Papaya servida

Es decir, quieren arepa, pan y pedazo, y como dice Andrés Pastrana —el colombiano que más sabe de engaños de las Farc—, “El presidente cree que la paz depende de su reelección, en lugar de preguntarse si su reelección depende de la paz”. Así, en su afán electoral, Santos les servirá en bandeja cualquier cosa que le pidan.

Casi cinco meses después de haberse iniciado el negociado con las Farc, en La Habana, nos vinimos a enterar de que ya se habían suscrito acuerdos sobre el subpunto 1 del tema de la tierra, que es el punto 1 del temario, y que, en total, se tenían unas 5 cuartillas redactadas, o sea 5 paginitas de tamaño carta, a doble espacio.

Considerando que son 6 puntos principales y 27 subpuntos, resultaría descorazonador para el Gobierno aplicar la regla de tres para calcular lo que se tardará el proceso completo: si un subpunto se llevó 5 meses, ¿cuánto tiempo requerirá el trámite de los 27 subpuntos? Claramente lo que dijeron las Farc desde un comienzo: años. Más precisamente, 11 años y tres meses.

Sin embargo, el Gobierno tiene afán; el reloj pende sobre su cabeza como una bien afilada espada de Damocles, pues Santos deberá anunciar en noviembre si se lanza por la reelección, y el revés de las encuestas solo podría enderezarse llevando a término el proceso y sacándose la foto abrazado a los terroristas. Por eso nos aseguran que hay muchos avances y sugieren haber concluido ya las discusiones sobre el primer punto con sus 6 subpuntos, sin que hasta ahora nadie sepa con certeza qué cedió el Gobierno, pues es este el que cede ante las presiones de los terroristas, no al revés.

Pero si bien es cierto que van a pasar a discutir el punto 2 (participación en política), están lejos de concluir el primero. Los voceros del grupo terrorista indicaron que no hay acuerdos sobre minería, ganadería extensiva y extranjerización de tierras, así que falta mucho y lo que se presagia es que habrá concesiones inéditas aprobadas a la guachapanda con tal de empujar el entuerto.

Y aunque el Gobierno sale a negarlas, las Farc sorprenden a diario a la opinión pública con unas exigencias sin las cuales se abstendrán de facilitar la reelección del veleidoso Santos y de que sea catapultado a su soñado Nobel de paz. Requerimientos que se sabe que son tan ciertos como lo eran las denuncias de que el Gobierno negociaba en secreto con las Farc, hechas casi un año antes de que aquel lo reconociera.

Difícil sería decir cuál de las exigencias farianas es la peor o la más grave para el futuro de Colombia pero lo que sí puede asegurarse es que todas van encaminadas a instituir el totalitarismo marxista en el país. Esto porque —entiéndase de una vez— las Farc no están negociando para abandonar la lucha revolucionaria y la transformación política radical que buscan, sino para tomarse el poder por otros medios, menos cruentos en apariencia, aprovechando el papayazo servido por un individuo que la Historia tendrá que juzgar por traición a la Patria.

Por eso, cualquiera de estas lindezas constituyen avances superiores a todo lo logrado por las Farc en medio siglo de terrorismo y sangre. Quieren, por lo menos, 30 curules en el Congreso, pero, además, pretenden que les sean devueltos todos los cargos de elección popular que llegó a tener la UP.  Quieren que se reduzcan las Fuerzas Militares y, además, que sean confinadas en cuarteles y no puedan hacer presencia en los campos y ciudades. Quieren más de 50 republiquetas independientes que suman más de 9 millones de hectáreas (el doble del total del área agrícola en producción en Colombia), con plena autonomía para hacer lo que les plazca.

Es decir, quieren arepa, pan y pedazo, y como dice Andrés Pastrana —el colombiano que más sabe de engaños de las Farc—, “El presidente cree que la paz depende de su reelección, en lugar de preguntarse si su reelección depende de la paz”. Así, en su afán electoral, Santos les servirá en bandeja cualquier cosa que le pidan.

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