Plebiscito en reversa

Para algunos es sorpresivo que las encuestas, con miras al plebiscito, comiencen a dar un resultado francamente adverso a los acuerdos de La Habana. Pero así ha ocurrido a partir de que la Corte Constitucional dio vía libre a la figura plebiscitaria, con umbral reducido, hace quince días. En efecto, ahora que el plebiscito es una realidad institucional, en los términos recortados en que fue expedido, la opinión pública ha expresado, a lo menos de modo inicial, una negativa mayoritaria precavida de que el exiguo umbral adoptado, supuestamente en beneficio del Sí, es en cambio fácilmente remontable y derrotable a favor de la negativa.

En primer lugar el resultado de las encuestas demuestra, básicamente, que la opinión pública perdió el temor a votar por el No. En los últimos meses se pensó, ciertamente, que ello no ocurriría porque a nadie le gusta ponerse contra la paz y ser tildado de guerrerista. Sin embargo, ello perdió vigencia por varias razones, pero principalmente porque las Farc dijeron que en ningún caso volverían al monte, ni aun con un resultado desfavorable a los convenios gubernamentales, y dejaron sin piso las advertencias presidenciales según las cuales votar negativamente era votar por la guerra y el terror. En esta ocasión, pues, las Farc hicieron caso omiso de esos conceptos y se alejaron así de lo acontecido en las ocasiones previas, en Tlaxcala y el Caguán, donde las rupturas les significaron, de plan B, mantener el mismo escenario belicista en el que venían. Hoy las cosas son a otro precio y la lectura de la situación política completamente diferente. No hay sino un Plan A: la paz. Otra cosa son los instrumentos para lograrla y volverla estable y duradera.

En segundo lugar, como se ha reiterado de hace tiempo en estas columnas, no es fácil abocar un plebiscito con una base popular tan precaria por parte del Gobierno y menos hacerlo con el lastre adicional de lo que significa el descrédito de las guerrillas. En la encuesta de Ipsos, el 76% de los consultados no respalda la gestión gubernamental y en ello juega un papel preponderante el descalabro económico y social que no tiene una recomposición fácil e inmediata a la vista. Menos con una inflación desbocada, las tasas de interés por las nubes y la espada de Damocles de una dura reforma tributaria en ciernes. Ello impacta, por supuesto, el devenir del proceso de paz y de allí, también, que los índices de pesimismo dupliquen los del optimismo. Esto quiere decir que el Gobierno no ha logrado disociar la paz de su gestión en otros campos. Es por ello que es mejor adelantar un proceso de paz a comienzo de los gobiernos y no con el sol a las espaldas.

En tercer lugar, las señales del propio proceso de paz permiten concluir una diferencia de tiempos entre el Gobierno y las Farc. Todo ello ha colaborado en que no haya certezas cuando por el contrario, aparentemente a tan pocas semanas del evento plebiscitario, todo debería estar finiquitado. La sensación de que se va a votar el plebiscito con la paz en obra gris y con mucho de lo pactado a concretarse al largo plazo, sin siquiera un cese de fuegos bilateral con la guerrilla localizada, es el peor de los estímulos. No basta, efectivamente, con anunciar protocolos.

En cuarto lugar, en caso de presionarse la próxima fecha del plebiscito, como se viene haciendo, es evidente que un evento al corto plazo no es favorable al Sí, pese a que se crea lo contrario y se tengan afincadas las esperanzas en algo tan incierto como la llamada “mermelada” en municipios y regiones, así como el soporte en una resquebrajada coalición de “Unidad Nacional”, además de una publicidad que, según está demostrado, no caló. La premura gubernamental, tal cual lo hemos dicho insistentemente, parecería el peor enemigo de sus propios propósitos.

Es posible, claro está, que el Gobierno solo vea en las encuestas un traspié temporal. Y espere las tradicionales que le suelen ser favorables para darse palmaditas en la espalda. Aun así, en esto del plebiscito es mejor actuar con realismo. No vaya y sea que nuestro presidente se vuelva, en efecto, el David Cameron colombiano.

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