Madurez

Solo queda que la madurez y la sindéresis concurran pronto, para que la paz sea un derecho de todos.

¿Han llegado la madurez del conflicto armado y la irreversibilidad del proceso de paz? Interesante reflexión para desarrollar en este artículo. Para comenzar, acudo a dos expertos en el tema: W. Zartman, quien considera que la madurez llega cuando el desgaste produce la pérdida de la capacidad para alcanzar la victoria sobre el oponente, y continuar en la lucha solo acarrea costos insoportables; y J. Lederach, quien, alejándose de la teoría de la madurez, cree que se puede negociar en cualquier momento, en medio de cruentos combates, y que es muy difícil determinar el momento adecuado para conversar con el adversario. Por ahora, dejemos de lado la referencia a estos respetables académicos y volvamos al conflicto armado que nos agobia.

En cuanto a la madurez o la irreversibilidad mencionadas, se podría decir que ni la una ni la otra han llegado todavía. Son temas sensibles en los cuales no se permiten el absolutismo ni pensar con el deseo.

Exploremos, entonces, la madurez en el contexto del realismo de la guerra o la paz, y dentro de una sociedad que exige el fin de la confrontación armada, lo mismo que en un modelo de guerra revolucionaria sin expectativa de poder, y en una guerrilla que ha llegado a su punto culminante, además de estar inmersa en una espiral de violencia terrorista inaceptable y en una lucha inacabable por su supervivencia. En una Colombia que exige más paz que guerra, más respeto a la diferencia de pensamiento, y un ejercicio democrático con plenas garantías, pero sin armas. En este sentido, observo un tránsito solícito hacia la madurez del conflicto. Pero lo que no puedo asegurar es que la madurez sea capaz de persuadir a los jefes guerrilleros para que dejen de lado su intolerancia y el radicalismo a ultranza. Hasta allá no llega mi moderado optimismo.

En cuanto al proceso de paz, también se podría decir que marcha con su dinámica interna, aunque no a la velocidad que todos quisiéramos. Que enfrenta un ambiente polarizado, muy apático y con desacuerdos legítimos de quienes no comparten su formulación y desarrollo. Que su prolongación en el tiempo ha generado dudas e incertidumbres válidas; y, como la paciencia del pueblo no es infinita, es importante tenerla en cuenta y no soslayarla. La llegada de más jefes guerrilleros a la mesa de negociación no es señal inequívoca de un final feliz, sino, tal vez, el preludio de la irreversibilidad del proceso. Esperemos que así sea, pero sin derroche de entusiasmo.

Las Fuerzas Armadas han cumplido con grandeza la defensa de la patria. Ellas crearon el escenario político y estratégico que llevó a la guerrilla a explorar una salida política, y han cumplido su labor con inquebrantable compromiso patrio y una dedicación operacional ejemplar.

Un último interrogante: ¿la madurez de la sociedad colombiana ha llegado para cerrar el conflicto armado? Infortunadamente, no lo veo así. La polarización carcome la unidad de los colombianos, la indiferencia daña el alma nacional y la desconfianza debilita la institucionalidad. Sin duda, es una tríada nefasta para la patria.

En estas condiciones, no es fácil construir un ambiente de paz; es una verdadera odisea que debe acometerse sin más dilaciones. Poco aportan a este propósito los vejámenes de la guerrilla hacia la población indígena. Solo queda que la madurez y la sindéresis concurran pronto, para que la paz sea un derecho de todos, sin distinción política ni ideológica.

La madurez, repito, es fundamental para buscar la reconciliación nacional. Ojalá su llegada no se presente demasiado tarde.

Nota. Lo mínimo es una reserva solidaria con las Fuerzas Armadas. La intemperancia no aporta, sino que divide.

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