PASADO Y FUTURO DE UN ACUERDO PRESENTE (Al oído de mis amigos izquierdistas)

Parodiando a Carlos Marx, el gran economista, filósofo y sociólogo alemán, convertido en santón de capilla por los viejos mamertos pro soviéticos del mundo entero, podríamos decir que un cáncer recorre toda la América Latina, el cáncer del oportunismo del siglo veintiuno. Esos antiguos amigos de Moscú no tenían la misión de abanderar los cambios autónomos, democráticos y progresistas de las naciones que decían representar, sino de servirle de cabeza de playa a la potencia que bregó por expandirse en pugna con Estados Unidos, al cual quiso reemplazar, agitando de manera desfigurada la consigna del internacionalismo proletario. Por esa razón, los partidos satélites que se organizaron bajo los auspicios del Kremlin no crecieron ni influyeron de manera decisiva en las luchas de América Latina durante el siglo veinte, y sí contribuyeron muchas veces a su entorpecimiento. Entrenados por la nueva potencia más como agentes extranjeros que como líderes de sus propios pueblos, se dedicaron en sus países a infiltrarse en las instituciones, en la prensa y en los partidos liberales de la época. Bajo la forma de un gracejo mordaz pero lleno de candor histórico, López Pumarejo dijo que el Partido Comunista Colombiano era un “partido liberal chiquito”, al referirse a esa penetración que intranquilizaba a sus copartidarios. De esa operación de años, la mamertería y sus patrocinadores esperaban que se diera un día el ingreso pacífico y feliz de los estados del Tercer Mundo en el campo gravitacional de los zares reencarnados, aunque con la ayuda de supuestos ejércitos del pueblo, que aprovechaban las contradicciones internas del país huésped para medrar en sus propósitos usando “la combinación de todas las formas de lucha”. La doctrina Brézhnev fue muy clara en plantear esas intenciones. Pero sobrevino el colapso estruendosamente simbolizado por la caída del Muro de Berlín, y los pajes se quedaron sin amo, sin directriz y sin dinero. La isla de Cuba parecía zozobrar. Mantenida a flote durante tres decenios por la Unión Soviética a cambio de su papel de rasquiña rusa entre las barbas del Tío Sam, la vieja patria de Martí vio que su revolución no había impulsado el desarrollo de las fuerzas productivas, y que el principio socialista enunciado por Marx, de exigir de cada cual según su capacidad y retribuirle a cada quien según su trabajo, había sido reemplazado por el de dar prebendas según la fidelidad al partido y encarcelar a quien se le opusiera. Se destruyó la base productiva heredada por la revolución, la tierra se volvió más ociosa que antes, y de todo ello se culpó al bloqueo norteamericano que ha sido una cortina de humo para encubrir la incapacidad del régimen castrista. ¿El capital aportado por la URSS no permitía poner en marcha la industrialización de Cuba? ¿O es que no hubo tal aporte de capital sino un envío de médicos y maestros para sembrar la ilusión pequeñoburguesa entre las naciones del mundo de que el socialismo es asistencialismo? Lo cierto es que el dirigente que no se preocupa por la construcción económica de su país se lumpeniza y lumpeniza a su pueblo, como quedó demostrado con los cien mil antisociales exportados por Cuba a Estados Unidos desde el Puerto de Mariel, veinte años después de la toma del poder. ¿Era ello una muestra del “nuevo hombre” engendrado por el “socialismo” de la Isla? Castro no podía permitir que una clase empresarial se le convirtiera con el paso del tiempo en una fuerza opositora y declaró propiedad “socialista” hasta las tiendas de la esquina. Es la utilización perversa de un país y su gente para los fines personales de la megalomanía enfermiza. Había que buscar dinero. El cabaret de los gringos, bandera del Movimiento 26 de Julio en 1959, se convirtió en el cabaret del mundo entero en 1990. Después de años de castrismo, las putas por profesión se transformaron en las jineteras por necesidad, hijas de las familias sencillas que deben entregársele a un turista rico por un almuerzo o por cualquier ridículo abalorio. Y el narcotráfico también servía. Cuando Castro fue cogido con las manos en la cocaína, fusiló a su amigo, el general Arnaldo Ochoa, llamado héroe de la patria, a quien acusó de traficar a sus espaldas, argumento que inspiró un lustro después al actual secretario general de la Unasur, cuando fue presidente de Colombia por obra y gracia de los dineros del narcotráfico. No obstante, una ola pestilente acudió en auxilio de La Habana: la descomposición política y moral de las oligarquías que habían gobernado en América Latina. Ese fenómeno les abrió el paso a dirigentes recién aparecidos en quienes confiaron los pueblos escamoteados, porque hablaban como ellos contra los desafueros de siempre. Más vale un buen charlatán desconocido que un mal gobernante conocido, era la reflexión ingenua del votante del común. Especialmente en Venezuela, donde la clase dirigente más rica e incapaz del subcontinente, embriagada por todo el petróleo que se había bebido, se desplomó y le dejó el campo a un oscuro y ambicioso coronel, convertido en celebridad por su intento de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, quien había reprimido con dureza a la población que se levantó contra el alza de la gasolina en una jornada conocida como el “Caracazo” del 27 de febrero de 1989 en la capital venezolana. El coronel Chávez, resentido con quienes lo habían apresado, aceptó el apoyo de la mamertería agazapada, promitente portadora de laureles para la cabeza del nuevo megalómano, a quien el bestiario tropical de América Latina sentaba una vez más en el solio bolivariano de la República de Venezuela, con su pecho orlado de cursilería fascistoide. Y los mamertos felices encontraron bajo otra forma lo que se les había perdido entre los escombros del Muro de Berlín. Y Castro vio cómo los rublos extraviados se transformaron en petro- bolívares que le transfundían una nueva sangre. Los viejos siervos del zar dispersos por América Latina encontraron de nuevo al amo, la directriz y el dinero.

