Mitos y malentendidos agropecuarios (II)

En el artículo de la semana pasada traíamos a colación unos mitos y malentendidos en el sector agropecuario. Continuando en el mismo tenor, podemos agregar:

– A medida que una sociedad se vuelve más próspera aumenta el porcentaje de sus ingresos que se dedica a la comida, disminuyendo de manera notoria la brecha entre los que tienen más comida que apetito y los que tienen más apetito que comida. En promedio, en 1950 se necesitaban 30 minutos para devengar los ingresos necesarios para comprar una hamburguesa. Hoy sólo se necesitan tres minutos.

– Pocas cosas, como lo señala Moisés Naim (El Tiempo, Sept. 28/14), tan volubles como el sector agropecuario: “Tanto la demanda como la oferta de productos agrícolas ha experimentado dramáticos cambios en los últimos 50 años. Uno de ellos es la concentración de la producción en unos pocos países… En contraste, los 100 países con menor actividad agrícola sólo tienen el 0,78% de la superficie cosechada”. La anterior estadística refuerza la irrelevancia del Gini sectorial como indicador de la desigualdad de la riqueza como un todo, y el enorme peligro de enclaustrar al país en unas arbitrarias “zonas de reserva campesina” cuya conveniencia y sostenibilidad en el tiempo es bastante dudosa.

– Un comentarista afirmaba que Colombia no necesitaba de “tratados de libre comercio”, dado que los consumidores son los mismos productores: “el panelero compra arroz, el arrocero compra panela”. Dicho argumento asume que la población en Colombia sólo se compone de los 10 millones de personas que viven en el campo y no tiene en cuenta los 40 millones de citadinos. Para alimentar a estos 40 millones, el país importa cerca de 9,2 millones y medio de toneladas de comida, de los cuales 5,7 millones son granos. Pensar que, en la búsqueda de la llamada “seguridad alimentaria”, estos granos se van a producir en “unidades agrícolas familiares” es de una ingenuidad que bordea la necedad.

– Respecto al desarrollo de la altillanura, el connotado experto en tierras Alejandro Reyes Posada afirma en su artículo en El Espectador (Oct. 25/14): “No es en la altillanura del Meta y Vichada donde los baldíos deben ser usados para dar acceso a tierras a los campesinos, pues allí los suelos orgánicos son extremadamente ácidos y pobres en nutrientes y cuesta una fortuna habilitarlos para la producción, y sólo se logra con economías de escala en grandes áreas y a mediano plazo… Aplicando el enfoque territorial, la altillanura debe ser desarrollada por la inversión privada… El reciente proyecto de ley que busca la creación de zonas de interés de desarrollo rural y económico (Zidre) acierta al permitir escalas grandes de producción en la altillanura, superando la restricción de la unidad agrícola familiar, pero se enreda en contradicciones cuando pretende asociar campesinos al 15% del área del proyecto, con tierras adquiridas a crédito, bajo la gerencia de los inversionistas, que puede convertirse en la sociedad entre el zorro y las gallinas, cargando al Gobierno el costo de la mano de obra. Es preferible que ese desarrollo de la altillanura esté a cargo de los inversionistas, con regulación del Estado, y que el acceso a tierras para campesinos ocurra en territorios con buenos suelos e infraestructura, cercanos al mercado”.

– En Colombia existe un fenómeno interesante: sectores —como el comercio—, en donde el Estado no limita la dimensión de las unidades productivas, el sector crece; por el contrario, en aquellos sectores —como el agropecuario— donde el Estado se coloca como el árbitro final del tamaño de los establecimientos productivos, el sector se contrae.

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