Oraciones maléficas

– Es que ya no respetan ni a los santos, me decía el otro día un amigo recién venido de Caracas para quien las cosas en Venezuela pasan de castaño oscuro. El asunto es que, con el cuento y la jarana, a los chavistas no les ha sido suficiente con haber puesto el país patas arriba y metido el progreso en una jaula sino que ahora además pretenden hacer de la adoración al finado Hugo Chávez un culto sempiterno, con liturgia propia y feligresía uniformada. Esa es la orden emanada de la cúpula, donde los herederos del dictador tienen la última palabra, y han dispuesto que el mandato se cumpla por decreto con religiosa obediencia, en todos los ámbitos de la vida pública y privada.

De modo que pululan los bustos de Chávez en las dependencias gubernamentales. Y funcionarios civiles y militares los exhiben devotamente sobre sus escritorios, como inequívoco distintivo de lealtad. Ser fiel a la memoria del “eterno comandante” es de facto ser leal a las autoridades, Y la divisa es una: con el Gobierno todo, contra el Gobierno, nada. Lo mismo pasó durante décadas en Cuba con la idolatría a Fidel Castro. Y el mensaje, igual acá que allá, es explícito: la veneración como salvoconducto oficial. Con el dogma no se fanatiza solo a los idiotas sino a la cañona a todo el país.

Basta con caminar por la Avenida Libertador, en Caracas, para ver dibujados sobre los edificios los ojos de Chávez, que observan vigilantes a los ciudadanos, o toparse con su rostro sobre carteles y estandartes en el más inesperado sitio de la capital. Declarado líder supremo y trascendente, su figura oficia como totem. Y si hubiese sido Huga, una mujer, probablemente ya habría sido proclamada su inmaculada concepción. Sus admiradores, con el diligente apoyo del Gobierno, se han encargado de erigirle una capilla en el barrio capitalino 23 de enero, donde se le reza como a un santo. Y existe además un mausoleo, en el que de forma permanente se les rinde tributo a sus restos.

Los chavistas se acogen al nuevo evangelio. El hecho, para la iglesia venezolana lleva implícito el pecado de idolatría, por atribuir a “una persona humana cualidades o acciones propias de Dios”. Nada, que el fetichismo no es tan primitivo como se creía. Es también una práctica contemporánea. No hay más que ver la mirada torva y el timbre bélico que adoptan los militantes del Partido Socialista Unido de Venezuela cuando profieren sus consignas. Fue de una de esas reuniones de la que surgió la version chavista del Padre Nuestro: Chávez nuestro que estas en el cielo, en la tierra, en el mar y en nosotros, los y las delegadas, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu legado para llevarlo a los pueblos de aquí y de allá. Danos hoy tu luz para que nos guíe cada día, no nos dejes caer en la tentación del capitalismo, mas líbranos de la maldad de la oligarquía, del delito del contrabando porque de nosotros y nosotras es la patria, la paz y la vida. Por los siglos de los siglos amén. Viva Chávez.

En competencia con los televangelistas, cada domingo, Venezolana de Televisión retransmite los programas Aló presidente –casi 400—, muchos de ellos interminables chácharas que el comandante dejó como legado antes de morir y que hoy han sido incorporados con entusiasmo revolucionario a la liturgia chavista. Aunque muerto, Chávez es inmanente, ubicuo, y puede aparecerse entre los mortales transmutado en pajarito, hablándole al oído al presidente Maduro. Todavía hay muchos venezolanos que se peguntan con expresión desolada: ¿Cómo ha podido sucedernos esto? Ya les ocurrió a otros antes: rusos, alemanes, rumanos, cubanos… Esta vez por falta de advertencias no fue. Se les dijo: ese tipo de tiranos reverdece dondequiera, y el último nunca es el último. A lo largo de siglos los pueblos siempre han dado muestras de enterarse tarde. Mientras se dé valor a los ídolos y haya idólatras, de los fanatismos no se salva ninguno.

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