OTRA VEZ: EL TIEMPO QUE URGE

"Vi subir del mar una bestia…Y la tierra entera, fascinada, seguía detrás de la bestia" Juan, Apocalipsis, 13. 3-8

He citado al Apóstol Pablo en su Epístola a los Romanos y las reflexiones al respecto adelantadas por Jacob Taubes y GeorgioAgamben (http://www.el-nacional.com/papel_literario/Taubes-Agamben-tiempo-resta_0_380362069.html.) Leo otro libro esencial sobre el tema, Tiempo de la vida y tiempo del mundo, del catedrático de filosofía de la Universidad de Münster, Hans Blumenberg (Editorial Pre-textos, España, 2007), si bien su punto de partida no es Pablo de Tarso, sino Juan el Apóstol quien nos dice “¡Ay de la tierra y del mar!, porque el diablo bajó a nosotros lleno de furor sabiendo que le queda poco tiempo” (Apocalipsis 12,12). Metáforas de una aterradora realidad: el emperador Domiciano, la Bestia, y el Imperio Romano, el Dragón.

Vuelvo a plantear el tema del tiempo y sus urgencias porque puede que jamás en nuestra historia republicana el problema del tiempo del mundo, en el que estamos insertos como tan bien lo resumiese José Ortega y Gasset – “Yo soy Yo y mi Circunstancia” – haya ganado mayor urgencia que en estos tiempos sombríos de nuestro mundo en que la Bestia, el Dragón y sus devastadores emergen del mar, con sus cohortes de asesinos uniformados y colectivos del crimen, conscientes de que les queda poco tiempo, exacerban el furor y pretenden aniquilar lo que en Juan y en Pablo es el tiempo del Reino de Dios, el cumplimiento de la reconciliación de lo que Blumenberg llama “el tiempo de la vida” y “el tiempo del mundo” a partir de la comprensión de la determinación existencial por excelencia: la del Ser y el Tiempo heideggeriano: “El tiempo es lo más nuestro, pero también lo menos disponible”. O como lo expresa en toda su trágica agudeza: “la escasez de tiempo es la raíz de todos nuestros males”.

Lo que subyace a Pablo y a Juan es el combate por conquistar el Tiempo del Mundo, pues parten ambos del supuesto que alguna vez el tiempo de la vida y el tiempo del mundo fueron idénticos, un tiempo de la Libertad: “Por expresarlo en términos menos plásticos: el tiempo de la vida y el tiempo del mundo, no importa en qué recinto protegido, fueron una vez idénticos”. Y ambos se empeñan en un mismo propósito: arrebatarle el Tiempo del Mundo a la maldad, a la iniquidad, a la falsedad y el pecado para ponerlo al servicio de la bondad, del Reino de Dios sobre la tierra o, expresado en términos de teología política: “ganancia de tiempo como el radical de todos los deseos de aumento y mejora de la calidad de la vida”, pues “el tiempo es lo más nuestro, pero también lo menos disponible”. El mismo Blumenberg cita en el contexto a Montaigne, cuyo metafísico reconocimiento de la omnipotencia del tiempo queda expresado en su maravillosa frase: “le temps me laisse; sans lui rienne se possede”: “el tiempo me abandona; sin él no se posee nada”. Y la trágica afirmación de Fausto, en Goethe: “El arte es largo, la vida es breve”.

Hay, pues, una contradicción insuperable entre el tiempo del mundo y el tiempo de la vida, si bien el propósito de lo propiamente humano – fundante de nuestra teología política – es acortar esa insuperable distancia de orden existencial, ontológico, metafísico y darle al tiempo de la vida su máxima plenitud posible en un tiempo del mundo tan cercano y accesible que se humanice hasta alcanzar esa identidad originaria de que hablan las Escrituras. Cuando el Tiempo de la Vida y el tiempo del Mundo eran idénticos.

