¡Pellizquémonos!

Salvo para el siempre autocomplaciente Gobierno, los demás colombianos estamos aterrados del pésimo resultado que, de forma consistente, muestran los estudiantes de nuestro país en el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes o Informe Pisa (por sus siglas en inglés: Programme for International Student Assessment). En las últimas pruebas, sobre conocimiento básico en finanzas, los resultados nuevamente sitúan a Colombia en un mediocre lugar.

Tal vez en el alto Gobierno no conocen las preguntas a las que fueron sometidos nuestros estudiantes. La revista española de negocios, Expansión, publicó el examen.

Para los que les interese, conviene entrar y ojearlas. (http://www.expansion.com/2014/07/09/economia/1404913769.html?cid=SIN8901).

No son preguntas complejas. Todo lo contrario: sorprenden por su carácter elemental. No se requiere ningún nivel sofisticado de habilidad matemática ni conocimiento de dinámica financiera. Por ejemplo, una de ellas es la siguiente: “Elisa vive en Zedland. Recibe una nueva tarjeta de crédito. Al día siguiente Elisa recibe un número secreto de identificación personal (Pin). ¿Qué debería hacer Elisa con el Pin? A) Anotar el Pin en un papel y guardarlo en el monedero, B) Decir a sus amigos el número del Pin, C) Anotar el Pin en la parte de atrás de la tarjeta, D) Memorizar el número Pin”. Es a este estilo de preguntas que los estudiantes colombianos no supieron responder. Resulta, entonces, vergonzoso el nivel de nuestros alumnos, así el Gobierno quiera, como es su costumbre, maquillar la realidad.

No puede ser que las pruebas Pisa, que son un estándar internacional, muestren una dramática situación de la calidad de nuestra educación y que sigamos ignorando algo de tanta gravedad. Porque esta no es la primera vez, ni será la última, en la que quedamos muy mal evaluados. Si en algún aspecto vital para nuestro futuro este Gobierno tiene poco que mostrar, es en el tema de educación. Prefiere enfrentar la rajada de las pruebas Pisa, pero no quiere ponerle voluntad política a los cambios estructurales que son indispensables. Nada consistente se ha hecho en mejorar la remuneración para los buenos maestros y forzar a los mediocres a mejorar su rendimiento. Las universidades públicas se caen a pedazos en medio del desgreño, la ineficiencia y la creciente corrupción.

En bilingüismo seguimos de coleros, perdiendo un espacio en el mundo globalizado. Nuestras técnicas pedagógicas son del siglo XIX y en la Universidad Pedagógica los maestros solo aprenden a tirar piedra.

Valdría la pena que tomáramos conciencia de la gravedad de la situación en lugar de seguir buscando excusas imposibles. Si en algo hemos perdido mucho tiempo, es en la urgente reforma de nuestro sistema educativo. Pero puesto que tocar los privilegios de los maestros no es popular, muy poco avanzamos en un área que requiere medidas radicales y urgentes. La tarea por adelantar es inmensa y los resultados solo se verán en muchos años. Por lo tanto, mientras más demoremos el inicio de los cambios, más grave será el retraso acumulado en el área de conocimiento.

Dado que el Gobierno parece no querer liderar la urgente reforma educativa, le corresponde a la comunidad académica pellizcarse y actuar.

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