No a los líderes de las Farc al Congreso

El 4 de julio se cumplieron 25 años de la Constitución.

Aquel día, exconstituyentes y políticos se reunieron en el Capitolio para conmemorar el primer cuarto de siglo de la Carta Magna. Uno de ellos, tal vez el más vigente de todos, fue Humberto de la Calle, jefe negociador del gobierno en los diálogos con la guerrilla en Cuba. Su presencia fue a través de videoconferencia desde La Habana. Dijo De la Calle que la esencia de nuestra Constitución fue la de un tratado de paz, recordando que con ella se selló el proceso de desmovilización del M-19. Al concluir De la Calle su intervención, apareció en pantalla el escudo de las Farc y se oyó en las paredes del Capitolio el himno de la guerrilla. Quien habló fue la guerrillera Victoria Sandino Palmera. Ella criticó la sepultura de las intenciones democráticas de quienes estuvieron detrás de la Constitución, muerte que estuvo a cargo de las “prácticas políticas ajenas a la democracia”. Traducción: ha sido la clase política “tradicional” la encargada de convertir nuestra Constitución en letra muerta, la noble intención democratizadora quedó enterrada bajo un lodo inmundo de corrupción. Consideraciones aparte, razón tiene la señorita Sandino Palmera.

Menciono esto como símbolo de lo que viene: este proceso de paz, como muchos otros en el mundo, tiene un solo objetivo: la participación política del partido que derive de la desmovilización de las Farc. Lo que viene, digo, porque la señorita Sandino aprovechó los 25 años de la Constitución para decir lo que dirán las Farc desde el Congreso una vez dejen las armas. Ya lo recordó De la Calle: el punto crucial de esta negociación es el cómo de la participación política de la guerrilla. Y yo añado: no es tanto el cómo, sino el quién. Me explico: una cosa es que individuos vinculados a las Farc lleguen al Congreso, y otra muy distinta que los líderes de las Farc, los cabecillas más recordados por los colombianos por sus atrocidades, lo hagan. Hubo polémica en el país cuando la señorita Sandino Palmera hizo su intervención política en el Capitolio. Pero esa misma polémica hubiese sido más grande si el vocero hubiera sido, por ejemplo, “El Paisa” o “Iván Márquez”.

Es por ello que a De la Calle le preguntan ya no por la participación política de las Farc, sino por la participación política de los líderes de las Farc. Y De la Calle tiene razón: el proceso de paz tiene sentido si las Farc pueden dar el paso a la política. En lo que se equivoca De la Calle, y el gobierno, es en el argumento. Si usted lee las declaraciones del negociador del gobierno sobre esto, el mensaje es claro: es mejor que los líderes estén en el Congreso, a que estén atentando contra la población civil. A ver si entendemos, ¿o los colombianos aceptamos que los máximos cabecillas hagan política o nos “echan bala” y “atentan contra nosotros”? Para dejarlo claro: está bien que la organización pase a la política, pero ¿además estamos obligados a aceptar que sean los líderes los que lo hagan? ¿Por qué? ¿No se supone que las Farc como organización representan a unas ideas y no a unos individuos? Las propuestas sobre un determinado modelo de país pueden defenderlas otros que no sean los líderes de las Farc. Empeñarse en que son los líderes los que tienen que estar en el Congreso, es mandar el mensaje equivocado: acá no importan las ideas, importan unos nombres, unos individuos, unas presencias. 

Si tan sinceramente interesados están los cabecillas de las Farc en la paz, en el futuro del país, en el debate político sincero y honesto, deberían renunciar a su participación individual en la política del país. Si lo que importa es la idea de un país distinto, democrático en la práctica y no solo en el papel, no importa si son los Timochenko los que lleguen al Congreso. Bien podrían otros representar sus ideas en el debate público. No sea crean, señores cabecillas, más importantes que sus ideas. No lo son.

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