MONEY, MONEY, MONEY…

Ser pobre y tener los bolsillos vacíos. He allí el colmo de la tragedia. ¡Qué lejanos tiempos aquellos en que jugábamos con una pelota de trapo!

“36 muertos en una estampida en Shanghái tras lanzarse dinero falso”  – tituló El Mundo, de España,  habiéndose convertido en el principal titular de portada de los principales periódicos del mundo este último día del año 2014.  No sucedió en Times Square ni en la Plaza del Sol, en Madrid, pero pudo haber sucedido igual.  O en Santiago de Chile, en Berlín, incluso en La Habana y en Pionyang. ¿O el brutal desarrollo del capitalismo de Estado en China, luego del más aterrador proceso de acumulación primitiva de capital, la feroz superexplotación del trabajo, los más bajos salarios del orbe y la devastación de la naturaleza acicateada por las leyes del capitalismo mercantilista nos harán olvidar que China aún se proclama revolucionaria, socialista, legítima hija de los heroicos sacrificios de la Larga Marcha y de millones y millones de seres humanos sacrificados en el altar de la estricta aplicación de las leyes del materialismo histórico?

No fue Marx el creador de la Economía Política, pero si no me equivoco fue el primero en destacar el signo definitorio del capitalismo: la alienación de la mercancía y la monetarización absoluta del espíritu. O el dinero, patrón del intercambio, el espíritu absoluto que Hegel veía en la Razón. Así muchos profesores de filosofía aún no se enteren, esa alienación de la mercancía está presente como angustia existencial en Martin Heidegger y en Georg Lucáks. Lo que explica el aparente non sens de saber a Marcuse como un leal y fiel discípulo del filósofo que amaba a Hitler.

Lo que Marx descubrió y a él le debemos ese extraordinario aporte, es que detrás de la igualdad de todos los hombres, en la base más profunda de las relaciones sociales, incluso del fundamento de la libertad, lo que nos intercomunica por lo menos desde el Siglo XVIII de manera absoluta, excluyente, relevante y arrolladora es esa mágica y maravillosa mercancía llamada “dinero”, ese pedazo de papel impreso por el cual comunistas y capitalistas, conservadores y revolucionarios, chinos y americanos, cubanos y argentinos estarían dispuestos a dejarse aplastar por una estampida. Así se trate de la desaforada búsqueda de una ilusión: billetes falsos. Ante los cuales, la muerte verdadera viene a conferirles plena autenticidad. La media centena de chinos murieron por la desesperada búsqueda de dinero en su más pura expresión, así fuera falso: obtenerlo de gratis, no como una recompensa del cálculo del rendimiento.

“El poder se lleva en el bolsillo” – escribió Marx en los Fundamento de la Crítica de la Economía Política. Lo que ni siquiera imaginó fue que esa metáfora del Poder adquiriría tan apocalíptica dimensión, que terminaría por aplastar toda otra expresión de la objetivación del espíritu. Y entre ellas, desde luego, la revolución que inspirara con sus escritos, su obra y sus afanes. Las primeras señales de alarma las encendió el desarrollo de la teoría de la alienación y el reclamo de las buenas conciencias contra el monstruo devorador del consumismo. Tal fue el desprecio de Marcuse por las mercancías hace apenas medio siglo, que volviéndose contra el automóvil, símbolo de símbolos del consumismo capitalista, le escuché decir que el único fin liberador, lúdico que le encontraba a un automóvil era el poder hacer el amor en sus asientos traseros.

Pero eran otros tiempos. Ni tan lejanos, pero como si fueran remotos. Ernesto Guevara pecó de un brutal idealismo cuando, siendo brevemente jefe de la economía cubana, firmó ese papelito símbolo de la alienación con su alias – Ché – y puso todas sus delirantes fuerzas en imponer el trabajo voluntario. Desde luego, como lo puede comprobar hoy por hoy cualquier hijo de vecino, esos tiempos del rechazo del dinero pasaron al olvido. La revolución cubana es tan voraz devoradora de dinero, que sin el que le provee la estupidez venezolana ya habría colapsado. Pues no conoce otra manera de obtenerlo que chuleándoselo a los otros. De manera que prodiga legitimaciones y respetos a la cáfila de asaltantes, ladrones y facinerosos venezolanos que en nombre de la revolución roban a destajo y en cantidades verdaderamente colosales. ¿Hubiera creído Marx, el judío descalzo, que en su nombre y en el país del señorito rumboso que quería ser emperador se instauraría una revolución socialista narcotraficante y todo por dinero?

Money, money, money. No es otra cosa la que mueve a los lulistas, a los foristas, a los izquierdistas chilenos, bolivianos, argentinos. Por la plata salta el mono de este zoológico universal en que la inmundicia ha convertido estos últimos días de Pompeya. Las más corruptas élites están en Moscú, en Caracas, en La Habana, en Shanghái. En donde se hace gárgaras por la honradez revolucionaria con espumoso Dom Perignon. Viejos, niños, jóvenes no piensan en otra cosa que en nacer ricos, crecer ricos, morir ricos. El sueño americano era poseer un millón de dólares antes de cumplir los treinta años. Jóvenes venezolanos de aparente alcurnia decidieron que esa cifra era miserable y la hicieron crecer hasta superar el billón. ¡Y lo lograron!

Ser pobre y tener los bolsillos vacíos. He allí el colmo de la tragedia. ¿Qué tiempos aquellos en que jugábamos con una pelota de trapo!

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