No se puede garantizar la paz de Santos

José Alvear Sanín afirmó en un excelente artículo publicado recientemente y del cual tomo algunas ideas que: “Así como decimos que alguien “perdió el año”, los países también pierden años. Francia, por ejemplo, perdió los 29 que van desde 1786 hasta 1815, porque la Revolución y el Imperio la dejaron exangüe y arruinada”.

Más ejemplos citados por Alvear Sanín y complementados por quien escribe. Stalin no gobernó mejor que su antecesor el zar Nicolás II de Rusia, su revolución comunista duró desde 1917 hasta 1989, perdió 72 años y costó 23 millones de muertos. Mao Tse-tung, también conocido como Mao Zedong, dilapidó 32 años en su revolución comunista, desde 1949 hasta 1981. Mao ha superado a todos los genocidas de todos los siglos con sus 78 millones de muertos y no logró superar a su pésimo antecesor Chiang Kai-shek.

Fidel Castro, nuestro asesor de paz en La Habana, lleva perdidos 56 años desde 1959 y no ha sido mejor gobernante que su antecesor Fulgencio Batista. Chávez y Maduro en Venezuela completan hoy 15 años de revolución y no han sido mejores gobernantes que los “pelucones” que tanto desprecian.

No esperemos que la paz del presidente Santos nos pueda garantizar un período de mayor progreso que el registrado por Colombia en los 60 años entre 1955 y 2015, a pesar de haber padecido durante dicho lapso los conflictos de los guerrilleros idealistas, inicialmente, y de los narcotraficantes terroristas hasta la fecha.

¿Por cuáles motivos no podemos ser optimistas? Por las razones que debemos repetir como decía el apóstol San Pablo, “a tiempo y a destiempo”. Porque en los tres puntos ya acordados o esbozados en Cuba, resultan innegables tres hechos: connivencia con el narcotráfico; desmantelamiento de las Fuerzas Armadas; y, por último, imposibilidad de financiar los acuerdos.

La connivencia con el narcoterrorismo se pactó al establecer las Zonas de Reserva Campesina, rebautizadas hoy como Zonas Especiales de Paz, donde ya se tolera la siembra de coca, sin fumigaciones, sin erradicaciones manuales, con la población de tales zonas alzada en contra de la presencia de nuestras Fuerzas Armadas. Todo esto, mientras el Gobierno de común acuerdo con las Farc ‘estudia’ los cultivos para sustituir la coca. Petición lógica, las Farc pretenden no tener competencia en su lucrativo negocio. En un mar de coca no puede navegar la paz.

El desmantelamiento de las Fuerzas Armadas se evidencia en los cambios en la doctrina militar, en las cuantiosas reducciones en su presupuesto, en la imposibilidad de reparar y modernizar sus equipos, en el cese bilateral del fuego, en la prohibición de los bombardeos a los campamentos que protegen las siembras de coca, mientras la comunidad internacional señala que el país se ha convertido en el primer productor mundial.

En Colombia, con un déficit fiscal cercano ya al 4% del PIB, equivalente a unos 34 billones de pesos, resulta imposible exigirnos que le adicionemos otros 34 billones de pesos por año para financiar el posconflicto.

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