¿Otro episodio de la apertura hacia adentro?

De las crisis han solido provenir rectificaciones e innovaciones fecundas. La del auge minero-energético y de la llamada enfermedad holandesa no debiera ser la excepción.

Más que de la caída aparatosa de un puente en lugar céntrico de la capital de la República, antes de ser inaugurado y en momentos de probar su resistencia con cuerpos humanos, ambas cosas con patética imprudencia, ocupémonos de aspectos más permanentes, inquietantes y sustanciales del país.

Tal el cuantioso déficit en la balanza comercial que con razón el periódico Portafolio calificó de histórico. Tanto por el significado mismo de su elevada cuantía, 4.087 millones de dólares, como por la tendencia adversa en el 2014, hasta el mes de noviembre, de su capacidad de multiplicar el desequilibrio de la cuenta corriente de la balanza de pagos. The Economist lo calculaba, poco antes, en 4,3 por ciento del Producto Interno Bruto.

Los guarismos hablan por sí solos, con importaciones desbordadas y exportaciones reducidas. No obstante, cabría definir si ocurrieron por accidente, como consecuencia fortuita de la baja espectacular del petróleo, o si fue también resultado del criterio de apertura hacia adentro, predominante en la última época. Por lo menos, cabría decir que hubo imprevisión o exceso de optimismo al referir la suerte de la política económica y mercantil a la durabilidad indefinida del auge minero-energético.

El reemplazo del nombre de Proexport por el de Pro Colombia podría haber sido el camino sutil o sinuoso de abrir la puerta al fomento de otro tipo de relaciones comerciales, en cuanto se inclinó a invitar a la iniciativa extranjera y a sus capitales a adelantar esfuerzos por satisfacer, en condiciones privilegiadas, el aumento de la demanda en el mercado interno.

Siempre llamó la atención que en las tratativas de libre comercio la prioridad no fuera la de crear más empleo en el territorio patrio, sino la de franquear a los foráneos el acceso al ensanche del poder de compra nacional en condiciones más favorables y una vez despejado el panorama de estímulos a la producción vernácula.

Cierto es que la revaluación de la tasa de cambio pasó de desalentar esta, así fuera para exportar o competir en el interior al amparo de la enfermedad holandesa o aprovechar el estímulo de los niveles del peso colombiano para lo uno y lo otro. También es cierto que de la caída vertiginosa de su precio, el petróleo se ha repuesto hasta superar hacia arriba la barrera de los cincuenta dólares el barril, pero a la vez se ha compensado con el descenso anunciado de la capacidad productora de Colombia.

Fenómenos que siguen obligando a la nación a diversificar y fortalecer su estructura productiva, reanudando sus programas de promoción de exportaciones y de estímulo a sus líneas básicas. Nunca pensamos que Colombia volviera a sufrir una crisis de estrangulamiento exterior, pero hemos vuelto a estar en trance de repetirla, confiando con fe de carboneros en que la actividad extractiva nos garantizara una bonanza sin límites cronológicos.

Al fin y al cabo, el mayor valor de toda comunidad civilizada proviene de la idoneidad de sus elementos humanos y de su voluntad de aportar conocimientos y virtudes. Ninguna cantera mejor ni potencialmente más rica y prometedora, siempre que se les garanticen a sus componentes conocimientos y oportunidad de aplicarlos a la producción de bienes útiles para nuevas inversiones o de artículos para el uso o el disfrute de los demás. El derecho al trabajo debiera ser prioritario, juntamente con el de educarse y capacitarse.

De las crisis han solido provenir rectificaciones e innovaciones fecundas. La del auge minero-energético y de la llamada enfermedad holandesa no debiera ser la excepción. Algunas ocurren en virtud de ajustes automáticos. Otras deben encontrarse y expresarse en actos de laboriosidad imprescindible.

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