y aprovechando la crispación y polarización de la Nación, hubiese podido vencer incluso en la primera vuelta al Centro Democrático para, en la segunda vuelta, alzarse con la medalla de la victoria con absoluto respaldo del uribismo, de los independientes y de la gran mayoría de votos inconformes y anti-santistas.

Pero la mermelada pudo más. Los caciques prefirieron lo cierto aun cuando pequeño e insignificante antes que lo incierto aun cuando glorioso.

Lo teníamos todo: una candidata de inmejorables condiciones morales e intelectuales; una estructura política deseada por cualquiera; una juventud recia y galopante; una doctrina vigente y actuante y una capacidad de convocatoria que a todos dejó sorprendidos.

Pero esa oportunidad ya es historia. Hoy no es más que uno de aquellos melancólicos y desgraciados recuerdos que constituyen la vida de los pueblos y las remembranzas de la gente.

Lo que sigue es el futuro, ya no digo el inmediato sino el trascendental. La doctora Ramírez es la jefa natural del Partido. Lo es porque ha sido la única que en la historia reciente pudo conjugar votos con altura intelectual y prestancia. Es la única que es respetada en medios académicos, culturales, empresariales, sindicales y sociales y, además, cuenta en su haber con millones de votos. Ello es impropio de los conservadores actuales.

Los líderes regionales cuentan, en el mejor de los casos, con centenares de miles de votos que nunca llegan al millón. No tienen ascendencia en nadie distinto de aquellos que los siguen por necesidad antes que por convicción. Son muy importantes a la hora de poner el centavo que le hace falta al peso pero nunca para aportar la cuota inicial de la victoria, sobre todo cuando ella es grande.

Su poder es limitado tanto espacial como sustancialmente. Su discurso es pobre, sus logros insignificantes y su trascendencia ninguna. A esos congresistas de cajón hay que respetarlos y escucharlos pero nunca seguirlos. No son líderes naturales de nada pues sus limitadas condiciones los llevan a ser alfiles de tablero antes que reyes de enroque.

Respetar, escuchar y contribuir con la causa parlamentaria es un imperativo político de M.L. Ramírez como también lo es que ella y nadie más que ella puede y debe ser la Presidenta del otrora glorioso Partido Conservador Colombiano.

Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI

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