Nuestra paz de cada día

La persistente búsqueda de la paz que se ha propuesto este gobierno ha dado pie a toda una avalancha de declaraciones, proclamas, debates jurídicos, panegíricos, promesas, rechazos, inquietudes y esperanzas, odios y amores, irracionales ambos, sobre una magna paz que todos soñamos. Y por estar atentos a toda esta parafernalia, no captamos que se está perdiendo esa otra paz mínima, cotidiana, de que está hecha la vida.

Esa paz que puede ser alegría, tranquilidad, ternura, amor. Una paz en voz baja, en tono menor, de tejas abajo, que sabe a hogar, a mirada de niño, a calor de amante. A seguridad, a abrigo, a bienestar, a plácida existencia.

Porque mientras allá en el escenario, los dialogantes de la paz, para propiciar negociaciones, ensayan tonalidades, cambios de luces, tramoyas y telones, los que estamos aquí en el hemiciclo, contemplando la representación, nos sentimos cada vez más desprotegidos, amenazados por urgencias y miedos que los reflectores que iluminan la escena no dejan ver.

Y en el ámbito mínimo de esta paz nuestra de cada día todos los días matan niños, asesinan inocentes, roban a los desprotegidos, mueren de hambre los famélicos, tiritan los desarrapados en el frío de las calles nocturnas, pero… ¡chito!, no hagan bulla, no se muevan, no interrumpan la función. Los reflectores no dejan ver la escena. Allá están los personajes. Oigan los parlamentos, los monólogos, los soliloquios, los diálogos. Hasta se oye el consueta. Se ven esplendorosos, mesiánicos bajo la luz. Teatrales. ¡Aplausos!, ¡aplausos!

Y no caerá nunca el telón. Porque si la guerra es una tragedia inútil, la paz, teatralizada, es un comedia insoportable. Eso está ocurriendo, a despecho de las buenas intenciones. Se magnifica el gesto para encubrir la realidad. Y la gente se cansa, porque se da cuenta de que mientras los dueños de la guerra pontifican sobre la paz (su paz), la otra paz, la paz nuestra de cada día, se escapa de las manos irremediablemente.

No se puede teatralizar la paz. Es peligroso. Se vuelve entelequia, lenguaje que el pueblo no entiende. La paz no es grandilocuencia, no es retórica, no es digresión filosófica, no es malabarismo jurídico. Ni es auto sacramental para ser representado al aire libre.

No se puede permitir que la paz se vuelva retablo de vanidades, púlpito de aspiraciones inconfesadas. Muy triste. Cuando las batallas no dan héroes de guerra, todos quieren volverse héroes de la paz. La peor tragedia es la que se convierte en comedia. La peor desesperanza es la que se disfraza de esperanza. Es bueno recordarlo, y más en vísperas de terminar el año. Por eso, a pesar de todos los pesares, deseo que este año que viene, todavía podamos saborear la paz nuestra de cada día.

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