Vuelvo a plantear el problema del tiempo cuando mayores son los esfuerzos de unos y otros: aquellos por imponernos el tiempo del mundo hasta aniquilar plena y absolutamente el tiempo de la vida,; y el nuestro por defender los girones del tiempo del mundo que fuimos, sabiendo que sin ese tiempo – el de la Libertad, el de la Democracia – el tiempo de nuestra vida se desnudará de todo contenido para convertirnos en sobrevivientes de nosotros mismos, sombras, zombis, esclavos vestidos con los harapos del hombre nuevo.

Alguna vez, una amiga y vecina ítalo venezolana vinculada al universo de la fotografía me sorprendió con la afirmación más pasmosa que escuchara en mi vida. De regreso de La Habana, en donde tenía buenas amigas pertenecientes a la Nomenklatura novelesca, de la que volvía siempre muy feliz, le pregunté por las extrañas razones de esa felicidad que le causaba adentrarse en un mundo detenido, paralizado, como en el suspenso de una nube de cuentos de hadas. “Por eso mismo”, me respondió, “porque vuelvo a mi más remoto pasado, cuando el mundo era el pedazo de la acera que daba a mi casa y mi madre me ordenaba barrerla con la vieja escoba de toda la vida” . Detestaba el fárrago, el progreso, los automotores, el bullicio de las maquinarias, el trepidar metálico de los vapores y el insoportable zumbido de los aviones. En suma: el fragor del combate cotidiano por sobrevivir, por progresar, por adquirir e ir a más. Así tuviera que ir a su isla de la felicidad detenida en un avión a reacción.

¿Es ese sórdido congelamiento del tiempo del mundo y la evaporación del tiempo de la vida, rebajada por el Poder totalitario a estricta sobrevivencia de carne y huesos, a nuda vita, a mera respiración animal gracias al rastrojo permitido por el Estado, el cumplimiento mesiánico prometido por el comunismo? ¿Es esa la utopía? ¿Esa la reconciliación del hombre y su mundo? ¿Esa la promesa paradisíaca, ser la humillada Nada ante la soberbia antediluviana del Todo, el individuo unicelular ante el cuerpo omnipotente y omnienglobante del Estado, en manos del Partido, controlados por un solo hombre, el Brujo de la tribu, el Chamán primigenio, el Tótem, el Mesías?

En una prueba de deslumbrante y enceguecedora lucidez, quienes más tiempo de vida tienen por delante han decidido conquistar el Tiempo del Mundo. Para poder vivir a plenitud el Tiempo de la vida. Ninguna casualidad que aquellos a quienes menos tiempo les resta, sean los más reacios a plantar caras a la canalla. Y no sientan, o se nieguen a sentir “el tiempo que urge”. Sentado a la vera del camino mientras le reparaban su carro averiado – corrían los años cincuenta – Bertolt Brecht, aún bajo el terrible impacto de la rebelión húngara aplastada a tanquetazos y divisiones de infantería blindada por las tropas rusas del Pacto de Varsovia, se preguntaba el por qué de su desesperación y su apuro, si no tenía adónde ir ni para qué. Reconocía como tocado por un rayo devastador que el comunismo era el fin de todas las angustias y todos los desvelos: la inmovilidad absoluta, el fin, la muerte en vida.

De allí mi asombro ante la zozobra de quienes creen perder el tiempo de sus vidas porque unos muchachos dan sus vidas defendiéndoles el tiempo de su mundo. Mi desesperación ante aquellos burócratas de la política que se preguntan campaneando una bebida del por qué de tanto apuro, si “esto se derrumbará por su propio peso”. Mi desánimo ante quienes creen que luchar contra la iniquidad puede esperar “por mejores tiempos”. Como si los llevaran enrollados en el bolsillo. De la Cuba detenida en el tiempo de mi vecina esos “mejores tiempos” fueron extirpados para siempre. No hay más que esclavitud: y en el colmo del despropósito muchos, por no decir todos esos esclavos se creen seres libres en el más libre de los mundos.

Que Dios los ampare.

@sangarccs

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