¿Para qué las chuzadas?

Para comprender que lo que se está pactando en La Habana es funesto no se necesita de ninguna interceptación, tanto que los detalles se mantienen en secreto para evitar que la reacción de la opinión pública haga estallar la mesa.

¿Quién necesita chuzar a los negociadores del Gobierno en La Habana para darse cuenta de que lo que allí sucede es muy grave? Nadie. Hasta uno más ciego que ‘Santrich’ se daría por enterado sin siquiera tener que leer entre líneas.

Don Enrique Santos, uno de los inspiradores de esta negociación, dijo que los diálogos estaban atados a la reelección de su hermano, Juan Manuel. Pues León Valencia lo acaba de confirmar: “Las Farc hacen alianzas con sectores afines a la reelección de Santos”. Por su parte, Sergio Jaramillo ha dicho que el acuerdo con las Farc no es la paz; que esta llegará a la vuelta de diez años, después de realizar las transformaciones políticas que pidan estos destripadores. ¿Alguien puede negar, por tanto, que se les está entregando el país?

A su vez, Eduardo Montealegre, abogado de oficio de estos forajidos, ha afirmado en todos los idiomas que no pagarán un día de cárcel, en tanto que el Presidente dice un día que no habrá impunidad y al siguiente, que se los imagina en el Congreso. ¿Curul por cárcel? Otro que también niega que vaya a haber impunidad es Humberto de la Calle, pero nos advierte que habrá que tragar muchos sapos con la justicia transicional, cosa que consiste en exonerar al delincuente y mirar para otro lado.

Las Farc también han sido muy elocuentes, ¡para qué chuzarlas! Han dicho que van a hacer dejación de las armas, pero que no las van a entregar. Que no han hecho sufrir a nadie y, por el contrario, que son las víctimas. Que no pagarán cárcel. Que quieren curules a dedo en el Congreso, canal de televisión, financiación para sus partidos políticos y hasta puestos en la junta directiva del Banco de la República. Piden nueve millones de hectáreas –la superficie de Antioquia y Cundinamarca– en medio centenar de zonas de reserva campesina diseminadas por todo el país, en donde serán la única autoridad, y legalizar los estupefacientes para mudar de gran cartel a multinacional de las drogas.

Para qué chuzar a alguien si el mismísimo Presidente de los colombianos admitió que “cada punto (que se está negociando), analizado individualmente, puede ser muy mal interpretado (…) genera un rechazo, pero si uno pinta el paquete completo (…) estoy absolutamente seguro de que lo van a comprar (…) bajo algún sistema de refrendación que (…) está por negociarse también” (El País, Madrid, 18/1/14).

Es decir, para comprender que lo que se está pactando en La Habana es funesto no se necesita de ninguna interceptación, tanto que los detalles se mantienen en secreto para evitar que la reacción de la opinión pública haga estallar la mesa –y la reelección de Santos– en pedazos. No en vano, el 58 por ciento (Ipsos) duda del éxito de las negociaciones y solo un cuarto del electorado acompaña al Mandela criollo en intención de voto, lo que quiere decir que no son tantos los dispuestos a tragarse ese sapo envuelto en huevo que Santos llama “el paquete completo”. Y eso sin conocer detalles.

Dirán algunos que precisamente esas chuzadas de fábula serían para destapar ‘detalles’ y atentar contra el proceso, por lo que sería apenas obvia la participación de ‘manos negras’ y ‘fuerzas oscuras’. No, este nuevo escándalo de chuzadas es más falso que una moneda de cuero, un montaje sin pruebas contra una instalación legal de inteligencia militar que queda al descubierto y cuyo trabajo se pierde en manos de una Fiscalía que no genera confianza.

Se les hace un favor a las Farc armándoles un escándalo a las Fuerzas Militares y al expresidente Uribe. Pero quedan muchas inquietudes sobre la extraña actuación del Gobierno y esa voltereta que tanto ha incomodado a sus amigos de La Habana. Algo huele mal.

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