Otro país en peligro

«El derrumbe de la bolsa fue el primer timbre de alarma en el Perú. Ojalá fuera solo un ataque de nervios. Pero Humala habla más del cambio que de la continuidad de una política.»

Inquietud: ¿qué otro rótulo podríamos ponerle al sentimiento que nos ha dejado el triunfo en el Perú de Ollanta Humala? Supongo que esa inquietud la experimentan todos mis amigos peruanos, incluso el propio Mario Vargas Llosa y cuantos los acompañaron en su decisión de votar por Humala con la esperanza de verlo seguir por el camino de Lula y no el de Chávez.

Se trata, por cierto, de una apuesta nada segura que por primera vez dividió a quienes compartimos una línea de pensamiento liberal. O sea, a quienes por una acrobacia verbal, propia de mamertos y de los izquierdistas primarios, somos mal llamados neoliberales. Nunca imaginé que eso ocurriera. Ni siquiera nos pusimos de acuerdo los autores del ya famoso Manual del perfecto idiota latinoamericano. En efecto, Carlos Alberto Montaner era partidario de Keiko Fujimori y Álvaro Vargas Llosa (a quien conozco desde cuando era un niño travieso que irrumpía con su triciclo en el salón de su casa donde yo dialogaba con su padre) votó por Humala. Y si yo hubiese sido peruano, tal vez, para no verme obligado a escoger entre el cáncer y el sida, habría votado en blanco.

Con todo, no puedo ocultar que Keiko Fujimori daba más garantías de continuar el exitoso modelo económico que puso en marcha Alan García en su segundo gobierno. ¿Acaso no había decidido poner como ministro de Economía a Pedro Pablo Kuczynski, el mejor defensor de ese modelo? Altas tasas de crecimiento y de inversiones, baja progresiva del desempleo: Perú, junto con Chile y seguido por Colombia, iba por un buen camino, mientras Venezuela y sus amigos del socialismo del siglo XXI están al borde de un despeñadero.

El derrumbe de la Bolsa al conocerse el triunfo de Humala ha sido el primer timbre de alarma que se ha prendido en el Perú. Ojalá fuera solo un ataque de nervios. Pero la verdad es que el nuevo presidente habla más del cambio que de la continuidad de una política. Además, el nacionalismo de que hace gala es más bien un rótulo inquietante, pues siempre acaba por devolver al sector público boyantes empresas privatizadas y por castigar a la inversión extranjera. No es extraño, pues, que Chávez exprese su júbilo. «Se trata de un nuevo amanecer -ha declarado-. No podemos dejar que nada detenga esta mudanza de época».

¿A qué mudanza se refiere? A una muy peligrosa que remite a lo ocurrido en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua: la desaparición de las clases medias como determinante factor de un triunfo electoral. Humala y la propia Keiko Fujimori, de igual modo que Chávez y Evo Morales, lograron una fractura social manipulando exclusivamente a los sectores marginales. ¿Qué hay de malo en eso?, preguntarán cuantos se apresuran a ubicarme en una derecha carnívora. Pues sí, la respuesta a esa inquietud me la dio mi amigo Carlos Alberto Montaner. Ha costado mucho tiempo -dice él- darle a nuestra sociedad una capa media de ciudadanos asimilables a los de los países líderes del planeta. Es, de paso, el mejor remedio contra el populismo asistencial que en manos de un caudillo produce la ruina de un país y de su democracia.

En el Perú, la clase media -donde se sitúa la más fuerte y sensata expresión de la opinión pública- quedó fuera de juego al dividirse entre Toledo y Kuczynski. ¿Colombia estará fuera de este peligro? Por ahora sí. Pero no olvidemos que ese revuelto sancocho de izquierda que es el Polo Democrático logró apoderarse de la Alcaldía de Bogotá derrotando con el voto de los barrios del sur a Peñalosa, el candidato preferido de la clase media. Por fortuna, después de lo ocurrido con el Polo en la administración de la capital, ya quedamos curados de espantos. Pero no es eso, por desgracia, lo que acaba de ocurrir en el Perú.

Plinio Apuleyo Mendoza
Junio 9 de 2011
Eltiempo.com
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