¿Para dónde va Duque?

La tarea que se echó Iván Duque sobre sus hombros al asumir la presidencia de la república no fue de poca monta. Recomponer una economía y un fisco con abultadas cifras en rojo, apuntalar y refaccionar el deteriorado aparato institucional, sacar al país del fango de la corruptela tolerada y auspiciada desde las altas esferas estatales, hacerle frente al descontento por la impunidad e insólitas gabelas otorgadas por el pasado gobierno a los terroristas, restablecer el imperio de la seguridad y la moral de combate de la fuerza pública, volver a sus carriles tradicionales nuestras relaciones internacionales, para solo mencionar los retos más acusados.

Y a fe que lo ha venido cumpliendo con singular dedicación y empeño, aunque rodeado de inmensas dificultades. El claro mandato de la ciudadanía el 17 de junio fue su punto de partida; su entereza y firmes convicciones, el ancla segura. Claro que eso no basta. Los factores en contra no son pocos ni despreciables. La vieja politiquería clientelista mantiene considerable fuerza. La oposición de signo izquierdista ha jurado atravesarse como mula muerte en su camino, y empezó su irracional resistencia desde antes de la posesión. Los medios que huelen que han perdido los gajes de ayer tratan con dureza al nuevo jefe de Estado. La fuerza del Centro Democrático en el parlamento no le permite al ejecutivo un fácil trámite de su paquete legislativo.

A todos estas dificultades ha venido a sumarse, quién lo creyera, la emergencia de una corriente de “fuego amigo”, impaciente, exigente, plena de verdades generales pero carente de soluciones prácticas, que se atosiga con su mismo desespero. Tres semanas apenas de ejercicio son suficientes para ellos, al parecer, para semejante desazón. No admiten que tiempo requieren las cosas y mucho más en la situación que recibió Duque. Por el contrario, creemos nosotros, tres semanas pueden ser un indicador valedero del trabajo denodado del primer mandatario, de ejecutorias que refrendan que ha obrado según lo había previsto, de pasos seguros y certeros que testifican que poco a poco va materializando los cambios que prometió, aunque a veces haya tenido que improvisar salidas ante hechos inéditos. Quisiera, abusando de los lectores, tratando de ser muy sintético, repasar algunos de esos hitos esenciales.

Empiezo por el tema candente de la corrupción. Algunos solo miran el acontecimiento episódico de la presencia de Timochenko en Palacio, o de haber convocado a sus adversarios para conjugar esfuerzos contra este flagelo. Olvidan que el mismo 8 de agosto Duque radicó en el Congreso un paquete legislativo de mayor significación que el relativamente inane de la consulta anticorrupción. Que ha trazado como línea de gobierno eliminar la mermelada, los cupos indicativos a los congresistas, y cualquier transacción por cuotas burocráticas para asegurarse respaldo parlamentario, nombrando un gabinete esencialmente técnico, por primera vez en el país. Este solo elemento es el mayor vuelco político que se haya dado en Colombia en mucho tiempo. Con ello, corre el riesgo de complicar el trámite de muchas leyes que el gobierno necesita, pero la determinación del presidente es no ceder en ese empeño, cueste lo que le cueste. La elección de Contralor fue una prueba de fuego de esta determinación para sanear la política, que muchos no han entendido o querido entender, porque esperaban que ganar el poder implicaba también manipular los órganos de control. La respuesta que en su momento dio Ernesto Macías al respecto, que refleja la postura del presidente, fue contundente: un gobierno que no va a robar no le tiene miedo a que lo controlen, sea quien sea el que ejerza esas funciones.

