Nos creen pendejos II

Fin a la separación de poderes: al Congreso con mermelada se sumarían unas cortes asustadas.

No me gustan las segundas partes a una columna, pero los hechos me obligan a incurrir en la continuación de la que, bajo el título de ‘Nos creen pendejos’, escribí hace cinco domingos, pues ha surgido nueva evidencia para afirmar que en el Gobierno nos siguen considerando tarados.

La primera prueba es la alocución del presidente Juan Manuel Santos el martes, en la que anunció medidas para enfrentar la crisis del aparato judicial, que ha dejado en evidencia que las roscas, el clientelismo y la compraventa de fallos se han tomado a las altas cortes.

Digo que nos creen pendejos porque el Presidente no hizo más que plantear las medidas que, a mediados del año pasado, propuso el entonces ministro de Justicia, Alfonso Gómez Méndez: la eliminación de las funciones electorales de las cortes, el cierre de la ‘puerta giratoria’ que permite a un magistrado pasar de una corte a otra como resultado del intercambio de favores de su rosca, la creación de un tribunal especial de aforados que procese a los magistrados sin necesidad de pasar por la comisión de acusaciones, la reglamentación de la tutela –con límites de tiempo– y el examen de Estado para los juristas.

¿Por qué son buenas ahora y no lo eran tanto el año pasado, cuando el Presidente sacó a Gómez Méndez del Ministerio y engavetó varias de ellas? Como lo sugirió el debate de estos días en La W, la oposición del fiscal general, Eduardo Montealegre, al Ministro fue clave en ello. Una alta fuente del Gobierno me dijo esta semana que, aunque a Santos le gustaban las iniciativas de Gómez, prefirió no enfrentarse al Fiscal, que no solo es su aliado en las negociaciones de La Habana –algo que se sale de sus funciones–, sino que despierta miedo: un fiscal general molesto con el Gobierno puede, si tiene instintos vengativos, hacerle mucho daño al Ejecutivo.

Entonces, que no nos venga el Gobierno con que esas reformas son la panacea, porque si en vez de sacar a Gómez Méndez del gabinete le hubieran hecho caso y hubieran impulsado todas y no solo unas, no se habrían perdido estos meses con una reforma sin dientes como la que avanza en el Congreso.

Otra prueba de que nos creen tarugos: el Gobierno anuncia que incluirá varias de las propuestas en esta reforma que cumplió primera vuelta en el Congreso –pasó por comisiones y plenarias de ambas cámaras– y que deberá repetir el mismo proceso por tratarse de un cambio constitucional. ¡A ver! ¿Es que acaso no hay un solo constitucionalista en el alto Gobierno? Abunda la jurisprudencia que prohíbe que un tema que no haya sido aprobado –o al menos discutido– en la primera vuelta sea incluido en el texto durante la segunda. De modo que muchas de esas soluciones no proceden por esa vía.

Conclusión: no son más que fuegos artificiales para tratar de salvarles el pellejo a los magistrados de la Constitucional –que corrieron, en el colmo de la falta de majestad judicial, a pedirle una mano al Gobierno–, para que la crisis se detenga con la salida del indigno Jorge Pretelt, como si este personaje fuera el único de los altos heliotropos del Poder Judicial –dentro y fuera de las cortes– culpable de estos pecados.

Y el remate: el Presidente plantea que los magistrados del nuevo tribunal de aforados –que ese sí avanzó en la primera vuelta, aunque sin las características propuestas ahora– sean designados por él, a dedo. De modo que el Gobierno aprovecha la crisis de la Justicia no para enfrentarla y resolverla, sino para nombrar un tribunal de bolsillo que decida qué magistrado debe ser juzgado y cuál no. Con ello, ¿qué magistrado votará un fallo en contra del Gobierno? Es el fin de la separación de poderes: a la ‘mermelada’ repartida entre congresistas se sumarían unas cortes asustadas y dóciles. No nos crean tan pendejos.

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