¡No se rindan!

“Señora jueza, si la sentencia es condenatoria usted tendrá más miedo de leerla que yo de escucharla, porque usted sabe que soy inocente”, le dijo Leopoldo López, el líder opositor venezolano injustamente encarcelado hace dieciocho meses, a su verdugo. Ingenuo, digo yo, porque seguro que Susana Barrientos, quien lo condena, no perderá un minuto de sueño por su tropelía. La “justicia” en Venezuela, la “justicia” del socialismo del siglo XXI, es servil y abyecta. Depende política e ideológicamente del Palacio de Miraflores y no pretende hacer justicia, dar a cada uno lo que le corresponde, sino ser instrumento de la revolución, martillo contra la oposición y disuasión ejemplarizante a quienes cuestionan el sistema.

Que la separación de los poderes, un sistema de frenos y contrapesos al Ejecutivo y la independencia y autonomía de la Rama Judicial sean condiciones indispensables de una democracia verdadera, no tiene importancia alguna para el socialismo del siglo XXI. Para la revolución socialista las elecciones son solo una careta tras la que se esconde un régimen autoritario, una herramienta de simulación para llegar y quedarse en el poder.

Y si la democracia en Venezuela es un engaño, el juicio contra López fue una pantomima, una patraña. Desde su detención arbitraria y su confinamiento en una prisión militar en el que lo aislaron y maltrataron, hasta su juicio sin garantías ni oportunidad alguna para defenderse, el proceso contra Leopoldo estuvo dirigido a dejar a la oposición sin su líder más relevante. Su condena ahora solo busca desalentar a la mayoría ciudadana con miras a las elecciones del seis de diciembre. Todas las encuestas auguran una debacle para el Gobierno. Uno de tal magnitud que el fraude usual quedará en evidencia. Como el calentamiento de la frontera, la expulsión de colombianos y el despertar de sentimientos xenófobos y nacionalistas, la condena contra López prueba que el chavismo hace de todo para aferrarse al poder.

Y mientras tanto, las muestras de repulsión a semejante iniquidad afloran por todas partes. O casi. Aquí Santos y su Canciller están mudos, como han estado siempre frente al desmantelamiento de la democracia y la violación de los derechos de la oposición en Venezuela. Un silencio cómplice en que los acompañan sus colegas latinoamericanos, salvo al valiente presidente de Costa Rica, que se atrevió a decir que “es una muy mala idea utilizar los tribunales de justicia para castigar ciudadanos por sus opiniones políticas”. Quien sí se pronunció fue el infame secretario general de Unasur que sostuvo que “reitera su respeto a las decisiones que adopten las autoridades jurisdiccionales de sus Estados miembros”. ¡Si antes no tuvo problema en alinearse con Maduro en la expulsión de colombianos, ahora Samper no tiene reparo en defender la condena a López! Hay lacayos que pagan bien a sus amos.

Pero no siempre consigue la izquierda mamerta, hoy reencarnada en las Farc y en el socialismo del siglo XXI, sus objetivos. A Fernando Londoño intentaron matarlo el mismo día en que el Gobierno, para distraer, decía que el atentado era obra de una “mano negra” y conseguía que el Congreso le aprobara el “marco jurídico para la paz”. Para entonces, ya Santos negociaba en secreto con la guerrilla. Pues bien, La Hora de la Verdad, el programa de Londoño en RCN, llegó a las tres mil emisiones. Un premio al coraje, a la coherencia y a la persistencia. Eduardo Mackenzie y Ricardo Puentes, ahora en el exilio, siguen escribiendo. Nuestra solidaridad para con ellos, con Rubén Darío Acevedo, y con todos quienes están en la mira de las Farc.

Es tiempo también de sumarnos a la petición de Leopoldo López después de su condena: ¡no se rindan! Ni ellos ni todos aquellos que creemos en la democracia de verdad, en la democracia republicana, podemos rendirnos. El caso venezolano nos obliga a poner nuestras barbas en remojo. No estamos a salvo, digan lo que digan Santos y sus áulicos. Esto no es Venezuela, es verdad, pero empieza a parecerse en exceso.

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