No han faltado quienes han interpretado de manera torcida lo acaecido en la consulta anticorrupción. Que fue una derrota de Duque, porque su votación superó la del 17 de junio, escondiendo que Duque respaldó dicha consulta y votó en ella. Que significa una ruptura con el expresidente Uribe, porque este último no la respaldó, cuando sabemos que fue muy claro en cuanto a que su decisión era que prefería el paquete de propuestas legislativas de Duque, que estimaba mejores que los puntos de la consulta, y por tanto se concentraría en sacarlas adelante. En últimas, concluyo (habiendo sido, como fui, opuesto a tal consulta, que no voté), sin querer queriendo, como lo han indicado distintos analistas: la consulta no logró el umbral, probablemente, por la oposición de Uribe; pero, simultáneamente, el respaldo de Duque le ha permitido evitar que la oposición hirsuta capitalice la votación obtenida y, a la par, canalizar el sentimiento contra la corrupción en la concreción de un amplio pacto nacional para sacar adelante cambios constitucionales y legales de trascendencia. Que, en su mayor parte, exceden los limitados y parcializados puntos de la consulta, y tienen como eje no los 7 puntos de esta, sino la batería de proyectos del gobierno, los proyectos de la Procuraduría y la Fiscalía, y otros del Centro Democrático como el que congela el sueldo de los congresistas. ¿Puede todo eso soslayarse por la presencia de Timochenko en Palacio?

Tomemos ahora el tema de la seguridad. Muchos esperaban que Duque cambiara la cúpula militar de entrada y “depurara” las fuerzas militares. No voy a repetir los argumentos esgrimidos sobre el tema. Pero lo que han demostrado los hechos de estas semanas es que, aún con la antigua cúpula militar, el cambio esperado se está dando. Hay un plan de choque contra la criminalidad que va dando resultados con la captura o baja de connotados cabecillas de bandas, carteles, disidencias y todo tipo de organizaciones criminales. El liderazgo presidencial en esta materia es determinante. La presencia del presidente en Tumaco, el Catatumbo, el Cauca y otros lugares neurálgicos ha transmitido un mensaje a los uniformados y la ciudadanía, que revive la confianza en el Estado y sus fuerzas armadas. Hasta acontecimientos como el reciente de Medellín, con la intervención en gran escala en el “Bronx” de esta ciudad, olla del micro-tráfico y otros delitos, indican que las autoridades locales ahora sí pueden actuar porque hay un respaldo inequívoco del ejecutivo central.

En el mismo sentido, el gobierno se apresta a reorientar la lucha contra el narcotráfico, que había sido abandonada los últimos años. Ha presentado la reforma constitucional que revierte la infamia del gobierno anterior que elevó el narcotráfico a delito conexo con el delito político. Aunque ya hay un daño hecho, porque en el caso de las Farc no se pueden reversar los beneficios jurídicos que por esa medida recibió de Santos, el mensaje es que hacia el futuro eso no podrá volver a suceder, y que en casos como el del Eln –de llegar a concretarse alguna negociación con esa banda, si deja de delinquir como exige Duque- no se otorgará semejante patente de corso. Está anunciada la reanudación de la fumigación de cultivos ilícitos y la erradicación forzosa de aquellos cuyos cultivadores no se hayan comprometido con erradicación voluntaria. Y en este último caso, aunque el presidente ha indicado que se respetarán los acuerdos sellados con campesinos, se revisará rigurosamente la situación para mirar si se están cumpliendo.

Ni qué decir de las relaciones exteriores. Colombia ha retomado la senda de estrechar los lazos con los Estados Unidos, deteriorados durante el gobierno anterior. Con la dictadura de Venezuela, el viraje de Duque es de 180 grados: decisión de no enviar embajador a Caracas, coordinación con otros países del hemisferio para llevar el caso de Maduro y otros dirigentes de ese país ante la CPI, coordinación con países vecinos y la ONU para atender el flujo migratorio desbordado. Además, el rechazo contundente a esa corriente política dañina en el hemisferio, se manifiesta en el retiro de Colombia de UNASUR, organización al servicio del castro-chavismo. Y, para rematar, el nombramiento de Alejandro Ordóñez como embajador en la OEA. ¿Hay algo en esa política exterior que no se ajuste a lo prometido en campaña?