Se alborotó el cotarro y con el patrimonio de los venezolanos se eligieron aliados de la mamertería en la mayoría de los países suramericanos, aliados que pelecharon al socaire de la incapacidad y decadencia de quienes antes gobernaban sobre pueblos que ya no querían ser gobernados como antes. Y se configuró la gran estafa política. El nuevo amo dictó la directriz de la dictadura oportunista del siglo veintiuno compendiada en el breviario de la imitación de Cuba: criminalizar a la oposición, usurpar todos los poderes del Estado y controlar rigurosamente a los medios de información. ¿Y de la construcción económica del socialismo qué? Por el contrario, los nuevos dirigentes han emulado los comportamientos inescrupulosos de los viejos dirigentes. ¿No debe haber una diferencia? ¿Para qué diablos es entonces una revolución?
Los contratiempos del oportunismo del siglo veintiuno en Argentina, Brasil y Venezuela vuelven aún más importantes para Cuba los acuerdos de La Habana. ¿O hay alguna duda acerca del papel dirigente de Castro en la expansión de ese oportunismo en América Latina y por lo tanto en su asesoría a la guerrilla de las Farc?

«"Yo no recomendaría la lucha armada en la época actual”, afirmó Castro. "En América Latina existieron condiciones diez veces como las de Cuba para hacer una revolución como la de Cuba", señaló. Sin embargo, "no es hoy lo que predicamos, ha cambiado el mundo mucho en estos tiempos", agregó”.
Caracol Radio 20/05/1998 http://caracol.com.co/radio/1998/05/20/nacional/0895644000_018090.html

En vísperas de la expansión de su poder hacia Venezuela a través de Chávez y sin disparar un tiro, Fidel Castro encontró que le resultaba mucho más efectivo exportar su “revolución” mediante votos en las urnas, favorecido por las nuevas condiciones creadas por la podredumbre de las viejas castas políticas del subcontinente. Y su resurrecto poder en América Latina, más el declive norteamericano representado por Barack Obama, puso la nueva cara de Castro en el mosaico político mundial, sin el sambenito que lo identificaba como un alcahueta del terrorismo en la región. Al conjuro de la decadencia se santificó lo que era impensable unos pocos años atrás. Y los escépticos liberaloides con su sonrisa de suficiencia burlona, pero que no ven más allá del día que disfrutan, llevan años augurando el final del castrismo, porque confunden la parábola vital del personaje con la de su obra, aireada hoy por los miasmas de la descomposición mundial y nacional. No quepa la menor duda de que las Farc han acatado la lección de su mentor. La paz no se logra en Colombia con silenciar unos fusiles ya, aunque éstos hayan sido la base de las fechorías, una pelea caduca según Castro, y por ello las Farc prometieron entregar esas armas en La Habana pero a un precio muy alto. El trueque ventajoso les permite continuar su obra en busca del modelo de “socialismo”, que anida en sus cabezas deformadas por la práctica delincuencial de muchos años. Un modelo como el que asaltó y destruyó la economía venezolana. Que busquen participar en la política sería un mero gaje de la democracia, si el arreglo no hubiera sido un regalo de Santos para que a su vez le regalaran el Premio Nóbel de la Paz.

Porque las enormes ventajas otorgadas a las Farc constituyen ni más ni menos que el quebrantamiento de todos los principios de la justicia, de su institucionalidad, la permanencia del narcotráfico, la pasmosa tolerancia con los delitos más atroces, y como si fuera poco, el privilegio de imponer sus candidatos en los organismos de elección popular a todos los niveles, incluida la presidencia, con la fuerza de su cuantiosa fortuna sucia y escondida, a través de las emisoras que el gobierno les otorgará en cumplimiento de la capitulación de La Habana. En un país lleno de inequidades sociales, el electorado será víctima de la demagogia de unos supuestos redentores, cuyas marrullas y atropellos se han padecido ya en aquellos países donde se impuso el oportunismo autocrático por la vía electoral, el nuevo descubrimiento de Fidel Castro. Y se perderá entre vericuetos insospechados la posibilidad de encontrar el camino de la paz, la prosperidad y la justicia social, camino buscado de buena fe por una izquierda democrática que por ahora no logra quitarse la pegajosa estampilla del oportunismo ingenuo, al servicio del caos que aguarda a Colombia. Esa atmósfera le dará oxígeno a la descompuesta camarilla que azota a Venezuela. Y el comandante Castro, el ganador digno de una estatua, seguirá navegando sobre su isla asolada, divisando tierra promisoria en las costas de América Latina mientras a babor Estados Unidos le cuida las espaldas. ¿Un apocalipsis o el escenario más probable?

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