Paz enredada por «tatucos» y cuñas publicitarias

Ni los atentados de las FARC ni las cuñas publicitarias del gobierno conducen a la paz. A pesar del estribillo según el cual “nunca hemos estado tan cerca de la paz”, repetido hasta por el protector de comandantes guerrilleros, Nicolás Maduro, la realidad dice todo lo contrario.

La opinión pública está en todo el derecho de pensar que después de los tan cacareados acuerdos en materia agraria, participación política, narcotráfico y víctimas, las conversaciones de La Habana brindarían un panorama despejado y promisorio. Con mayor razón si tiene en cuenta la celebración, con sabor a apoyo electoral a Santos, de un supuesto acuerdo en este último punto.

Pero resulta que todo fue un engaño. Lo que firmaron, tal como advertimos en su momento, fue un texto que hasta el diablo firmaría, una declaración abstracta, sin compromisos, que tuvo la única finalidad de respaldar la candidatura de Santos, quien, de esa forma, les quedó hipotecado. Ahora las FARC le dan una bofetada a la sociedad que esperaba el reconocimiento de su condición de victimarios. Timochenko afirmó con total cinismo que no lo son, que, por el contrario, ellos son víctimas del sistema y consecuencia en vez de causa. Que no tienen nada de que arrepentirse y que nunca van a pedir perdón.

Como se dice en el lenguaje animal, marcó territorio, y refrendó sus palabras con una ofensiva de terror que provocó del presidente Santos una tibia amenaza de terminar las conversaciones si las FARC continuaban con sus actos terroristas. Los jefes farianos no se tragaron el cañazo del presidente y respondieron con más fuerza: “si dan de baja a un líder de la guerrilla el proceso se podría cancelar”.

¿Cómo interpretar lo que está sucediendo? Me atrevo a pensar que la actitud terrorista de las FARC tiene que ver con el lugar común según el cual arreciar en el campo militar llevará a obtener más concesiones en la mesa de conversaciones, como también con el error garrafal de Santos de haberles concedido estatus de igualdad con el Estado a cambio de nada.

Una negociación de paz entre iguales o entre pares, montada sobre el criterio del empate militar insalvable deriva necesariamente en el planteamiento de pretensiones exageradas y posiciones inadmisibles para quienes detentan la condición de legitimidad. El reconocimiento de estatus de beligerancia, otorgado graciosamente por el Estado colombiano con el fin de atraer a los “insurrectos” a la mesa, fue leído por la guerrilla como fruto de su fortaleza militar y de debilidad del gobierno.

No es raro, pues, que digan que no hay víctimas de las FARC sino de un etéreo conflicto en el que el Estado y los grupos paramilitares son los mayores victimarios. Por eso no quieren reconocer a miembros de la fuerza pública como víctimas de sus atrocidades. Oportunista en sus planteamientos, las FARC razonan como Estado alterno o poder dual cuando les conviene, pero, se niegan a acogerse al DIH alegando que no son estado.

Los recientes ataques terroristas han contado con el silencio vergonzoso de activistas humanitarios y pazólogos, y justificaciones episcopales que consideran razonable que se realicen acciones como volar un acueducto porque se negocia en medio del conflicto. Asombra la falta de escrúpulos éticos de quienes en vez de condenar esas flagrantes violaciones al derecho internacional humanitario, las usen para sustentar la pertinencia de un cese bilateral de hostilidades. Ablandar con el terror a la población para que presione al gobierno es una vieja táctica. Buscan que la gente diga “es mejor concederles eso para evitar tanta violencia”. ¡Imaginemos cuántos años tomaría firmar un acuerdo de cese al fuego!

¿Una inquietud flota en el aire: ¿por qué se enojó el presidente si las FARC siempre han actuado de la misma manera cuando están negociando y que no se les había exigido algún condicionamiento? No fue creíble su amenaza, entre otras cosas porque en estas materias las advertencias terminantes tienen que ir acompañadas de exigencias y medidas perentorias. Santos se pudo haber sentido ofendido en su ego, más que por los atentados, por la acusación que deslizó Timochenko de que debía responder como criminal de guerra por la muerte de alias “Alfonso Cano” y, por otra parte, porque ad portas de su posesión para el segundo mandato al que asistirán dignatarios extranjeros no querrá que las FARC le saboteen la ceremonia.

Mientras entramos en razón del engaño sufrido con el acuerdo en torno al tema de las víctimas, seguiremos presenciando el duelo desigual entre una paz convertida en producto publicitario con cuñas que transmiten el mensaje subliminal de que ella depende de nosotros, de nuestra buena voluntad, de nuestra capacidad de perdonar y disposición de reconciliarnos, del lado oficial, y el bombardeo de oleoductos y hasta acueductos, derribamiento de torres de energía, voladura de puentes y lanzamiento de “tatucos” que matan niños humildes y dañan viviendas campesinas, del lado de un grupo carente de conciencia de culpa.

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