Quizás lo que más críticas ha provocado son algunas propuestas del Minhacienda Carrasquilla, en particular la relativa al IVA que, efectivamente, no hacía parte del conjunto de medidas expuestas por Duque en la campaña. A la par, se ha señalado que en un comienzo el presidente, por su afán de no armar controversias y no actuar con “espejo retrovisor”, no develó ante la opinión el estado catastrófico del fisco. Igualmente se reclama que la atención oficial se enfoque a la reducción del gasto, sobre todo del superfluo, y no solo en el aumento de los ingresos. El mismo expresidente Uribe ha insistido en este enfoque.

Al parecer el ejecutivo está actuando en esta dirección. La revelación del mismo Carrasquilla de que el presupuesto que dejó Santos está desfinanciado en 25 billones en materia de inversión y compromisos sociales, es un primer paso en la dirección correcta, para que el país dimensione la magnitud del problema. El presidente Duque ha reiterado también que cumplirá lo que ofreció en los meses pasados, y que la última palabra en materia económica la tendrá él. Es explicable que se busque, con muy buen criterio, mejorar el salario mínimo y reducir la tarifa del impuesto de renta a las empresas, entre otros estímulos; pero es indispensable entender que toda crisis fiscal requiere, finalmente, medidas que implican sacrificio para distintos sectores, como la ampliación de la base de contribuyentes a la renta que se ha propuesto, y seguramente otras, incluidas algunas que no fueron previstas en campaña, porque se ignoraban cifras del desbalance que ahora se descubre. Con paciencia, y comprendiendo la gravedad del descuadre fiscal, el país ira captando mejor la estrategia económica oficial.

La reforma a la justicia es otra preocupación central de los colombianos. Estos días han sido testigos de nuevos escándalos y determinaciones desatinadas de las Cortes. Como la de la Constitucional al trasladar a la JEP las graves agresiones y violaciones sexuales a niños y mujeres por parte de las Farc, para que tengan allí impunidad. O la del Consejo de Estado que ha dispuesto condenar al Estado por el criminal atentado terrorista de las Farc contra el club El Nogal, poniéndonos a todos los contribuyentes a pagar los destrozos de la banda criminal. Para no hablar del amañando juicio de la CSJ contra el expresidente Uribe ni de los avatares del extraño apéndice de la JEP. Hay un clamor nacional por un remedio radical a la corruptela, politización y desborde de los altos tribunales. Duque está empeñado en ello, pero es respetuoso del ordenamiento que nos rige, aun con sus imperfecciones, y quiere seguir unos derroteros civilizados para impulsar el cambio, incluyendo a las mismas Cortes en un acuerdo transformador. Confiamos en esas gestiones y creemos que conjugando esfuerzos con otras bancadas del Congreso, como la de Cambio Radical, que propone un proyecto con similitudes al bosquejado por Duque, podrá sacarse avante tal reforma. Si las Cortes se empeñan en bloquearla, en la situación de repudio total que sufren de la ciudadanía, empujarán al país a una medida extraordinaria que no podrán revertir, como una Constituyente.

La reciedumbre del carácter de Iván Duque, que no se contradice con sus formas amables, terminará imponiéndose. El pacto nacional que ha propuesto en temas esenciales de la vida del país –como el de la lucha contra la corrupción- seguirá abriéndose camino. El apoyo desde el Congreso de la bancada del CD, con Uribe a la cabeza, será pilar decisivo para construir una coalición amplia que facilite la tarea legislativa. El primer paso de la reunión de Uribe con los expresidentes Pastrana y Gaviria augura ese camino, sin compromisos politiqueros ni clientelistas. Y la interacción permanente del presidente Duque con la ciudadanía, con las regiones, con las comunidades, a través de sus visitas y de los talleres Construyendo País de todas las semanas, sellará una alianza con las mayorías nacionales que es vital para el éxito de la administración.

La tarea es difícil. El camino espinoso. Pero tenemos un presidente capaz y decidido, un partido y una bancada liderados por el más querido y ducho de los dirigentes del país, que nos dan esperanza de coronar con éxito la misión de salvar al país. La impaciencia, el desespero, son malas consejeros. Como decían los viejos: no por mucho madrugar, amanece más temprano.

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