Penúltima moda o cauces más propicios

La expansión y diversificación de exportaciones, con la industrialización, constituye camino fértil que, con la construcción de obras, podría garantizar nuevas horas de dinamismo democrático y progreso.

Definitivamente, al país y a todos sus estamentos les gusta vivir a la “penúltima moda”. Lo hacen las Farc, al perseverar en sus actos terroristas contra cualquiera expresión de la extracción y el aprovechamiento industrial o comercial del petróleo, aun sabiendo que cesó de ser el ingreso sobradamente primario de las arcas oficiales.

Lo hace el Gobierno, al persistir en la apertura mercantil hacia dentro y dar trazas de testarudez al querer profundizarla, no obstante la comprobación de que se quedó a la zaga de las necesidades nacionales de cambio exterior, actualmente deficitarias. Lo hace la opinión pública en su desdeñosa indiferencia por las implicaciones del bajonazo del precio internacional de los hidrocarburos y por cuanto puede contribuir a acentuarlo.

Ahora mismo ha salido a la luz que en los cuatro primeros meses del presente año, al cierre de abril, el déficit comercial de Colombia sumó 5.059 millones de dólares, con consecuencias en la cuenta corriente y, por tanto, en la disponibilidad de ingresos para cubrir exigibilidades de orden inmediato. Todo esto deberá reflejarse, por supuesto, en oscilaciones de la tasa de cambio, pero la estrategia de su movilidad no bastará para prevenir, sin sentirlos, traumáticos ajustes. Es perspectiva a la que conviene justipreciar y desde luego evitar, cuandoquiera se propone cotejar nuevos y grandes faltantes cambiarios, con efectividad inmediata y menoscabo anticipado de los ingresos.

No se debe ignorar la noticia de que, después de siete años al alza, las reservas colombianas cayeron 5,6 por ciento para situarse en 2.038 millones de barriles, nivel que proveerá al país de autosuficiencia hasta mediados del 2020. Vale la pena recordar las anteriores cifras para no ilusionarse ni, menos, despilfarrar las limitadas disponibilidades de hidrocarburos.

Cierto es que también tenemos gas para cubrir las erogaciones por diez años. Pero, asimismo, que los riesgos de escasez pusieron a la nación en apuros hará treinta o cuarenta años, cuando, mirando al futuro, se precipitó la apertura de relaciones diplomáticas con Kuwait y los Emiratos Árabes, habiéndose salido, previamente, a comprar crudo en el mercado internacional. No en vano la preocupación primordial de los gobiernos de esos años fue la de incrementar la búsqueda de hidrocarburos en el subsuelo, junto con el empeño de maximizar la producción de ricos pozos descubiertos.

Pero Colombia nunca fue nación predominantemente petrolera. Lo fue de productos alternativos de la actividad extractiva, el oro y la plata por ejemplo. En productos agrícolas generalmente se sustentó y, en la última época, en la promoción y diversificación de exportaciones, incluidas las industriales, que tan buenos resultados alcanzaran. Hasta cuando llegó el vendaval del auge minero-energético, con sus bonanzas y sus elementos incontrastables, dentro de los cuales no brilló, propiamente, el de la idoneidad de crear empleo.

La situación no compromete ni permite cruzarse resignadamente de brazos. Por el contrario, incita y obliga a la actividad fecunda, con garantías plenas y facilidades del Estado, enmendando extremos tributarios como los que en la actualidad se sobrellevan y sufren. Sobre este aspecto crítico parece haber venido formándose amplio consenso interno y externo.

La expansión y diversificación de exportaciones, simultáneamente con la industrialización, constituye camino fértil de comprobadas excelencias y resultados que, junto con la construcción de obras públicas y privadas, podría garantizar al país nuevas horas de dinamismo democrático y progreso. Tanto más si se alcanza y sella el bien supremo de la paz dentro del Estado social de derecho.

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