Maduro, ¿un colombiano enemigo de su origen?

Un sentimiento xenófobo emana de Miraflores. Precisamente de alguien que lleva en sus venas sangre de Colombia.

Con múltiples amenazas han sellado los labios de los vecinos que conocen su origen. El sector Carora, de la ciudad de Cúcuta, en la casa número 8-98, domicilio de su tía Enma Moros Acevedo, lo vio crecer en aquellas polvorientas calles de necesidad. Con torpeza trató de jugar al fútbol en su interés por colocarse la camiseta de su equipo del corazón: el Cúcuta Deportivo. Sus escuetas habilidades balompédicas no le permitieron cumplir el sueño.

Añoraba emular al uruguayo José Omar Verdúm, aquel goleador electrizante que enloquecía la tribuna. Las redes contrarias se llenaban con sus anotaciones esplendorosas, mientras que doña Enma aplaudía el desenfado del charrúa en sus domingos de gloria. El pequeño Nicolás Maduro y Heriberto Fuentes Sotomayor, su vecino del sector Carora, disfrutaban del ambiente y del pan de bono que vendía Encarnación Restrepo. Mordiscos con gaseosa en el rugir de una tribuna ferviente ante las esprintadas de aquellos mágicos maestros del balón. Lo que hicieron fue que Cúcuta se robara el interés deportivo de una nación acostumbrada a mirar a esa ciudad con desdén desde los centros del poder mediático.

Los años de la conveniencia fueron borrando las páginas amarillentas de tiempos idos. Cuando doña Enma Moros enfermó gravemente, jamás tuvo la visita de su predilecto. Tampoco se apersonó de sus exequias. Una corona fría con olor a forzado compromiso familiar cruzó la frontera. Aquella matrona que lo adoró hasta su último aliento no acarició su rostro nuevamente. Ya era Canciller de la República Bolivariana de Venezuela en el momento de desenlace de su tía.

Siempre quiso ocultarle a Hugo Chávez su origen colombiano. Pensaba que revelar sus raíces lo ponía en desventaja con el patriarca. Era conocida la profunda animadversión que este manifestaba continuamente en sus alocuciones públicas y en conversaciones privadas en referencia al histórico vecino. No solo perdería terreno con Chávez, sino que su adversario interno, Diosdado Cabello, lograría al fin quitarte aureolas frente a su amo.

El libro de actas del año de nacimiento de Nicolás Maduro, en la ciudad de Cúcuta, lo desaparecieron. Supuestos agentes del G2 cubano, en combinación con la guerrilla, ocultaron la prueba reina para usarla con discrecionalidad. Amenazaron a los vecinos hasta sellarles los labios con el tapón del miedo. En el sector se habla con voz baja y miradas suspicaces. Se cierran las puertas de manera violenta al olfatear que alguna persona busca información. Toda la manzana está tomada por grupos de choque.

Ante el ataque a militares venezolanos en la frontera, un hecho cargado de sospechas e irrefutable interés electoral, aparece la maniobra politiquera. En el asesinato de los uniformados existen muchas lagunas de información que huelen a rancio. En Venezuela estamos acostumbrados a esos mecanismos propagandísticos para buscar solidaridades automáticas. En ese orden de ideas, Nicolás Maduro toma la decisión de declarar el estado de excepción en cinco municipios fronterizos del Estado Táchira: Ureña, Bolívar, Junín, Libertad e Independencia.

En el marco de la Constitución venezolana de 1999, toda medida de excepción debe tener una duración limitada frente a las exigencias de la situación que se quiere afrontar, sin que tal medida pierda su carácter excepcional o de no permanencia. En este caso, el lapso fijado por el Ejecutivo tiene vigencia de 60 días, prorrogables por un periodo similar.

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