Nobel de Paz sin paz

Reconozco que me sorprendió el otorgamiento del Nobel de Paz al presidente Juan Manuel Santos por cuanto la paz colombiana no logra llegar a su punto final.

Y también porque quedaron por fuera dos grandes favoritos: los habitantes de las islas griegas que han salvado miles de vidas de refugiados y dado una lección de humanidad al mundo, y, los negociadores de lo nuclear iraní, clave para desactivar un peligro atómico en el Medio Oriente

Pero, en medio de la atmósfera virulenta que se ha formado entre los líderes y columnistas favorables al SÍ a raíz de la derrota sufrida en la jornada plebiscitaria, es de esperar que esos espíritus belicosos y esas plumas enardecidas dejen de descalificar el resultado, tornen a la calma, se aPAZigüen y comprendan que el camino de conversaciones iniciado el pasado lunes 3 de octubre merece continuar.

Jolgorio aparte, sería un error garrafal que los promotores del SÍ pretendan retrotraer el debate al estadio anterior al 2 de octubre o que piensen ahora que Nobel de Paz mata plebiscito y que tal distinción significa la resurrección del cuestionado Acuerdo. La declaración del presidente Santos al anunciar el premio Nobel de Paz, diciendo que hará lo imposible para implementar el Acuerdo es una pésima señal.

Una lectura más plausible de las razones que tuvo el Comité del Nobel de Paz para concedérselo al presidente Santos es que el Gobierno Noruego, en su calidad de garante y acompañante de las negociaciones de La Habana, no se iba a quedar expectante frente al resultado del plebiscito, el país promotor del Nobel no iba a aceptar una estruendosa derrota diplomática al cabo de más de 5 años de gestiones. En ese sentido el premio noruego tiene la clara finalidad política salvar a Santos del desastre y evitarle  a ese país un oso internacional.

No obstante, es preciso entender el alcance limitado que tiene una distinción que ha sido otorgada en inconclusos procesos de paz, como con el nobel a la paz entre palestinos e israelíes en 1994, que 24 años después no ha sido sellado. Automáticamente no se van a deshacer los nudos que impiden la firma pronta del Acuerdo definitivo de paz ni las partes que desde la institucionalidad están buscando la construcción de un consenso nacional quitarán del camino obstáculos que no son de carácter cosmético. A lo mejor, puede influir para que se evite una ruptura del proceso sin que se haya intentado la renegociación.

Más sensato sería que las intolerantes voces y agresivos escritos que se han dejado venir lanza en ristre, inclementes y rabiosas contra las mayorías, apoyados en razones mezquinas, cesaran el bullicio y contribuyeran a mejorar el ambiente para un consenso nacional. No entiende uno que hablen de paz, reconciliación, convivencia, tolerancia y moderación y que a la vez asuman un rol belicista e insultante contra los promotores del NO. No comprende uno por qué se inclinan reverentes ante la dirigencia de las FARC a cuyos jefes aclamaron en Cartagena y les ofrezcan un ramo de flores mientras tratan como enemigos absolutos a sus opositores en democracia. No es razonable que se dediquen a azuzar desde posiciones de liderazgo y de mando estatal la movilización de masas con el claro fin de revertir la decisión de las mayorías. Ni el premio Nobel ni la calle deben ser usados como baza o ventaja para ese protervo fin.

Disfruten, celebren, pero, por favor, que no se les suban los humos para reimponer esa atmósfera triunfalista de las semanas previas al plebiscito, ese ambiente de trato desigual, la amenaza de guerra urbana, de estigmatizarnos como guerreristas, el unanimismo de los Medios y las encuestas manipuladas y mentirosas. Háganle honor a ese premio aPAZiguando sus espíritus.

Sobre todo, tápenle la boca al deslenguado repentista Armando Benedetti, ese que incitó a que fusilaran a quienes criticamos el Acuerdo y que ahora propone repetir el plebiscito. Y no se sientan eximidos de presentar renuncia irrevocable el ministro del Interior y la Canciller que han sembrado dudas sobre la verdadera disposición del Gobierno Nacional a buscar un consenso para hacerle reformas al Acuerdo.

Que el filósofo Sergio Jaramillo entienda, de una vez por todas, que su proyecto de corte claudicante parta negociar con las FARC fracasó y que el Nobel no remedia ese fracaso ya que no tiene la potestad ni la función de silenciar a los que nos pronunciamos en favor de renegociar y enmendar todo el daño causado a la Justicia y a la Constitución consignado en el mamotreto de 297 páginas.

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