¡Muy Bonito…!

El tono (o tonito) es el que define el sentido de título de este artículo. Dicho sin más, muy bonito sería una exclamación elogiosa. Pero si le ponemos un deje, una pronunciación particular, lo bonito pasa a ser feo. “Muy bonito”, enfatizado, es, qué curioso, el equivalente a “muy horrible”.
 
La política sobre drogas concertada entre Santos y las Farc es horrible. Recordemos que uno de los primeros “documento-engendro” de La Habana fue la política sobre drogas (no anti). Santos lo presentó en mayo de 2014, pocas horas antes de la segunda vuelta presidencial. Era la panacea. “Un acuerdo que, de aplicarse, podría darle un vuelco total a la política antidrogas que tanto daño le ha hecho a Colombia”, dijo, esperanzada, La Silla Vacía. “Si se cumple (…) toda la política antidrogas de Colombia habría dado un vuelco y se pondría a la vanguardia de los cambios que han propuesto los expertos más reconocidos en el tema”, editorializó la revista.
 
El genio de Santos y Timochenco nos estaban haciendo saltar del “militarismo” del Plan Colombia, a “la erradicación a partir de un proceso de planeación participativa con las comunidades involucradas, lo que permitiría una mayor integración social de los cocaleros”. ¡Era la Arcadia, el mundo fabuloso de Pangloss, la entronización de la "sociedad de los buenos"! “En el acuerdo quedó claro que la primera opción para acabar con los cultivos ilícitos será la erradicación voluntaria”, se dijo beatíficamente.
 
¡Ingenuos! Las palomitas blancas y los ‘corus pacem’ farianos y santistas son capaces de conmover a cualquiera. ¡Menos a la DEA!, eso sí. Un Tribunal del Distrito de Columbia, USA, formalizó el 29 de abril de 2005, la judicialización de las cincuenta cabezas más importantes de las Farc. Los acusó como “el mayor proveedor de cocaína del mundo (…) que controla el setenta por ciento de la coca cultivada en Colombia”. La DEA nunca ha creído en el idílico acuerdo de mayo de 2014. Así como tampoco creímos algunos colombianos que, en asuntos de las Farc y Santos, somos mal pensados irredentos.   
 
¿A quién le han dado la razón los hechos? El periódico El Tiempo reconoció el pasado viernes que la “política de paz” disparó los sembrados de coca. Uribe puso los sembrados en el tope mínimo de 30 mil hectáreas. Santos y las Farc, en cambio, nos llevan hacia un océano verde, hacia el mar de la coca. 100 mil, dice El Tiempo, que hay. Aunque las Naciones Unidas, a través del informe anual del ‘Simci’, seguramente nos dirá que la cosa es peor, que estamos llegando nuevamente a 120 mil hectáreas de coca, marihuana y amapola.
 
El harakiri santista le quitó al “Estado colombiano su principal instrumento de contención a los cultivos de coca, que es la fumigación aérea con glifosato”, reconoció el Ministro para el Postconflicto (¿?), el inefable doctor Pardo. El Tiempo comenta con cierta ternura: “El retroceso en ese frente, en todo caso, es fuerte, pues en menos de tres años se duplicó el área cultivada con la hoja”.

Seamos serios. La coca “no se duplicó”; las Farc la duplicaron, que es distinto. Un personaje tan alcahueta, apático, remolón, indolente y perezoso para perseguir a los mafiosos farianos, como lo es el ministro Villegas, aceptó que Santos y su gobierno se dejaron engañar: “Las Farc han generado falsas expectativas en las regiones con cultivos de coca, anunciando que pueden servir de palanca para nuevos programas sociales o de intervención en materia agrícola, sustitución, mejoramiento de la infraestructura (…). Esa es una política que nosotros, el Gobierno Nacional, rechazamos y que creemos altamente inconveniente, porque lo que hace es frustrar el proceso de erradicación y sustitución”.

¡Muy bonito! ¿Esta es la hora de darse cuenta? La diferencia entre Villegas y nosotros, es que nosotros previmos a tiempo lo que iba a pasar y él apenas lo viene a reconocer ahora, cuando ya están los platos rotos.

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