¿Para terminar la tarea?

"Buscaré la reelección porque hay que terminar la tarea", expresó Juan Manuel Santos al inscribir su candidatura esta semana.

La misma razón esgrimida hace como dos años cuando insinuó por primera vez su deseo de continuar en el cargo. Según un columnista aguafiestas de aquel entonces, cuyo nombre no logro recordar, debería ser al contrario: no haber terminado sus tareas por inepto e ineficaz debiera ser más bien el argumento para no otorgarle otro mandato.

En el caso de Santos “terminar la tarea” puede ser visto desde dos ángulos, ninguno auspicioso para las ambiciones del mandatario. El primero, referido a las promesas reales que formuló en la campaña y que los electores ratificamos masivamente en las urnas en 2010: aquí la deuda de Santos es inmensa y sustentaría la inclinación a no otorgarle un nuevo período. El segundo, las tareas que emprendió luego y que no formaban parte del inventario inicial: aquí es peor, porque culminarlas sería conducir el país a un despeñadero.

El programa primigenio contemplaba cinco “locomotoras” como eje de su plan de gobierno. Un balance somero de sus ejecutorias nos lleva a concluir que los faltantes son tan grandes que no avalan la reelección del jefe del Estado, salvo que el país en un arranque de masoquismo político quiera repetir la desacertada gestión de estos cuatro años.

En la de infraestructura su fracaso es estruendoso. Tanto en autopistas de doble calzada, como en vías en general, como en otras obras (hidroeléctricas, puertos, etc.), no logró este gobierno siquiera concluir la tarea emprendida en el anterior y los contratos vigentes al iniciar su período. Todo lo ha querido cubrir con planes trasnochados de portentosas inversiones dizque de más de 40 billones de pesos, pero para después, dos o más décadas inciertas. Ilusiones y utopías que no logran ocultar la flaqueza de los resultados de los años pasados.

En vivienda efectuó un “cambiazo” de película: de construir al menos un millón que se propuso, con el sistema tradicional de subsidios del gobierno pero contribución de los adquirentes de las casas, para llenar el déficit habitacional existente, se pasó de golpe -cuando se empezó a armar la reelección-, a un plan populista de cien mil viviendas gratis. Pero ni una ni otra meta se ha cumplido. Con la primera, el gobierno ha jugado con cifras de licencias que supuestamente estarían cerca del millón en el cuatrienio; pero la cuantía real de las construidas o en construcción, según estadísticas de Camacol de fines del año pasado, se acerca apenas a las quinientas mil, es decir la mitad de lo propuesto. Parecido engaño al de las viviendas gratis: las realmente edificadas y entregadas apenas superan el tercio de las cien mil publicitadas.

Si hay una esfera de la vida nacional en la que el fracaso de este gobierno es evidente esa es la del agro, que era la tercera locomotora de Santos. Por donde se le mire. La explosión de descontento que concluyó en el paro agrario de mediados del año pasado lo confirma. Los únicos “éxitos” que el gobierno puede exhibir son el producto de factores ajenos  a su política, como la actual bonanza cafetera internacional. Pero los gobiernos están instituidos sobre todo para enfrentar las crisis, como la del año pasado, y éste probó su absoluta ineptitud para hacerlo. Amén de que entregó la soberanía en materia agropecuaria con motivo del acuerdo con la guerrilla de las Farc. De un programa original que apostaba a alianzas productivas entre pequeños y grandes empresarios, de mayor proyección al mercado internacional, y de desarrollar “sectores de clase mundial”, se pasó a una “reforma agraria integral” dictada por la agrupación terrorista, con expropiaciones y reparto de millones de hectáreas, creación de zonas de reserva campesina, congelamiento de las erradicaciones de cultivos ilícitos, y estigmatización de la propiedad legítimamente adquirida.

De la minería ni hablar. Prisionero de las negociaciones de La Habana y preocupado por satisfacer a tirios y troyanos, como cualquier “reina de belleza” al decir del vicepresidente Angelino Garzón, este gobierno desperdició la mayor bonanza de materias primas de las últimas décadas. El deterioro de la seguridad en regiones claves para desarrollar explotaciones mineras, la ambigüedad oficial frente a comunidades y grupos ambientalistas movidos por intereses políticos y de xenofobia visceral, entre otros factores, ha paralizado la inversión en este ramo. Tristemente pudiera decirse que, de carambola, los únicos beneficiarios han sido los grupos ilegales –guerrilla y bandas criminales-, cuyos negocios mineros han florecido hasta el punto de competir con los del narcotráfico, según lo prueban informaciones de inteligencia militar y policial. La reforma a las regalías, que prometía ser la salvación de las regiones menos favorecidas, se convirtió en un festín de politiqueros, mientras las tradicionales regiones mineras fueron despojadas sin misericordia de sus recursos. Ahora, cuando ya para qué, se anuncia una reforma para restituir algunas migajas a los departamentos despojados, que no es más que el reconocimiento del fracaso en este terreno.

La innovación, quinta “locomotora” en el plan original, duerme el sueño de los justos. Este gobierno cometió el desatino de separar la innovación de la investigación y ubicarlas en entes diferentes y desconectados y politizó a Colciencias entregándola como botín a uno de los partidos de la Unidad Nacional, como estipendio de su vinculación a dicha coalición. Los bandazos en esta materia son de tal calibre, como en el caso de los doctorados en el exterior, que generaron una  reacción masiva –esa sí “nunca antes vista”- de varios miles de estudiantes, profesores y graduados que viven fuera del país (La Diáspora se han llamado), reclamando seriedad en esas políticas y apoyo a dichos profesionales para regresar a trabajar en su patria.

Pero claro que de esas tareas no estaba hablando Santos. Allí poco tiene para presentar. La tarea que se ocupará de terminar es otra, que no figuraba en las promesas iniciales: la “paz”. O mejor, las componendas en La Habana con las Farc, que más que traer al país la tranquilidad añorada lo coloca en riesgos inéditos de caer en las garras del castro-chavismo. La “paz total”, según la ha empezado a motejar el mismo Santos en el arranque de su campaña, que no es más que la esclavitud total ante los bandidos. Y en verdad que allí sí hay una tarea por terminar. La entrega no está completamente sellada. Muchos detalles permanecen aún en remojo. Satisfacer las ambiciones de los narcoterroristas no es cosa de un día, ni de un año como Santos en un comienzo lo vaticinó.

Del análisis anterior se desprenden dos preguntas obvias. ¿Tiene sentido reelegir, para “terminar la tarea”, a una persona que demostró su incapacidad e ineptitud para cumplir en el cuatrienio el programa que ofreció y que recibió el respaldo abrumador del electorado, en medio de la mayor bonanza internacional de décadas y del mejor ambiente de seguridad y económico que le legó el anterior gobierno? ¿Y tiene sentido reelegir a un presidente para “terminar la tarea” que se inventó en mitad del camino, como es la de las negociaciones con los narcoterroristas, pero que implica riesgos tremendos para la seguridad, la soberanía y el futuro en general del país?

Este 9 de marzo, con todas las trabas y restricciones oficiales a quienes disienten de esa vía que se nos quiere imponer, el país decidirá si le coloca una talanquera a semejante desmadre o se le da vía libre. Los demócratas convencidos esperamos que se derrote a la Unidad Nacional, y que ese sea el primer paso para decidir luego en mayo que no queremos que Santos concluya la tarea inicial que no cumplió a cabalidad, ni finiquite la aciaga que se urde en las penumbrosas tertulias habaneras.

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