Obama, ¿el peor?

Aunque parezca mentira, el presidente Barack Obama ha sido catalogado, en una última encuesta de la Quinnipiac University, como el peor presidente estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial.

El 45 por ciento de los entrevistados considera que el país estaría mejor si Mitt Romney, el candidato republicano, hubiese sido electo hace seis años. Solo el 38 por ciento considera que fue mejor escoger al hoy presidente.

Ronald Reagan es considerado como el mejor mandatario y Obama el menos bueno, superado incluso por su predecesor George Bush, que muchos tildan como un inepto.

En todas las áreas importantes como economía, política exterior o salud, Obama tiene calificaciones negativas.

Su mayor nivel de rechazo es el tema de relaciones internacionales, en el cual el 37 por ciento aprueba su gestión y 57 por ciento la califica como negativa.

Cuando, en enero del 2009, Barack Obama se posesionó como presidente, la expectativa era inmensa.

No solo era el primer afroamericano en alcanzar el cargo, sino que representaba el cambio frente a los ocho traumáticos años de Bush que vieron los ataques terroristas de septiembre de 2001, sino las posteriores invasiones de Afganistán e Irak. El cierre de la segunda administración de Bush hijo estuvo además marcada por la peor crisis económica en décadas. Por ello, las bajísimas calificaciones del actual mandatario sorprenden por ser inferiores a las de su criticado predecesor.

La opinión pública castiga a Obama por su falta de liderazgo político interno y externo. En lo nacional, ha sido incapaz de encontrar puntos de acuerdo con el Congreso, que tiene hoy los más bajos índices de popularidad (7 por ciento de favorabilidad). Obama, que no controla actualmente sino el Senado, no ha logrado construir consensos y optó por culpar al Parlamento de todos los males, sin ofrecer salidas a los serios problemas financieros que se reflejan en el elevado endeudamiento de la economía.

A nivel internacional, Obama ofreció una opción que devolvería el respeto y prestigio de Estados Unidos luego del desastre del Gobierno Bush.

Pero la ausencia de liderazgo ha sido interpretada como una señal de debilidad. El problema de Irak y Afganistán sigue vivo, agravado por el nuevo fundamentalismo que se extiende en Siria, Irak y Pakistán.

La crisis de Crimea tampoco muestra una política exterior firme ni capaz de manejar las limitaciones de las naciones europeas que dependen del suministro de energía ruso. Su posición no ha sido exitosa en Egipto ni puede mostrar resultados en los demás países que vivieron la primavera árabe.

En América Latina, en Venezuela, su inacción es una espina cada día más ponzoñosa, mientras el régimen madurista evoluciona hacia el desastre.

A Obama se le reprocha su deseo por quedar bien con todos y evitar los temas delicados. Le critican su obsesión por las encuestas y el tiempo que dedica a complacer a los medios. Se le tilda de ligero y superficial.

La calidad de su gestión es pobre, pues delega sin exigir resultados. El juicio como peor presidente de Estados Unidos es severo y puede ser excesivo. Pero lo que está claro es que no es un estadista.

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