Mucha calma, Presidente

Se enreda con facilidad en debates que suscitan sus propias palabras, que, luego, de manera afanosa, tiene que salir a aclarar.

Semanas antes de las presidenciales, escribí en estas páginas que si Juan Manuel Santos ganaba un segundo mandato, la noche de la victoria sería para él la última feliz en mucho tiempo. Me temo que acerté: desde entonces, muy poco le sale bien. Como lo sabe, anda irascible e intolerante con la crítica. Y se enreda con facilidad en debates que suscitan sus propias palabras, que, luego, de manera afanosa, tiene que salir a aclarar.

Mientras el proceso de paz, la bandera de su reelección, lleva meses estancado a falta de nuevos acuerdos y por el empeño de las Farc en comportarse como los criminales de siempre, la economía, que varias noticias buenas le había dado a Santos I, amenaza con convertirse en pesadilla. La caída del precio del petróleo y de otros productos de exportación ha agrandado el hueco fiscal, que los fallos de tutela en la salud, la deuda pensional y la descomunal capacidad del Gobierno de gastar en burocracia y favores a Musas y Ñoños habían creado ya. Y la improvisada reforma tributaria, que apenas le pondrá paños de agua tibia al enfermo, les quita a grandes y medianos empresarios recursos para invertir y generar empleo.

Sorprende que un hombre lidiado en tantas plazas, exministro de Comercio y de Hacienda en dificilísimos momentos de la economía y de Defensa en instantes definitivos de la guerra contra las Farc, esté demostrando tan poca correa para los cuestionamientos. La andanada con que salió a responder a quienes, con cifras y argumentos, hemos ejercido el derecho a la crítica en el caso de la tributaria sería apenas una anécdota si no demostrara que el Jefe del Estado está perdiendo la templanza.

Más grave resulta que, al hablar de los temas más delicados, dé la impresión de no dominarlos. En su defensa de la tributaria, insistió en que solo la pagarían los ricos y no la clase media. “Una persona con más de 5.000 millones de pesos no es de clase media…”, dijo sin explicar que el impuesto al patrimonio será pagado por quienes tengan mucho menos, de mil millones de pesos para arriba, algo que cualquier empresario medianito tiene con solo contabilizar la bodega donde opera y las máquinas con que genera empleo.

Pero, además, no se trata solo de quién paga, sino de si ese impuesto excesivo lo empuja a reducir la inversión y los puestos de trabajo, lo que sí les pega directo a las clases media y baja. También ha sido desafortunado el discurso del mandatario contra los ricos. A Gustavo Petro o Nicolás Maduro tal vez les luzca, pero a Santos, alimentado como fue con cucharita de plata, le queda postizo.

Otro ejemplo de limitado dominio del mandatario de un tema saltó a la vista cuando planteó, en una entrevista radial, que el país debía abrirse a la idea de extender la definición del delito político a otras conductas como el narcotráfico cuando este hubiese sido cometido para financiar la rebelión armada. Es un tema delicado, que no podía soltar como globo al aire.

Aquí el Presidente cometió dos errores. Primero, lo planteó mal, de manera confusa y en plan de debate académico, algo que no le corresponde al presidente de una nación que no debe comportarse como analista, sino como el líder que propone sus iniciativas con convicción y certidumbre. Y el segundo error fue ‘patrasearse’ al día siguiente y decir que no había dicho lo que sí había dicho.

Por el bien del país, Santos debe dedicarle más tiempo a estudiar a fondo los temas gruesos y recuperar el buen tono y la tolerancia republicana. Las malas maneras no le quedan bien a alguien tan educado. En el proceso de paz vienen instancias definitivas para seguir o, si es el caso, porque las Farc no quieran avanzar, levantarse de la mesa, algo que ojalá no ocurra. Y en el económico, se aproxima un año muy complicado. Así que, señor Presidente, calma, mucha calma.

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