Póker

Hay HAY quienes piensan que con sus envites, fullerías y baladronadas, el póker es un juego propio de pistoleros, tahúres y truhanes. Pero están profundamente equivocados. El problema, como casi todo en la vida, está en el desenfreno y, sobre todo, en la mezcla explosiva que suele producirse entre el juego y la política, que es lo que sucede cuando un gobernante se convence de que dirigir a un país equivale a entablar una partida. De hecho, el ludópata político experimenta una enorme dificultad para controlar sus impulsos, de tal forma que practica de modo compulsivo uno o varios juegos al mismo tiempo, dejándose llevar por el azar y aventurándolo todo en unas negociaciones obsesivas que lo comprometen desmedidamente sin que logre reconocer la manipulación de la que termina siendo objeto.
Arrebatados por sus obsesiones, los gobernantes que se perciben a sí mismos como excelentes jugadores incurren en riesgos desproporcionados y pierden, incluso, la noción del tiempo, de tal manera que los plazos previstos terminan ampliándose indefinidamente y quedan a merced de sus contrincantes en la mesa.

No en vano, los investigadores que han trazado analogías entre la adicción a las drogas y al póker señalan que los ludópatas ven seriamente afectada su capacidad para tomar decisiones y, por ende, no logran reconocer ni valorar las pérdidas que sufren, con lo cual, no es de extrañar que pongan en peligro los más valiosos intereses nacionales ante cualquier rufián o apostador de poca monta. Y como en estos sujetos la tendencia a tomar decisiones nocivas se incrementa sensiblemente cuando experimentan ansiedad o angustia, resulta apenas natural que caigan en graves errores de cálculo que socavan los cimientos mismos de la democracia. Atrapados por la ansiedad que les produce el riesgo cada vez más alto en que se encuentran, redoblan a cada paso sus apuestas y cuando ven que están perdiendo el favoritismo o el apoyo popular se desencajan y generan escalofriantes escenarios para tratar de recuperar el impulso que han perdido.

En tal sentido, se niegan a admitir que son rehenes de sus adversarios en la mesa, que han perdido la iniciativa estratégica, y que ya no controlan las agendas del juego, así que comienzan a fantasear vendiéndole ilusiones a la gente, haciendo derroche de populismo improvisado y valiéndose de asesores o segundos en el mando que, soberbios y soeces, en vez de auxiliarlo lo condenan sin remedio.

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