Matando la gallina de los huevos de oro, parte 3

Francisco Lloreda, presidente de la Asociación Colombiana de Petróleos, le presentó recientemente a la prensa unas declaraciones bastante sobrias, por no decir preocupantes, sobre el futuro de la industria petrolera en Colombia. El Presidente de la Asociación se refirió a una encuesta que se había realizado entre petroleros sobre la intención de seguir invirtiendo en el país bajo la coyuntura de precios internacionales actual y teniendo en cuenta el ambiente de negocios hoy existente. La respuesta fue muy preocupante: 50% de las compañías del sector considerarían reducir o cancelar su inversión en exploración en Colombia.

Además de esto, según la ACP, “igualmente, 70% de las compañías del sector calificó como deficiente o regular la ejecución de su presupuesto de inversión, como consecuencia de las demoras en la expedición de licencias y permisos ambientales, problemas con las comunidades (conflictividad social), orden público y las consultas previas”. Como si no fuera poco, según la encuesta, “como consecuencia de estos factores adversos que dificultan la operatividad de la industria, las entrevistas realizadas permitieron detectar que 52% de las empresas que operan en el país considerarían desplazar su interés de invertir hacia otros países de la región. Ese porcentaje es el doble comparado con las respuestas dadas a la misma pregunta en 2013”. Esos otros países a los que se refiere la encuesta: México lindo, señores.

Otra respuesta preocupante: “finalmente, la entrevista realizada identificó una tendencia generalizada en las compañías que perciben que la competitividad del país ha disminuido desde 2011. Factores como los términos fiscales y la estabilidad en las reglas de juego fueron calificados por los entrevistados como ‘medianamente competitivos’. Solo la estabilidad política del país fue calificada como ‘muy competitiva’”.

El punto más relevante de toda esta discusión actual es que a menos de que las cosas cambien, YA MISMO, Colombia corre el riesgo de ver un deterioro violento en la producción de petróleo, con la producción total pasando de 1.000.000 de barriles al día a solo 800.000 para 2018. ¿Y eso a mí por qué diablos me debe importar, se preguntarán el señor Rodrigo Uprimny, Camila Zuluaga, o el senador Velasco? Pues porque según cifras oficiales, el petróleo es el mayor financiador del gasto público en Colombia. Según cifras oficiales de 2013, el sector petrolero representó 50% de las exportaciones, 33% de la inversión extranjera directa, y más importante aún, 22% de los ingresos fiscales del país.

En dos columnas anteriores ya había manifestado mi completo asombro para con la capacidad de los medios, de los opinadores, y de los políticos, de destruir la única capacidad real que tiene Colombia para financiar el famoso “posconflicto”. Y la situación se ha empeorado enormemente desde esas dos columnas. Poniéndolo en números: si el petróleo sigue a US$50, la caída de ingresos por exportaciones durante 2015 será de US$6.157 millones, o un 1,5% del PIB.

Y entonces, ¿qué hacemos, señor Bernal? Pues muy sencillo. Toca consentir a los petroleros con todo lo que necesiten. Y esto no es solo depende del Gobierno. Se necesita que haya más soldados cuidando los oleoductos; se necesita que el ministerio de ambiente expida las licencias ambientales lo más rápido posible (ya el Gobierno tomó unos pasos adecuados en este sentido); se necesita que el Judicial y el Ejecutivo dejen de acolitar las sinvergüencería de la licencia previa; se necesita que la clase política apoye sin tapujos las zonas francas para petroleros; y, por último, se necesita que Camila Zuluaga, el señor Rodrigo Uprymni, y otros varios, dejen de hablar ridiculeces sobre el “fracking” y como supuestamente el petróleo no convencional puede acabar con las fuentes de agua del país.

Sin petróleo no hay educación, salud, carreteras, y, más relevante aún, no hay posconflicto. Es realmente increíble que este concepto tan ridículamente sencillo no cale entre la gente de Colombia. ¿Qué nos pasa?

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